Me veo en la obligación moral de explicar por escrito los extraños sucesos de los que fui testigo y partícipe durante mi huida de la justicia francesa, cuando llegué a aquella remota finca perdida en medio de la selva virgen, a un día de viaje desde Iquitos. Quizá si relato lo que viví durante mi estancia en aquel suntuoso palacete, alguien pueda dar por fin un sentido a todo aquello, o acaso ese alguien pueda por fin certificar mi locura. Aun demostrándose mi demencia, hallaría cierta serenidad para mi espíritu, puesto que lo acontecido no sería algo distinto de una pesadilla que se hubiera filtrado hasta mi conciencia durante la vigilia. Mi locura sería una respuesta consoladora, pues de lo contrario sería horrendo no solo para mí, sino para cualquiera de nosotros pensar en la naturaleza de los componentes del alma de todo ser humano.
[Seguir leyendo] Eva desencadenada