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Huesos

Susana Corullón 22 de Mayo de 2009 a las 10:14 h

Internet y la Web social han puesto de moda la segunda persona, parece que hablar del Yo no queda bien, y que es políticamente más correcto cargar con el muerto de la identidad al interlocutor; ponerle delante en el espejo todas las cosas que es capaz de hacer en la red, y que van a definir lo que va a ser su imagen ante los demás.

En el fondo esto es un mareante juego de espejos, y lo de llamarnos Tú no es más que un eufemismo para tapar la duda con mayúsculas que se agazapa detrás de tanta tontería en Internet. La cuestión es de dónde me viene esa certeza con la que me reconozco por la mañana como la misma persona que ayer se acostó. No es algo que se toque, ni se palpe, ni se oiga ni se huela.

Lo que sí que se deja palpar es la cabeza que nos duele, o la cara, que sigue respondiendo ante el espejo cada vez que nos buscamos. No es de extrañar que Aristóteles pensara que el sujeto de cualquier actividad vital debe ser un cuerpo. Es el cuerpo lo que nos mantiene vivos, parece obvio, pero el problema viene después. De un día para otro cambiamos de peinado o incluso de pareja, porque cambia nuestra vida y nuestros intereses, pero nuestro cuerpo, el armazón que nos mantiene, también cambia, se hace viejo y lo que es peor, no va a durar siempre y entonces ¿Dónde irá a parar el enjambre de ideas que hay en nuestra cabeza? ¿Duraremos mientras dure el recuerdo de nuestros conocidos? ¿Sobrevivirá de algún modo nuestra conciencia al último lifting de la muerte, o iremos a fundirnos en los confines del universo en forma de energía impersonal? Respuestas hay para todos los gustos, pues como decía un diccionario de Filosofía se trata de una cuestión abierta siempre a las interpretaciones del ingenio humano, con más o menos ayudas trascendentes.

Taoístas y judeocristianos tienen en común no entender la vida eterna sin el cuerpo. En una visión del profeta Ezequiel, Dios lo puso  en medio de un campo de huesos, y le instó a predicar lo que sigue:
"Huesos áridos, oíd las palabras del Señor [...] Infundiré en vosotros el espíritu y viviréis; y pondré sobre vosotros nervios, y haré que crezcan carnes sobre vosotros, y las cubriré de piel y os daré espíritu, y viviréis y sabréis que soy el Señor" (Ezequiel 37: 3-13)

Estas palabras y su posterior corroboración por San Pablo, trajeron de cabeza a filósofos cristianos medievales, siempre más proclives a una idea platónica del alma, según la cual ésta estaría en el cuerpo en una especie de prisión.

¿Y los taoístas? Para solucionar el problema de la salvación del individuo, creen  imprescindible conseguir un cuerpo inmortal, único hábitat posible para todas las almas que nos animan. Transformar el cuerpo en inmortal, requiere  técnicas variadas de dietética corporal y espiritual. Se trata de reemplazar los órganos mortales por otros inmortales, piel, huesos, etc., que nos traen a la cabeza a un futurista hombre biónico. Todas estas técnicas chocan, claro está, con la pálida parca que no perdona ni al más aventajado de los adeptos, pero para ellos sólo se trata de una muerte falsa. En el ataúd se colocaba una espada o un bastón con apariencia de cadáver, mientras que el verdadero cuerpo estará a esas horas viviendo ya con los inmortales.

Susana Corullón

  Huesos

Leer la Biblia

23 de Febrero de 2009 a las 14:25 h

El Eclesiastés es uno de los libros sapienciales de la Biblia, junto con el de Job, los Salmos, los Proverbios, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría y el Eclesiástico.


Se llaman sapienciales, porque su objeto es la sabiduría en sentido amplio. Libros de este tipo florecieron en su época por todo el antiguo oriente, sin tener necesariamente un carácter religioso.
Cuando fueron escritos, la religión judía no había dado aún respuesta a la cuestión de la vida eterna del alma. La Revelación aún no estaba concluida, y los sabios de Israel se enfrentaban a los problemas humanos, como cualquier persona lo haría.
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