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Orientando los valores

Susana Corullón 15 de Octubre de 2009 a las 11:00 h

En el artículo: Modernidad versus postmodernidad en China, Sean Golden nos dice  que tal vez la  propia idea de "Occidente" se haya vuelto arcaica, y que las viejas polaridades entre "Oriente" y "Occidente" ya no capten la diversidad cultural del mundo, sino que sólo sirvan para legitimar la posición etnocéntrica del hablante que las utiliza. La extensión de los mercados y  la globalización no debería dar lugar a una civilización universal apoyada en valores monolíticos. Por el contrario, debería servir de aliciente para llevar a cabo  una interpretación seria de las diferencias entre las culturas.

La bonanza económica en el sudeste  asiático a principios de los 90, llevó a los líderes políticos de Malasia y Singapur a promover unos valores propiamente asiáticos como rechazo a la tutela de Occidente.

 

No se trataba de poner en duda la esencia del paradigma ilustrado occidental, pero sí de cuestionar su puesta en práctica desde la experiencia colonial. Estos eran algunos de los valores propuestos:

 

  • La comunidad prevalece sobre el individuo
  • El orden y la armonía son más importantes que la libertad particular
  • Énfasis en el ahorro y la moderación de los gastos
  • Necesidad de trabajar bien
  • Respeto hacia las jerarquías
  • Lealtad hacia la familia...

 

Desde Occidente se acusó a estos valores de conservadurismo y de encubrir regímenes autoritarios.  Para  Amartya Sen  se trata de además de una visión superficial de la diferencia entre las culturas. Asia es un territorio heterogéneo en el que conviven numerosas creencias y tradiciones, y no es cierto que la libertad individual se haya postergado siempre  en ellas. 

La evolución de las sociedades en una situación económica favorable, parece llevar de forma natural hacia el desarrollo de las libertades individuales.

Cuando las circunstancias lo exigen, incluso los valores tradicionales se pueden sacrificar a mayor gloria del crecimiento económico. Una de las claves de la recuperación de la economía China en esta crisis ha sido el fomento del consumo interno y un buen consumidor ha de ser tan hedonista como el occidental.

 

Hace algunas semanas veíamos  en televisión un documental sobre la Revolución sexual en China, en el que nos contaban cómo a partir de los años 80,  junto con la mejora del nivel de vida, fueron entrando también las costumbres sexuales de Occidente. Era la reacción natural de una sociedad de la que se había hecho prácticamente desaparecer el sexo, considerado como un peligro para la revolución.

Las mujeres que en la época de Mao vestían ropas asexuadas comienzan a preocuparse por su aspecto físico y por marcar las diferencias de su sexo. El hedonismo se extiende como una mancha de aceite en una sociedad hambrienta de placer.

Además, como consecuencia de la política del hijo único, las mujeres tienen más tiempo libre para realizar actividades diferentes a la crianza de los hijos, y la sexualidad se libera de la procreación. 

El resultado de este cóctel es una revolución imparable amparada por las exigencias del mercado y contra la que probablemente no se utilicen los tanques.

 

Hay chinos mayores que ven  la nueva libertad sexual como algo ajeno a su cultura, que pone en peligro el modo de vida y las relaciones familiares tradicionales.

Una vez que el diablo juguetón ha salido de la botella, es imposible que vuelva a entrar, pero sí que sería interesante una reflexión seria sobre los valores propios de cada cultura. Sería una pena que  el patrón uniformado de las sociedades capitalistas convierta las diferencias culturales en un objeto más de consumo.

 

  Orientando los valores

Globalización avant la lettre

Susana Corullón 22 de Junio de 2009 a las 08:46 h

Hace algunos Tiburcio Samsa publicaba en su blog  una entrada que nos abría el apetito para leer más cosas sobre el tema. Ofrecía un resumen bastante completo del libro ReOrient: Global Economy in the Asian Age de Andre Gunder Frank.

El autor cuestiona la visión tradicional del poderío de Occidente a partir del descubrimiento de América a la que estamos acostumbrados. Occidente aprovechó simplemente su oportunidad en un escenario de debilidad de las antiguas potencias orientales,  producida entre otras causas por la introducción en el escenario económico mundial de las materias primas y los metales

 preciosos procedentes de América.

 Frank introduce un interesante punto de vista para entender la historia del mundo: "Todos los acontecimientos horizontalmente simultáneos en la historia universal, no son coincidencias, sino fenómenos interrelacionados en una historia horizontal integradora".

 Los siglos de etnocentrismo nos hicieron perder esta visión global de la historia, que ahora, gracias a los progresos de las comunicaciones y a los intercambios económicos a nivel planetario, llamamos globalización.

