¡Cómo me gustan los austro-húngaros! Ciertamente no es nada fácil decir en qué consiste la condición austro-húngara (si es que alguna vez existió tal cosa). Por lo mismo, tampoco es sencillo decidir a quién podemos tildar de austro-húngaro. Y no es por falta de candidatos. Si bien el Imperio Austro-húngaro duró menos que un pastel a la puerta de un colegio (desde 1867, hasta su disolución en 1919 como consecuencia de la derrota en la Primera Guerra Mundial), llegó a contar con una población por encima de los cincuenta millones de habitantes y el número entre ellos de científicos, escritores, pintores, músicos, fotógrafos e incluso directores de cine renombrados es para quedarse boquiabiertos. Sorprendería también la variedad de nacionalidades, culturas, idiomas, y religiones. Pero en un mundo que quiere estar firmemente repartido en estados nacionales, la condición austro-húngara sólo puede ser considerada como una anomalía. Incluso retrospectivamente. De ahí el celo por adjudicar a toro pasado a todo austro-húngaro una nacionalidad convencional. Aunque a veces es complicado.
[Seguir leyendo] ¡Ah...la pasión! (a la austro-húngara)