La gloria y el lujo del museo vivían en el recuerdo de décadas pasadas, y la falta de presupuesto y personal, así como la desidia del Estado que se presentaba como el guardián y el garante de toda cultura, habían causado estragos en la estructura edilicia. A pesar de que Sara Gould, última descendiente del Doctor Gould a quien homenajeaba el museo, implorara en la alta sociedad, de la que también formaba parte, para que nada de lo que allí se encontraba se perdiera, todo continuaba igual. Sabido es que entre los deseos, las palabras y los hechos median los intereses de los implicados. Y si nada cambió, no fue más que para mantener las apariencias; la falta de donaciones y del dinero necesario se lloraban en secreto.
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