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Oriente en el cómic

Susana Corullón 5 de Abril de 2010 a las 13:11 h

Entre las opciones atractivas que presentaba Madrid a los que nos quedábamos en tierra estas vacaciones, estaba la Exposición de la Casa Árabe: "De Saladino a Sherezade: Oriente en el Cómic", que puede visitarse hasta el 16 de mayo.

El valor de la exposición está en tratar un tema sugerente y del que se ha hablado mucho desde la perspectiva de una forma de creación cultural "ágil y dinámica", cuyo lenguaje combina la literatura y la pintura y penetra fácilmente en la cultura popular, como es el cómic. Se trata de un género ideal para estudiar estereotipos, pues los personajes deben quedar definidos de forma eficaz con pocas pinceladas. Los personajes orientales de los cómics suelen ser exóticos, lujuriosos y crueles, pero también son sabios y misteriosos. Oriente ha sido siempre el escenario de lo Otro, desconocido lugar de aventuras, ideal para el héroe occidental.

El final de la exposición se abre a las nuevas creaciones del siglo XXI, en las que necesariamente han de quedar reflejados los cambios acaecidos en la escena mundial. Se nos habla de la presencia del fenómeno de la inmigración en el cómic europeo, pero también es interesante fijarse en los autores que desde fuera de Occidente cultivan este género, como es el caso de Marjane Satrapi, o del Manga. Este último estaba ausente de la exposición, suponemos que por estar la Casa Árabe detrás de la organización.

Cabe preguntarse si en nuestro mundo globalizado, cuando cada vez más el peso geopolítico vira hacia la región de Asia y el Pacífico, seguirán funcionando los mismos estereotipos sobre Oriente y Occidente en la cultura popular.

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Orientando los valores

Susana Corullón 15 de Octubre de 2009 a las 11:00 h

En el artículo: Modernidad versus postmodernidad en China, Sean Golden nos dice  que tal vez la  propia idea de "Occidente" se haya vuelto arcaica, y que las viejas polaridades entre "Oriente" y "Occidente" ya no capten la diversidad cultural del mundo, sino que sólo sirvan para legitimar la posición etnocéntrica del hablante que las utiliza. La extensión de los mercados y  la globalización no debería dar lugar a una civilización universal apoyada en valores monolíticos. Por el contrario, debería servir de aliciente para llevar a cabo  una interpretación seria de las diferencias entre las culturas.

La bonanza económica en el sudeste  asiático a principios de los 90, llevó a los líderes políticos de Malasia y Singapur a promover unos valores propiamente asiáticos como rechazo a la tutela de Occidente.

 

No se trataba de poner en duda la esencia del paradigma ilustrado occidental, pero sí de cuestionar su puesta en práctica desde la experiencia colonial. Estos eran algunos de los valores propuestos:

 

  • La comunidad prevalece sobre el individuo
  • El orden y la armonía son más importantes que la libertad particular
  • Énfasis en el ahorro y la moderación de los gastos
  • Necesidad de trabajar bien
  • Respeto hacia las jerarquías
  • Lealtad hacia la familia...

 

Desde Occidente se acusó a estos valores de conservadurismo y de encubrir regímenes autoritarios.  Para  Amartya Sen  se trata de además de una visión superficial de la diferencia entre las culturas. Asia es un territorio heterogéneo en el que conviven numerosas creencias y tradiciones, y no es cierto que la libertad individual se haya postergado siempre  en ellas. 

La evolución de las sociedades en una situación económica favorable, parece llevar de forma natural hacia el desarrollo de las libertades individuales.

Cuando las circunstancias lo exigen, incluso los valores tradicionales se pueden sacrificar a mayor gloria del crecimiento económico. Una de las claves de la recuperación de la economía China en esta crisis ha sido el fomento del consumo interno y un buen consumidor ha de ser tan hedonista como el occidental.

 

Hace algunas semanas veíamos  en televisión un documental sobre la Revolución sexual en China, en el que nos contaban cómo a partir de los años 80,  junto con la mejora del nivel de vida, fueron entrando también las costumbres sexuales de Occidente. Era la reacción natural de una sociedad de la que se había hecho prácticamente desaparecer el sexo, considerado como un peligro para la revolución.

Las mujeres que en la época de Mao vestían ropas asexuadas comienzan a preocuparse por su aspecto físico y por marcar las diferencias de su sexo. El hedonismo se extiende como una mancha de aceite en una sociedad hambrienta de placer.

Además, como consecuencia de la política del hijo único, las mujeres tienen más tiempo libre para realizar actividades diferentes a la crianza de los hijos, y la sexualidad se libera de la procreación. 

El resultado de este cóctel es una revolución imparable amparada por las exigencias del mercado y contra la que probablemente no se utilicen los tanques.

 

Hay chinos mayores que ven  la nueva libertad sexual como algo ajeno a su cultura, que pone en peligro el modo de vida y las relaciones familiares tradicionales.

Una vez que el diablo juguetón ha salido de la botella, es imposible que vuelva a entrar, pero sí que sería interesante una reflexión seria sobre los valores propios de cada cultura. Sería una pena que  el patrón uniformado de las sociedades capitalistas convierta las diferencias culturales en un objeto más de consumo.

