En una mañana de junio en Ibiza vi la luz por primera vez en mi vida. Aquella luz se diferenciaba a la de Valdepeñas (Ciudad Real), donde me trasladé a los cinco años, pero me parecía igual de pura e intensa. Se puede decir que era adulta cuando descubrí la luz magnánima de Madrid donde comencé a estudiar Ciencias Políticas.
Fue en mi período noruego, a los veintidós años, cuando comprobé que la oscuridad también es necesaria para valorar las distintas intensidades de luz del pasado y del ser humano y, aceptando las nubes y los claros que las personas albergan en su trayectoria vital y en su naturaleza humana, continué escribiendo y dejando patente toda esa energía que esta dualidad real, vital, nos aporta y, día a día, nos transforma.