Nosotros los Bibliofilos. Conferencia de Joaquín González Manzanares.
Ciclo de conferencias Bibliofilia y Mercado del libro. 4 de Mayo de 2004.

Presentación de Manuel Sánchez Mariana

El libro es objeto tan singular, que en él convergen una serie de profesiones que, siendo en sí muy diferentes, tienen a veces tantas conexiones que sus límites se confunden: bibliófilo, bibliógrafo, bibliotecario, o bibliópola. Y a nadie extrañe que considere la de bibliófilo una profesión. ¿O a caso alguien duda de que el Sr. González Manzanares, por ejemplo, profesa la bibliofilia? Según el Diccionario de la R.A.H., profesar es “ejercer una cosa con inclinación voluntaria y continuación en ella”, como el que profesa amistad, y también por tanto, como el que profesa amor a los libros, y profesión es la “acción y efecto de profesar”; en este sentido, la de bibliófilo suele ser sin duda una de las más firmes profesiones que puedan existir.

            Y es que, en verdad, el libro (que según bibliófilos, bibliógrafos, bibliotecarios o bibliópolas, sigue siendo el más genial invento del hombre), es también el objeto más digno de amor que existe. El libro lo da todo a cambio de nada (o de casi nada, pues ¿qué son unas pocas –o aunque no sean tan pocas- monedas invertidas en su adquisición?). Pero luego ya nunca más nos pedirá nada, y en cambio nos lo dará todo. El libro nos instruye, nos alecciona, nos consuela o nos deleita, en cualquier ocasión, siempre que necesitemos de él lo tenemos a mano, y nunca nos pide nada a cambio. Toda la experiencia de otros hombres a los que no hemos tenido la fortuna de conocer ha quedado plasmada en los libros, y nos es dable aprovecharla y atesorarla como el don más preciado de la humanidad.

            Pero es que además, y por si fuera poco, el libro (y cuando hablo de libro me refiero solo y exclusivamente, faltaba más, al libro/códice, es decir, al “conjunto de muchas hojas de papel, vitela, etc., ordinariamente impresas, que se han cosido o encuadernado juntas con cubierta de papel, cartón, pergamino u otra piel, etc., y que forman un volumen” [DRAE]), además de encerrar todo el tesoro de la experiencia humana, puede ser soporte de un texto especialmente correcto y próximo al que salió de la mano de su autor, o bien adoptar una forma especialmente bella. Casos en que el amor puede derivar en pasión, aunque esto no quita para que cualquier libro pueda ser amable, si su contenido es sublime, como el antiguo, si bien modesto, ejemplar de Horacio de don Marcelino:

 

            “Mas no en tersa edición rica y suntuosa;

            No salió de las prensas de Plantino,

            Ni Aldo Manuzio le engendró en Venecia,

            Ni Estéfanos, Bodonis o Ezelvirios

            Le dieron sus hermosos caracteres.

            Nació en pobres pañales; allá en Huesca

            Famélico impresor meció su cuna;

            Ad usum scholarum destinole

            El rector de la estúpida oficina...”

 

            Los bibliotecarios estamos muy acostumbrados a este amor al libro por el libro, a cualquier libro, por lo que supone y representa para el hombre, sea cual sea su forma y materia, pero aun así creo que, por lo menos a los bibliotecarios de libros antiguos, la costumbre no nos quita nunca la emoción al sostener entre las manos algún ejemplar especial por diversos motivos, la edición del Quijote que pudo leer y corregir el propio Cervantes, el ejemplar de Newton en que sus contemporáneos pudieron asimilar sus revolucionarias teorías científicas, el producto ejemplar de la corrección y el buen gusto de una edición de Ibarra o Sancha. Por narrar una experiencia vinculada a esta Biblioteca Histórica Complutense, algunos de los presentes recordarán la emoción e incluso unción con que contemplamos, hace pocos años, un ejemplar de gran rareza impecablemente impreso por Bodoni que llevaba la firma del propio impresor, que apareció entre sus fondos.

