¿Quién no se ha visto, a lo largo de la vida, enfrentado en uno u otro momento al implacable, inmovilista, incomprensible y a la par genuinamente kafkiano aparato burocrático? Una vieja máxima, en ocasiones esgrimida por los anquilosados e imperturbables representantes de tan distinguida profesión, reza que "la fortaleza del aparato burocrático se mide por su capacidad para denegar los medios a quienes los solicitan", lo que puede considerarse una magnífica caracterización, aunque deje de lado algunas de las propiedades intrínsecas del sistema, como la existencia de multitud de normativas contradictorias y en ocasiones mutuamente excluyentes, así como su inextinguible afán por dilapidar recursos en infinitos trámites ocasionalmente absurdos y accesorios, rechazando con contundencia cualquier variante, mejora o innovación que pueda agilizar u optimizar el procedimiento, cuestionando de esta forma la sacrosanta e inviolable naturaleza de la normativa oficial, por ineficiente que ésta resulte, y elevando la burocracia al nivel de un culto sagrado al que todo ser viviente debe postrarse en señal de su devoción.
[Seguir leyendo] Sicut societas sic ius: el burocratismo en la ciencia ficción