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Sobre la historia natural de la destrucción

Javier García García 12 de Febrero de 2010 a las 09:20 h

No es Pompeya, es Hamburgo

El ser humano, gracias a su asombrosa capacidad técnica (y a su ceguera ante el dolor de sus semejantes), hace algún tiempo que ha adquirido y ejerce la capacidad de producir catástrofes similares, cuando no mayores en cuanto a poder destructor, a las que desencadena de vez en cuando la madre naturaleza. La II Guerra Mundial, entre otras lindezas históricas del siglo XX, lo demostró bien a las claras con su récord de 65.100.000 muertos (unos miles, o cientos de miles, arriba o abajo).


De lo que solemos hablar menos es de que nuestra extraordinaria capacidad técnica puede y debería servirnos para evitar que algunas catástrofes naturales resultaran tan devastadoras. ¿Por qué un terremoto de magnitud tan sólo algo inferior al de Puerto Príncipe produjo en 2008 en Los Ángeles únicamente 70 muertos (o incluso menos en terremotos recientes en Japón) en lugar de los ya más de 200.000 de Haití? ¿Tendrá algo que ver que Haití sea el país más pobre de América y, no hay que decirlo, EEUU -"América", como ellos mismos se autodenominan- el más rico? (Aunque también la devastación en forma de inundación llegó no hace mucho a los barrios negros pobres de Nueva Orleáns causando alrededor de 2.000 víctimas). ¿Hemos de llegar, pues, a la conclusión de que lo que convierte hoy en catastróficas a las catástrofes naturales es, en buena medida, la previa catástrofe humana? ¿No es acaso una catástrofe la miseria despiadada a que condenan unos seres humanos a otros? ¿Habrá de ser la naturaleza desatada -en otro tiempo, la voz tonante de la divinidad- la que tenga que encargarse de recordarle otra vez al ser humano sus deberes hacia sus semejantes?

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