 

  Orientando los valores

Globalización avant la lettre

Susana Corullón 22 de Junio de 2009 a las 08:46 h

Hace algunos Tiburcio Samsa publicaba en su blog  una entrada que nos abría el apetito para leer más cosas sobre el tema. Ofrecía un resumen bastante completo del libro ReOrient: Global Economy in the Asian Age de Andre Gunder Frank.

El autor cuestiona la visión tradicional del poderío de Occidente a partir del descubrimiento de América a la que estamos acostumbrados. Occidente aprovechó simplemente su oportunidad en un escenario de debilidad de las antiguas potencias orientales,  producida entre otras causas por la introducción en el escenario económico mundial de las materias primas y los metales

 preciosos procedentes de América.

 Frank introduce un interesante punto de vista para entender la historia del mundo: "Todos los acontecimientos horizontalmente simultáneos en la historia universal, no son coincidencias, sino fenómenos interrelacionados en una historia horizontal integradora".

 Los siglos de etnocentrismo nos hicieron perder esta visión global de la historia, que ahora, gracias a los progresos de las comunicaciones y a los intercambios económicos a nivel planetario, llamamos globalización.

Pero los intercambios interculturales han existido desde siempre, o el mundo ha sido desde siempre bastante pequeño. Un ejemplo de ello es la repercusión que el conocimiento de la obra de Confucio  supuso para los intelectuales europeos durante los siglos XVII y XVIII.

Fueron los jesuitas los que trajeron a Europa las primeras noticias sobre el pensamiento de Confucio. Frente al esoterismo del budismo, o al pensamiento místico-mágico del taoísmo,  vieron en el confucianismo un sistema filosófico comparable al pensamiento grecorromano.  Con un  entusiasmo semejante al de los humanistas hacia el pensamiento clásico, los estudiosos de la época se encontraron frente a un monoteísmo sin dogmas ni clero; una especie de deísmo que funcionaba a través de un despotismo benevolente. Las enseñanzas de Confuncio podrían servir como base para elaborar un manual de buen gobierno, concebido como una especie de anti-Maquiavelo.

Confucio llegó a compararse a Platón, a Sócrates e incluso a San Pablo, al ver en el sabio al encargado de devolver al hombre el conocimiento de la verdad. El hecho de que el filósofo chino fuera la cabeza de un sistema religioso, un maestro encargado de revivir la ley antigua gustaba especialmente a los jesuitas, que veían peligrar en esa época la indisoluble unidad entre el dogma y la moral.

Pero a la vez, el descubrimiento de Confucio dio alas al movimiento anticristiano, que fue fraguándose en Francia desde los libertinos, voraces devoradores de literatura de viajes, hasta llegar a su clímax en la figura de Voltaire.

Especialmente notable fue el caso de Leibniz. Confucio hacía posible su sueño de una síntesis integradora entre los sistemas ético-religiosos del mundo; un instrumento de fusión entre las culturas de Oriente y Occidente, que facilitara la creación de una cultura universal: "Creo que sería necesario, que se nos enviaran misioneros chinos para enseñarnos el espíritu y la práctica de la teología natural, igual que nosotros les mandamos a ellos misioneros para instruirlos en la religión revelada".

Llegó incluso a relacionar sus estudios sobre el sistema binario con el I Ching. Mientras otros buscaron en el confucianismo las armas frente a los abusos de la época, Leibniz encontró en él un aliado para superar las barreras intelectuales entre los hombres de las distintas naciones. Todo un ejemplo, en pleno siglo XVII de alianza entre civilizaciones.

En resumen, los occidentales se encontraron frente a un sistema ético-moral milenario y su  traducción a la práctica social, justo en el momento en que la doctrina cristiana de la Revelación comenzaba a cuestionarse, frente a la confianza en la naturaleza y en el poder de la razón.

Platón ya había hablado de una ley moral natal,  pero mientras él se quedó en el plano teórico y metafísico, la doctrina de Confucio era sobre todo práctica, y lo más importante; su sistema llevaba funcionando varios milenios.

 Estaban ante una forma de gobierno en la que desaparecía la antinomia entre los intereses del gobernante y del gobernado. Y así, China se convirtió en un modelo de monarquía ilustrada, en el que el monarca ejercía su derecho divino para hacer felices a los súbditos, e inculcarles la virtud. Y esto era así, porque el soberano era consciente de sus obligaciones morales, que compartían con él  todos los oficiales a su cargo. Lo que de verdad  fascinó a Occidente fue la posibilidad de  fundar un gobierno sobre las bases de la moral natural.

El confucianismo inspiró un  humanismo nuevo, no centrado en el individuo como el renacentista, sino en la sociedad. Es aventurado hablar de influencias directas sobre los pensadores que llevaron a cabo la emancipación de la conciencia europea, pero en todo caso, es posible que debamos a Confucio más de lo que pensábamos.

Susana Corullón

  Globalización avant la lettre

Orientalismo

23 de Febrero de 2009 a las 10:29 h

A los que alguna vez nos hemos sentido atraidos por lo oriental, no nos puede dejar indiferentes la obra de Edward W. Said.

La mejor metáfora de “desorientación”, es la de Colón, que ávido lector del Libro de las Maravillas de Marco Polo, pensaba que los lugares que descubría eran aquellos sobre los que había leído, y así La Española debía ser Cipango, y la tierra firme Cathay.

Para Edwars E. Said, el orientalismo es una invención europea, más valioso como signo de poder sobre oriente, que como discurso verídico.
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