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Sin destino

Ana Isabel Rábade Obradó 7 de Junio de 2010 a las 19:30 h

La novela de formación (a menudo conocida por su denominación alemana de Bildungsroman) constituye una de las estructuras más clásicas de la novela. Muchas de las novelas más leídas son, de hecho, novelas de formación. El protagonista, habitualmente joven e inexperto, comienza su vida lleno de pujantes esperanzas. Se formula expectativas, persigue ilusiones, se equivoca, da algún que otro tumbo, conoce el desengaño... para, a la postre, acabar encontrando felizmente su lugar en el mundo. Algunos sueños, demasiado quiméricos, han quedado atrás, pero se ha logrado una satisfactoria madurez. El ejemplo más clásico de estas novelas es el Wilhelm Meister de Goethe, pero, por poner otros ejemplos, varias novelas de Dickens, como David Copperfield o Grandes Esperanzas, o todas las de Jane Austen (para las mujeres, ya se sabe, alcanzar madurez consistía en reconocer a la media naranja y construir con ella un sólido nido de amor burgués) son, si nos fijamos, novelas de formación.

 

Tradicionalmente, hay un momento en la vida del ser humano en el que se hace por fin cargo de su vida. Es la difícil adolescencia en la que se abandona la niñez y se ingresa en la vida adulta. Hay que amoldarse definitivamente al mundo de los adultos, un mundo que posee unas reglas que se ha de aprender a seguir, aunque no siempre se entiendan sus razones. Antiguamente era una etapa breve jalonada por ritos de paso: cuanto antes, mejor. Hoy, esta fase de transición se dilata exageradamente como claro síntoma de las dificultades del hombre actual para adueñarse de su propia vida. Estas innegables dificultades conducen a una sorprendente valoración positiva de la puerilidad, por la que gente que peina canas considera encantador comportarse como si anduviera aún en la edad del pavo. Si en otros tiempos una persona madura era un hombre o mujer en plenitud, en el presente nos parece que es alguien en riesgo inminente de que se le pase el arroz. Nos dejamos llevar, y nuestra crisis adolescente no termina nunca. ¿No es esto una renuncia?

De lo que ocurre cuando el mundo ofrece a hombres y mujeres cada vez menos facilidades para un feliz encaje en él, nos empezó a hablar Flaubert en La educación sentimental. Su protagonista, Frédéric, termina más perdido que cuando empezó, añorando esa juventud en la que no tenía nada, pero aún lo esperaba todo. La madurez ya sólo es desencanto. ¡Qué grande es ser joven!

Hay casos peores. Puede uno comenzar sintiéndose pasablemente seguro de quién es y de cuál es su lugar en un mundo que parece ofrecer un suelo lo bastante firme para asentarse en él, y luego descubrir que no puede ser quien creía ser y que el suelo se abre bajo sus pies como un abismo sin fondo. La identidad en caída libre. Esto es lo que le sucede a György Köves, el protagonista de Sin destino, la novela más conocida del húngaro Imre Kertész (Catálogo), premio Nobel de Literatura en 2002.

György tiene quince años y se asoma a la vida como suelen los adolescentes. Curiosidad, interés, temor, esperanza, y una cierta distancia respecto del mundo adulto, son ingredientes básicos de la mirada adolescente. György va al colegio, se inicia en sus primeros escarceos amorosos, intenta mantener el equilibrio entre unos padres divorciados de relaciones algo tensas y, en general, procura aceptar las cosas como le vienen y comportarse como se espera de él. No es el tópico rebelde y podría ser un adolescente como cualquier otro. Pero estamos en Budapest en 1944 y György es de origen judío. De familia asimilada, György se mueve con torpeza entre los ritos del judaísmo y no sabe realmente qué significa ser judío más allá de la infamia de la obligación de una estrella amarilla. Ser judío no es una identidad elegida o libremente asumida, sino una imposición y lo que podría ser una habitual novela de formación toma a partir de aquí un rumbo diferente: la deportación del padre, los trabajos obligatorios y, finalmente, su propia deportación a Auschwitz, Buchenwald y al pequeño subcampo de Zeitz (en estos campos menores las condiciones de vida eran, por lo general, aún más duras que en los campos de concentración de mayor tamaño y más conocidos y la supervivencia era todavía más difícil)

Puntos en mapa de Europa centralLos acontecimientos reproducen de cerca los datos de la biografía de su autor, que pasó por los campos nazis siendo adolescente. Sin embargo, Imre Kertész siempre ha insistido en que Sin destino no es un escrito autobiográfico, sino una obra literaria para cuya elaboración se sirvió de algunos hechos de su biografía, y quien lo lea únicamente como el doloroso testimonio de una víctima, entenderá el libro como mucho a medias. Sin destino es mucho más que una denuncia del verdugo y un desahogo de la víctima. Si todo documento de la barbarie de los hombres sobre los hombres plantea una muda interrogación sobre la condición humana, el arte le presta voz y lo hace trascender más allá del caso concreto para interpelarnos a cada uno de nosotros.

Sin destino puede resultar desconcertante por su distanciamiento e ironía. Narrada siempre desde el punto de vista de su joven protagonista, Kertész quiere situarnos en la mirada extrañada de quien vive por primera vez y en sus propias carnes sucesos que luego pasarán a formar parte de la Historia. György no sabe lo que significan sus propias experiencias -el nombre "Auschwitz", por ejemplo, no le dice nada-, y se esfuerza por asimilar la situación y hacer las cosas bien. Nuestro conocimiento hace más desoladora la vanidad de sus intentos: está allí para que le maten. Finalmente no ocurre así, porque unos hombres deciden salvarlo. Este giro hacia un "final feliz" no se debe, al menos exclusivamente, a una fidelidad a los hechos -aunque el propio Kertész obviamente se salvó-, ni a la imposición optimista de una salida edulcorada en medio de tanto horror.