            Este ciclo organizado por el Foro Complutense y por la Directora de la Biblioteca Histórica, Ana Santos, es una magnífica ocasión para unir a bibliófilos, bibliógrafos, bibliotecarios y bibliópolas, a los amigos y profesionales del libro, en suma, en torno a unas intervenciones en las que se  cuenta no solo con un cualificado representante de cada parcela, sino además con un especialista que introduce y situa las intervenciones en su contexto. Joaquín González Manzanares hablará en nombre de los bibliófilos, Elena Gallego se referirá al mercado del libro y, sin duda, al de las subastas, en el que cuenta con especial experiencia, y Julián Martín Abad se referirá al valor del libro desde el punto de vista del bibliógrafo y bibliotecario, pues en ambos campos es autoridad indiscutible. Fermín de los Reyes y Mercedes Fernández Valladares, destacadas figuras procedentes del Departamento de Bibliografía de la Complutense, y por tanto discípulos de alguien a quien no podemos olvidar hoy aquí, de don José Simón Díaz, introducirán sendas conferencias, con resultado sin duda de gran eficacia y del mayor interés.

 

            Y a nosotros nos toca presentar a alguien que por su probada dedicación y por su trayectoria no necesita presentación en el mundillo del libro antiguo, pero sí entre el público en general que muchas veces no está enterado de cosas que necesitarían una mayor divulgación. Joaquín González Manzanares, como ya dijimos, y aparte de otras actividades profesionales y empresariales, profesa la bibliofilia. No recuerdo exactamente cuándo conocí a Joaquín González Manzanares, pero sí dónde, en la Biblioteca Nacional, y también en qué ocasión, con motivo de su interés por el manuscrito de las Introductiones latinae de Antonio de Nebrija dedicado al ilustre mecenas y bibliófilo don Juan de Zúñiga, maestre de Alcántara, admirador y protector del nebrisense. No dejó de llamarme la atención que alguien ajeno al mundo académico se dedicase a esas cuestiones, y todavía más que me llamase la atención sobre que la interpretación de la miniatura del manuscrito que hizo Domínguez Bordona era errónea, pues el personaje que centraba la escena, sentado en su cátedra, era el propio Nebrija impartiendo su lección en la casa de Zúñiga en Zalamea, mientras que a la izquierda aparecían el Maestre de Alcántara, con el hábito de su orden, y su hijo, y rodeándoles el resto de su corte o academia humanística. Creo que apartir de entonces González Manzanares se ganó mi aprecio intelectual, pero en las restantes ocasiones en que nos hemos encontrado este aprecio se ha extendido al terreno humano, pues comprendí que la actividad de bibliófilo de González Manzanares no se limitaba a satisfacer un anhelo personal, sino que se dirigía a un fin claramente social, basado en su acendrado amor por su patria, en el sentido cervantino, Extremadura, y por su ciudad natal, Badajoz.

            Por tanto, y para acabar ya esta introducción, no quiero dejar sin destacar la que considero la principal creación de González Manzanares, que así consiguió lograr el deseo irrealizado de Gallardo y de Rodríguez Moñino: la creación de la Unión de Bibliófilos Extremeños. Retomando la vieja institución decimonónica de las Sociedades de Bibliófilos, González Manzanares ha sabido recrear, dotándola de un sentido moderno de servicio a la sociedad, una asociación al servicio de la cultura que es ejemplo a seguir para otras autonomías y que ya hoy cuenta con un historial que es realidad viva más que proyecto: publicaciones ejemplares por su interés y por su presentación tipográfica, difusión a través de periódicos de amplio alcance, montaje de exposiciones, celebración de Jornadas Bibliográficas que han encontrado un amplio eco entre los especialistas, celebraciones del Día del Bibliófilo de eco popular, promoción del establecimiento de una bibliografía extremeña y de una gran biblioteca regional, y en general la promoción de la cultura escrita en todos los ámbitos con el fin, diría yo, de explicar y continuar esto que, a los que nos hemos interesado por la historia de la bibliofilia nos ha llamado siempre la atención y no nos hemos sabido explicar, la gran cantidad y calidad de nombre señeros de extremeños que aparecen entre los amantes y estudiosos de los libros, desde Arias Montano hasta Rodríguez-Moñino, pasando por Gallardo y cómo no, por el Príncipe de la Paz, olvidado como tal y a quien González Manzanares ha tratado de rescatar del olvido. Por todo esto, no dudo que lo que nos va a contar hoy González Manzanares tendrá para todos, y para mí el primero, un gran interés.

 

Manuel Sánchez Mariana

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