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El loro de Flaubert

Ana Isabel Rábade Obradó 5 de Noviembre de 2010 a las 02:29 h

Hay por lo menos tres caminos para llegar a leer El loro de Flaubert de Julian Barnes: Flaubert, Barnes y los loros. En mi caso, fue Flaubert. No es que no me gusten los loros. De hecho, convivo en casa, entre otros, con un pequeño agapornis. Pero, la verdad, el tema de las psitácidas sólo me parece adecuado como lectura para noches de mucho insomnio. Además, el libro va de loros disecados (¡agg!). De Julian Barnes, antes de leer el libro, esperaba francamente lo peor: escritor de moda, catalogado por algunos de postmoderno (¡agg! de nuevo), es decir, de esos que reflexionan mucho sobre la propia escritura, ofrecen un potpourrí de géneros (ya que al propio Barnes le gusta tanto la cocina, algo semejante a esos cocineros engreídos que combinan las lentejas de la abuela con alguna exótica alga japonesa y unos toques de espuma de regaliz) y nos deleitan, en fin, con toda suerte de juegos literarios (damas y caballeros, ¡más difícil todavía!). Pero, ¡me gusta tanto Flaubert! Y, como me gusta tanto lo que escribe, me interesa también todo cuanto haya disponible sobre su esquiva persona. Casi hasta la obsesión... como le ocurre al protagonista de El loro de Flaubert. Lo cierto es que, a pesar de esta coincidencia, no esperaba gran cosa del libro, ¡pero me encantó!

 

 

El género de El loro de Flaubert es inclasificable. Resumiendo, podríamos decir que está a medio camino entreAgapornis lilianae ancestral la novela, el ensayo y la crítica literaria. De hecho, cada capítulo nos sorprende con un planteamiento distinto al anterior (aunque, como Barnes lo hace con naturalidad y sin alardes, nos sorprende, pero no nos asusta). La historia entremezcla información, reflexiones y opiniones sobre la vida y obra de Flaubert, (y, a partir de ahí, sobre la escritura y el escritor) con una trama más novelística que protagoniza Geoffrey Braithwaite, un médico de mediana edad que es quien lleva a cabo las investigaciones sobre Flaubert y que ¾poco a poco nos enteramos¾ busca obsesionarse con el grandullón normando para intentar asumir el suicidio de su mujer. El contraste entre estos dos planos ¾el de la investigación sobre Flaubert y el de la vida del doctor Braithwaite¾ da lugar a una reflexión sentida y nada enfática sobre “los grandes temas”: el amor, la vida y la muerte y qué es lo que sabemos de los demás. Mucho en muy pocas páginas (poco más de doscientas). Pero tiene importantes ventajas a su favor: Barnes escribe muy bien, tiene el don de la ligereza y un ingenio nada pedante que emplea con naturalidad. El libro resulta interesante incluso para quienes no sientan tanto aprecio por Flaubert como yo, y por momentos es muy divertido. Es cierto que hay más de un recurso que podríamos denominar postmoderno, es decir, una de esas estrategias literarias de las que escritores que presumen de novedosos y vanguardistas se han apropiado, aunque algunas de ellas estén ya en Las mil y una noches o en el Quijote. Pero Barnes no recurre a ellas como un mero virtuosismo formal vacío que quiere sugerir no se qué pretendidas sutilezas metafísicas o muy intelectuales reflexiones intestinas sobre el acto de escribir. Barnes las usa con sentido: la “novedad” formal desvelando rincones y matices que permanecerían si no en la penumbra y arrojando ambigüedad sobre lo que realmente no está tan claro. ¿Qué otra cosa ha hecho siempre la buena literatura?

            ¿En qué momento de su lectura me “enganchó” El loro de Flaubert? Lo tengo muy claro: capítulo segundo, titulado “Cronología”. En él, Barnes nos ofrece sucesivamente y sin mayores explicaciones tres cronologías posibles de Flaubert. La primera, la más tópica, espiga los hitos de su biografía tal como suele aparecer en tantas pequeñas reseñas biográficas presentes, por ejemplo, en ediciones académicas de sus obras: el niño inteligente y prometedor, las publicaciones, los éxitos, el reconocimiento. La segunda, más íntima e inhabitual, recorre la misma vida desde el punto de vista de sus fracasos: muertes, amores contrariados, enfermedades, decepciones. La tercera, a través de las palabras del propio Flaubert, es la más directa y desolada. Más allá del juego literario, Barnes hace uso del bisturí para adentrarse en un hombre y la relación que mantuvo con su obra.

 Moraleja: en literatura, no hay recursos malos, sino escritores mediocres.

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