Pero los intercambios interculturales han existido desde siempre, o el mundo ha sido desde siempre bastante pequeño. Un ejemplo de ello es la repercusión que el conocimiento de la obra de Confucio  supuso para los intelectuales europeos durante los siglos XVII y XVIII.

Fueron los jesuitas los que trajeron a Europa las primeras noticias sobre el pensamiento de Confucio. Frente al esoterismo del budismo, o al pensamiento místico-mágico del taoísmo,  vieron en el confucianismo un sistema filosófico comparable al pensamiento grecorromano.  Con un  entusiasmo semejante al de los humanistas hacia el pensamiento clásico, los estudiosos de la época se encontraron frente a un monoteísmo sin dogmas ni clero; una especie de deísmo que funcionaba a través de un despotismo benevolente. Las enseñanzas de Confuncio podrían servir como base para elaborar un manual de buen gobierno, concebido como una especie de anti-Maquiavelo.

Confucio llegó a compararse a Platón, a Sócrates e incluso a San Pablo, al ver en el sabio al encargado de devolver al hombre el conocimiento de la verdad. El hecho de que el filósofo chino fuera la cabeza de un sistema religioso, un maestro encargado de revivir la ley antigua gustaba especialmente a los jesuitas, que veían peligrar en esa época la indisoluble unidad entre el dogma y la moral.

Pero a la vez, el descubrimiento de Confucio dio alas al movimiento anticristiano, que fue fraguándose en Francia desde los libertinos, voraces devoradores de literatura de viajes, hasta llegar a su clímax en la figura de Voltaire.

Especialmente notable fue el caso de Leibniz. Confucio hacía posible su sueño de una síntesis integradora entre los sistemas ético-religiosos del mundo; un instrumento de fusión entre las culturas de Oriente y Occidente, que facilitara la creación de una cultura universal: "Creo que sería necesario, que se nos enviaran misioneros chinos para enseñarnos el espíritu y la práctica de la teología natural, igual que nosotros les mandamos a ellos misioneros para instruirlos en la religión revelada".

Llegó incluso a relacionar sus estudios sobre el sistema binario con el I Ching. Mientras otros buscaron en el confucianismo las armas frente a los abusos de la época, Leibniz encontró en él un aliado para superar las barreras intelectuales entre los hombres de las distintas naciones. Todo un ejemplo, en pleno siglo XVII de alianza entre civilizaciones.

En resumen, los occidentales se encontraron frente a un sistema ético-moral milenario y su  traducción a la práctica social, justo en el momento en que la doctrina cristiana de la Revelación comenzaba a cuestionarse, frente a la confianza en la naturaleza y en el poder de la razón.

Platón ya había hablado de una ley moral natal,  pero mientras él se quedó en el plano teórico y metafísico, la doctrina de Confucio era sobre todo práctica, y lo más importante; su sistema llevaba funcionando varios milenios.

 Estaban ante una forma de gobierno en la que desaparecía la antinomia entre los intereses del gobernante y del gobernado. Y así, China se convirtió en un modelo de monarquía ilustrada, en el que el monarca ejercía su derecho divino para hacer felices a los súbditos, e inculcarles la virtud. Y esto era así, porque el soberano era consciente de sus obligaciones morales, que compartían con él  todos los oficiales a su cargo. Lo que de verdad  fascinó a Occidente fue la posibilidad de  fundar un gobierno sobre las bases de la moral natural.

El confucianismo inspiró un  humanismo nuevo, no centrado en el individuo como el renacentista, sino en la sociedad. Es aventurado hablar de influencias directas sobre los pensadores que llevaron a cabo la emancipación de la conciencia europea, pero en todo caso, es posible que debamos a Confucio más de lo que pensábamos.

Susana Corullón

  Globalización avant la lettre

Funcionarios

Susana Corullón 11 de Mayo de 2009 a las 11:38 h

Ya sé que últimamente no se oye hablar muy bien de ellos , pero a los antiguos chinos les encantaban los funcionarios.

Los numerosos dioses taoístas tenían cada uno un palacio con numerosas oficinas donde  dioses y funcionarios divinos trabajaban codo con codo. Sólo en el primer palacio celeste, el de la Tenuidad Púrpura había 55.555 miríadas de funcionarios. Si una miríada equivale a 10.000, produce vértigo imaginar la cantidad de funcionarios que trabajarían en cada uno de los palacios distribuidos en los 81 niveles de los cielos. Estos dioses no gobernaban el mundo propiamente, sólo eran los empleados de una inmensa administración. Su trabajo consistía nada más sólo en mover el engranaje de una maquinaria colosal que funcionaba sola. Las cosas iban bien por sí mismas, y si alguna vez ocurría una catástrofe la culpa era toda de los hombres, que son los únicos con la competencia de meter la pata.