Kertész pone en tela de juicio nuestra presuntuosa sabiduría que asume desde un principio las torturantes experiencias de un adolescente como esos hechos que tenían que ocurrir pues formaban parte de la Historia. No hay Historia, ni Destino, ni tampoco un Azar caprichoso que nos gobierna como a marionetas, sino que hay acciones de seres humanos que resultan de decisiones de seres humanos y que podrían haber sido de otra manera. Si György se salva es porque unos hombres, a riesgo de sus propias vidas, deciden salvarlo y si antes fue deportado y maltratado es porque otros hombres, con sus actos, así lo decidieron. La vida de los hombres la hacen los hombres en mucha mayor medida de lo que a veces creemos o queremos creer. ¿Es esto acaso la libertad?

Destino, azar y libertad. La literatura los ha manejado en diversas combinaciones y proporciones para narrar la vida de los hombres. Hay personajes marcados por un ineluctable destino trágico. Otros cuya vida da un vuelco repentino por obra de un azar inesperado. Algunos construyen su vida a golpes de libertad, aunque eso no les garantice ni acierto ni felicidad. La opción por unos u otros tiene a veces que ver con la época. Es un tópico -que Imagen de adolescente con traje de prisionero en una callehabría que matizar- atribuir al destino un papel central en las obras de los antiguos. Últimamente está de moda el azar, que, a más de un recurso folletinesco, puede ser también otra manera de dar nombre a la insignificancia (como en esas vacuas novelitas de Paul Auster que tanto fascinan a algunos). Sin embargo, lo ineluctable tampoco está ausente de nuestra visión actual: los amores terminan indefectiblemente mal, los individuos son zarandeados sin escapatoria por las circunstancias, el "sistema" se impone a los hombres reales sin resistencia posible... La Historia puede ser un excelente sustituto del Destino, una versión de éste más acorde con nuestra mentalidad "científica". Somos muy tajantes para creer en tan pocas cosas y todo se nos viene encima como si nos lo enviara una férrea divinidad. Pero, ¿a quién pertenece la vida de un hombre?

De Sin destino hay una versión cinematográfica a cargo del director húngaro Lajos Koltai. Aunque el guión es obra del propio Kertész, lo cierto es que la película no acaba de estar a la altura de la novela, pero se deja ver. Eso sí, a pesar de que no sé una palabra de húngaro, aconsejo verla en su versión original subtitulada, porque el doblaje al castellano me parece muy malo.

En definitiva, Kertész no es un autor para leer con prisas. La escritura de Kertész, poco dada a los alardes, está, en su austeridad, muy densamente tejida y, para aprovecharla al máximo, hay que saber leer entre líneas. Posee el rigor que hace al arte y no al ornamento.

 

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Comentarios - 6

Javier

6
Javier - 10-06-2010 - 12:42:15h

Bieeeeeen! Echaba de menos los textos de Anabel, sus reflexiones y los lugares interesantes a los que siempre me envían sus comentarios.
Una vez más has optado por el lado más terrible.
Gracias por el post!

Aurora Castillo

5
Aurora Castillo - 9-06-2010 - 18:23:44h

Solo por esat obra ya merecía Imre Kertész el premio nobel de literatura, pero, además culminó una trilogía desdicada a la asuencia de destino con Fiasco y Kaddish por el hijo no nacido.

 

En cuanto a Sin destino, lo que má me impresionó fue la inocencia del protagonista que intenta justificar todo lo que le está ocurriendo, ya que en su mente adolescente no tiene cabida tanta maldad.

 

A tantos como hablan bien del El niño con el pijama a rayas, un cuento al fin y al cabo, les aconsejo que lean esta magnífica obra.

Sinololeonolocreo

4
Sinololeonolocreo - 9-06-2010 - 17:32:50h

Respuesta a Tiana Luna:

 

Efectivamente son campos de concentración. Anabel nos pidió que pusiéramos un pie de foto; pero la manera de hacerlo (salvo en la primera) es poniendo la información en el título de la imagen. Si pasas el ratón por cualquiera de las dos imágenes podrás leer el pie de imagen que quería Anabel.
No sé si ella querrá añadir algún comentario más ;-)

Carlos González Moreno

3
Carlos González Moreno - 9-06-2010 - 17:17:46h

Muchas gracias por tu post. Tengo que decir -sin ánimo de ser cursi- que me ha emocionado por su reflexión y profundidad. Dista mucho de la banalidad y trivialidad que nos acosa por todas partes.

 

Por cierto, totalmente de acuerdo en lo de Auster.

 

Un saludo.

Tiana Luna

2
Tiana Luna - 8-06-2010 - 16:05:53h

Perdona, no sé alemán ni húngero. ¿Los puntitos del dibujo son campos de concentración? ¡¡No sabía que fueran tantos! Estupendo tu comentario. ¿Hay más libros de Kertéz que valgan la pena? ¿Alguien los ha leído?

Chechu2020

1
Chechu2020 - 8-06-2010 - 15:59:48h

Más que un post o una recomendación de lectura nos propones, a partir de Kertész, una sutil e interesante reflexión sobre quiénes somos los hijos del siglo XX, sobre nuestra débil identidad y nuestra incapacidad para hacernos dueños de nuestras vidas. Somos como una especie de supervivientes a la deriva de nuestras propias vidas, que cada vez son menos nuestras y menos propias. Es verdad que los afortunados de esta parte del mundo vivimos más tiempo y más cómodamente, pero parece que viviéramos menos intensamente que en épocas pasadas. ¿Te he entendido mal? ¿Cómo podríamos romper con esa inercia?


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