Hace algunos Tiburcio Samsa publicaba en su blog una entrada que nos abría el apetito para leer más cosas sobre el tema. Ofrecía un resumen bastante completo del libro ReOrient: Global Economy in the Asian Age de Andre Gunder Frank.
El autor cuestiona la visión tradicional del poderío de Occidente a partir del descubrimiento de América a la que estamos acostumbrados. Occidente aprovechó simplemente su oportunidad en un escenario de debilidad de las antiguas potencias orientales, producida entre otras causas por la introducción en el escenario económico mundial de las materias primas y los metales
preciosos procedentes de América.
Frank introduce un interesante punto de vista para entender la historia del mundo: "Todos los acontecimientos horizontalmente simultáneos en la historia universal, no son coincidencias, sino fenómenos interrelacionados en una historia horizontal integradora".
Los siglos de etnocentrismo nos hicieron perder esta visión global de la historia, que ahora, gracias a los progresos de las comunicaciones y a los intercambios económicos a nivel planetario, llamamos globalización.
Pero los intercambios interculturales han existido desde siempre, o el mundo ha sido desde siempre bastante pequeño. Un ejemplo de ello es la repercusión que el conocimiento de la obra de Confucio supuso para los intelectuales europeos durante los siglos XVII y XVIII.
Fueron los jesuitas los que trajeron a Europa las primeras noticias sobre el pensamiento de Confucio. Frente al esoterismo del budismo, o al pensamiento místico-mágico del taoísmo, vieron en el confucianismo un sistema filosófico comparable al pensamiento grecorromano. Con un entusiasmo semejante al de los humanistas hacia el pensamiento clásico, los estudiosos de la época se encontraron frente a un monoteísmo sin dogmas ni clero; una especie de deísmo que funcionaba a través de un despotismo benevolente. Las enseñanzas de Confuncio podrían servir como base para elaborar un manual de buen gobierno, concebido como una especie de anti-Maquiavelo.
Confucio llegó a compararse a Platón, a Sócrates e incluso a San Pablo, al ver en el sabio al encargado de devolver al hombre el conocimiento de la verdad. El hecho de que el filósofo chino fuera la cabeza de un sistema religioso, un maestro encargado de revivir la ley antigua gustaba especialmente a los jesuitas, que veían peligrar en esa época la indisoluble unidad entre el dogma y la moral.
Pero a la vez, el descubrimiento de Confucio dio alas al movimiento anticristiano, que fue fraguándose en Francia desde los libertinos, voraces devoradores de literatura de viajes, hasta llegar a su clímax en la figura de Voltaire.
Especialmente notable fue el caso de Leibniz. Confucio hacía posible su sueño de una síntesis integradora entre los sistemas ético-religiosos del mundo; un instrumento de fusión entre las culturas de Oriente y Occidente, que facilitara la creación de una cultura universal: "Creo que sería necesario, que se nos enviaran misioneros chinos para enseñarnos el espíritu y la práctica de la teología natural, igual que nosotros les mandamos a ellos misioneros para instruirlos en la religión revelada".
Llegó incluso a relacionar sus estudios sobre el sistema binario con el I Ching. Mientras otros buscaron en el confucianismo las armas frente a los abusos de la época, Leibniz encontró en él un aliado para superar las barreras intelectuales entre los hombres de las distintas naciones. Todo un ejemplo, en pleno siglo XVII de alianza entre civilizaciones.
En resumen, los occidentales se encontraron frente a un sistema ético-moral milenario y su traducción a la práctica social, justo en el momento en que la doctrina cristiana de la Revelación comenzaba a cuestionarse, frente a la confianza en la naturaleza y en el poder de la razón.
Platón ya había hablado de una ley moral natal, pero mientras él se quedó en el plano teórico y metafísico, la doctrina de Confucio era sobre todo práctica, y lo más importante; su sistema llevaba funcionando varios milenios.
Estaban ante una forma de gobierno en la que desaparecía la antinomia entre los intereses del gobernante y del gobernado. Y así, China se convirtió en un modelo de monarquía ilustrada, en el que el monarca ejercía su derecho divino para hacer felices a los súbditos, e inculcarles la virtud. Y esto era así, porque el soberano era consciente de sus obligaciones morales, que compartían con él todos los oficiales a su cargo. Lo que de verdad fascinó a Occidente fue la posibilidad de fundar un gobierno sobre las bases de la moral natural.
El confucianismo inspiró un humanismo nuevo, no centrado en el individuo como el renacentista, sino en la sociedad. Es aventurado hablar de influencias directas sobre los pensadores que llevaron a cabo la emancipación de la conciencia europea, pero en todo caso, es posible que debamos a Confucio más de lo que pensábamos.
Susana Corullón
Globalización avant la lettre