En este tercer capítulo sobre la Tranquilidad del ánimo, Séneca quiere destacar la importancia de la silenciosa labor de los preceptores quienes, retirados de la ruidosa sociedad, forman a los jóvenes con sus sabios consejos. Cree que no solamente el servicio activo de funcionarios, como los pretores, es beneficioso para la República.
Navarrete, consultor del Santo Oficio y preceptor del Cardenal Infante, no dejará de aprovechar este pasaje para identificar a aquellos pretores con sus equivalentes en la sociedad coetánea, los corregidores. De esta manera, la enseñanza que persigue puede ser más efectiva, aunque sea a costa de una traducción no demasiado fiel.
El Corregidor fue un funcionario, con amplios poderes para gobernar y juzgar, que estuvo presente en la Administración Local española desde que los Reyes Católicos lo instituyeron como figura administrativa hasta la desaparición del Antiguo Régimen en el siglo XIX.
Alfonso de Palencia en su Universal vocabulario (Sevilla, 1490) aún no recogía el término "corregidor" y sí "pretor": "se dize quasi príncipe de la cibdad..., pretores son tanbien los prefettos dichos quasi prepositores que eran los que iudagauan las causas iuridiciales."
Antonio de Nebrija en su Diccionario Latino-español (Salamanca, 1492) es quien recoge el término por primera vez y, además, lo asocia a pretor: "prætor-oris: por alcalde o corregidor".
Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española, 1611, también recoge el término: "corregidor, el que rige y govierna alguna ciudad o pueblo, latine prætor".
La traducción de Navarrete, como ya hemos señalado, gozó de gran popularidad y fue utilizada largo tiempo como fuente de estudio de la obra de Séneca. Como ejemplo podemos decir que hasta María Zambrano la utilizó para elaborar su antología sobre El pensamiento vivo de Séneca (Buenos Aires, 1944), en la que aún aparece mencionado el "corregidor".