Por la noche ponían velas para atraer a las mariposas.
Casi siempre llegaban desordenadas, en nubes de hasta treinta y cuarenta ejemplares, y daban tres vueltas a la residencia antes de decidirse a entrar. Pero cuando lo hacían, cuando consideraban que nada más peligroso que los ojos de un grupo ecléctico de naturalistas las amenazaba, lo decidían a la vez. No una y después otra y tras esa otra más. Todas a la vez, entrando por las ventanas, atraídas por una luz rutilante.
Era ese extraño fenómeno de decisión colectiva lo que fascinaba a Ruth Sánchez, no el hecho de que los insectos recorriesen cientos de metros (kilómetros a su escala) movidos por la añoranza de la llama, de su falso calor. La imprevisible habilidad de los sistemas caóticos para generar orden de forma espontánea. Mariposas en vuelo.
[Seguir leyendo] Efecto campo