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España descubierta por un peruano

Javier Gimeno Perelló 17 de Diciembre de 2012 a las 17:59 h

Fernando Iwasaki Cauti: El descubrimiento de España. Lima, Santillana, 2008

No deja de ser curioso para los oriundos de la antigua metrópoli que un oriundo de una antigua colonia hable del descubrimiento de España. Tal vez sea cierto que si América fue supuestamente "descubierta" por los españoles, según decimos desde este lado, no lo sea menos que España también lo fuera por los americanos, pero tuvo que llegar la independencia para conocer algo del país que un buen día, trescientos y pico años antes, les "descubrió".

Desembarazados de las huellas no poco sangrientas y crueles de lo que también se llamó conquista, les quedó sin embargo a los habitantes de aquellas tierras algo tan preciado y vital como una lengua común, aun a costa de la desaparición de tantas y tantas lenguas vernáculas. Pero gracias a esa lengua impuesta pudieron conocer mejor una cultura, también a costa de la desaparición de otras, que sin embargo les ha sido, y es en buena medida aun hoy, ajena y distante. Lengua para comunicarse, para conocer y conocerse, lengua para encontrarse.

 

Empezaremos por decir con Guillermo Cabrera Infante, prologuista, "lo que este libro no es": ni libro de cuentos, ni novela, ni autobiografía, ni ensayo. "Es, simplemente, literatura". Literatura muy próxima al ensayo, añadimos con la modestia que inflinge una lectura atenta.

¿En qué momento se jodió el Perú?, se pregunta el autor en uno de los capítulos. Buena pregunta para un peruano y para cualquiera en referencia a su país. La respuesta no está en el momento histórico de la conquista española, como cabría esperar tratándose de una obra donde se reflexiona, entre otros muchos temas, sobre el descubrimiento. Si así fuera, la respuesta a este tipo de pregunta siempre sería la misma: la historia. ¿Cuándo se jode un país? Pues depende. Suponiendo que podamos afirmar para todos los casos que existe un momento a partir del cual un país se desgracia. ¿Acaso era Perú "feliz" antes de ser conquistado por Pizarro?¿Acaso lo era España, o lo que quiera que fuesen aquellas tierras de Hispania antes de ser conquistadas por Roma? ¿O cuando expulsó a los árabes? Éstas y otras elucubraciones nos propone Iwasaki para acabar denunciando que "los peruanos hemos abusado demasiado del cainita recurso de achacar nuestro subdesarrollo a otros países porque así escamoteamos nuestras propias culpas". El Perú se jodió, advierte, "en cuanto nos vimos obligados a tomar decisiones". Sentencia muy probablemente extrapolable acaso a tantos y tantos países.

Otro tema que aborda nuestro autor, entre muchos que no es posible desmadejar aquí, es el americanismo. Critica el afán exclusivo y no pocas veces excluyente de quienes se definen como americanistas porque entienden que esta disciplina no ha de contaminarse de ninguna otra. Al contrario que el hispanismo, cuya episteme se enriquece con la aportación de otras fuentes y campos de conocimiento, el americanismo tiende a la endogamia. Considerar la historia, la literatura y la cultura americana en general como un todo único e indivisible sin influencia ninguna de otras culturas es negar la naturaleza misma de la ciencia. De ahí que ignoren o desprecien a grandes pensadores que han abordado aquella disciplina no como un campo aislado sino en estrecha relación con la historia europea y universal, con la antropología, con la sociología, la teoría literaria, la lingüística y tantas otras ciencias: desde los historiadores Claudio y Nicolás Sánchez Albornoz, Américo Castro o Juan Marichal, antropólogos como Caro Baroja, filósofos de la talla de Ortega, María Zambrano, José Gaos o Zubiri, filólogos como Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Navarro Tomás o Amado Alonso, o polígrafos como Menéndez Pelayo, Unamuno o Salvador de Madariaga, entre muchos otros, todos ellos le han dedicado al americanismo grandes textos de hondo calado que le han colocado en el lugar de las humanidades que le corresponde, todo lo contrario de quienes han pretendido ponerlo en un pedestal que lo ha cubierto de exclusivismo excluyente y espúreo.

Libro este de reflexiones sugerentes de un peruano capaz de comprender cuánto ha descubierto en España "a través de la memoria, el estudio y la experiencia". Desde su exilio voluntario en Sevilla, revela, "he aprendido que mi casa no es de donde salí. Antes bien, es a donde regreso".

Escritor e historiador peruano, Fernando Iwasaki Cauti vive afincado en Sevilla desde hace más de veinte años. Autor de novelas, cuentos y crónicas literarias como Neguijón o Libro de mal amor, dirige la revista literaria Renacimiento.

 

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