 Semejantes a los divinos, también los funcionarios del mundo real tenían una importancia clave en la sociedad, aunque por supuesto, no eran tan numerosos. La sociedad china antigua se estructuraba alrededor de los señoríos, muy parecidos a las polis griegas, con unas creencias religiosas basadas en la estrecha solidaridad entre los súbditos y el señor, que actuaba como intermediario entre el pueblo y los asuntos divinos.

Con el tiempo los pequeños señoríos se fundieron en otros más grandes y estos en principados, para terminar uniéndose todos en un inmenso imperio. La sociedad se volvió más compleja y entre los patricios y los plebeyos surgió una nueva clase, la de los escribas, nobles en origen pero pobres.

 En un principio, la administración de los territorios se entregaba a familiares de los príncipes, pero los resultados no eran buenos y además siempre es un peligro alimentar la ambición de los parientes. Se empezó entonces a buscar empleados dóciles, fiables, dignos de confianza y que fueran capaces de redactar documentos administrativos en una lengua extremadamente difícil. En la China de los siglos XI al V a.d.C. cada palabra se escribía con un signo especial. Los antiguos diccionarios llegan a  recoger hasta 10.000 caracteres diferentes.

Los administradores funcionarios se reclutaban entre descendientes lejanos de los señores, ahora empobrecidos, demasiado humildes para aspirar a ocupar cargos en la corte y hacer sombra a los príncipes. A esta clase pertenecieron sabios de la talla de Confucio, Mencio, Xun Zi, Mozi o Zuang Zi.

Algunos de ellos, obligados a ocuparse de asuntos administrativos, teorizaron sobre las doctrinas del buen gobierno. Los que no conseguían hacer una carrera administrativa, como fue el caso de Confucio, fundaron escuelas para enseñar a las nuevas generaciones como convertirse en consejeros del soberano mediante el cultivo de las virtudes. Soñaban con una sociedad en la que los consejeros de los soberanos fueran elegidos por sus propios méritos. El rey tenía que elegir a sus ministros mediante la prueba de las nueve virtudes: Quien practica 3 es capaz de organizar su familia, 6 el estado y 9 el mundo en su totalidad. Y para hacernos una idea de lo que entendían por virtud. El carácter que representa la palabra significa algo así como "caminar con el corazón como si diez ojos te observaran".

Susana Corullón

  Funcionarios

El taoísmo y las religiones chinas / Henri Maspero ; prefacio de Max Kaltenmark ; tradución de Pilar González España y Rosa María López

Arte excéntrico

30 de Marzo de 2009 a las 09:36 h

De la contemplación nace el arte practicado durante siglos por los sabios taoístas y budistas Zen de China y Japón. Frente al "egocentrismo" del arte occidental, estas obras son "excéntricas"; el ego se difumina en la naturaleza, alcanzando en ella su justa medida.

El profesor José María Prieto ha donado a la Universidad Complutense una colección de 140 rollos de pinturas chinas y japonesas.

Una muestra de esta donación puede verse hasta el 3 de abril, en dos exposiciones que tendrán lugar simultáneamente  en el Jardín Botánico de la UCM y en la Facultad de Psicología.

  Arte excéntrico

Sócrates-Zhuangzi

Susana Corullón 26 de Febrero de 2009 a las 10:23 h

No todo se puede escribir.  A Sócrates no le gustaba nada la escritura, ni tampoco a los antiguos chinos. Zhuangzi, filósofo chino del siglo III a. C., nos cuenta la historia de aquel carretero que le espetó a su amo, un duque lector, que su lectura no era más que los “posos de los antiguos hombres”: 

Cuando labro una rueda – le explicó el carretero al enojado duque- si la hago holgada, entra suave pero no queda bien sujeta; y si estrecha, queda dura y no entra. Ni holguras ni estrecheces, sino lo que conviene a la mano y responde a la mente.

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Un poeta chino

24 de Febrero de 2009 a las 10:36 h

Tao Yuanming vivió en China durante la dinastía Jin entre los años 365 y 427 de nuestra era, mientras en Occidente los bárbaros realizaban sus primeras incursiones en el Imperio Romano. También en la China de la época, el norte estaba en manos de invasores, mientras que el sur era gobernado por débiles y efímeras dinastías. Nuestro poeta ocupó varias veces cargos en el gobierno, pero la turbulencia de los tiempos le llevó a buscar refugio en el campo, trabajando como campesino.
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