Desde pequeño me ha gustado hacer ramos con flores. Daba igual por donde caminara, fueran los verdes prados del norte o los campos de Castilla, yo veía las flores, las recogía, las combinaba y regalaba ramitos a mis acompañantes o me las llevaba a casa. Mis hermanas, mis tías y mi madre alentaban esa afición. Los hombres de la familia lo debían considerar un gesto de galantería que no había que reprimir a diferencia de otras manifestaciones de mi, digamos, "exaltación estética" que se trataban de reconducir o se censuraban con desconcierto.
Hasta hoy, me sigue gustando improvisar ramos durante los paseos. También los compongo en un jardín cuando lo tengo a mano y me dejan sus dueños. Siempre ha habido en mis casas jarrones, búcaros y otras piezas no necesariamente pensadas para ello (como soperas, salseras, copas, vasos y jarras) con flores frescas o esquejes que están echando raíces. Quizá es por esa presencia de los adornos florales por lo que puedo decir, como Vita Sackville-West, que "nunca supe lo que es vivir en habitaciones feas" (2020). Además, coincido totalmente con ella en que para apreciar algunas flores es mejor verlas muy de cerca, en el interior de casa, colocadas en un recipiente que las acoja y las resalte. Ella sabía hacerlo. Las fotos que se conservan de su estudio de trabajo y de sus salones siempre dejan ver jarrones con flores (Sackville-West 2014).
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