Nunca he juzgado una obra de arte por su tamaño. Algunos de mis cuadros favoritos caben en una maleta (los de Vermeer, por ejemplo) y, sin despreciar las catedrales, disfruto con las iglesias pequeñas (Santa Maria dei Miracoli, por citar una). Con la literatura me ocurre lo mismo, no me parece un escritor menor el que sólo, o fundamentalmente, se dedica a los cuentos y creo que un poema puede encerrar el mundo.
Dicho eso, tengo que reconocer que las novelas de muchas páginas me producen un gusto que va más allá de otras sensaciones. Bueno, más bien es un disfrute especial porque cuando un autor me gusta, la posibilidad de entrar en su mundo por caminos largos (puede ser una única obra extensa o varias una detrás de otra), de recorrer sus territorios inventados, es un placer que no se parece a nada.
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