El enemigo común de los hombres, en su deseo de conducir la raza humana a su perdición, ha encontrado innumerables vías de vicio. Paralelamente las criaturas de la piedad (los monjes) han descubierto diferentes escaleras para subir al cielo. Los más, innumerables, se reúnen en grupos (...), otros abrazan la vida solitaria (...), hay quienes habitan bajo tiendas o en cabañas, otros prefieren vivir en cavernas o en grutas. Muchos no quieren saber de grutas, ni de cavernas, ni de tiendas, ni de cabañas y viven a la intemperie, expuestos al frío y al calor (...). Entre éstos, hay quienes están constantemente de pie, otros sólo una parte del día. Algunos cercan el lugar donde se encuentran con una tapia, otros no toman tales precauciones y quedan expuestos, sin defensa, a las miradas de los que pasan (XXVII).
Teodoreto de Ciro
Se llamaba Simeón y era cosmonauta. Era un hombre triste y melancólico que no gustaba de hablar con sus compañeros. Ellos le veían raro y la rutina de los largos viajes había hecho que dejaran de hablarle. Sólo lo imprescindible. Que si has revisado el informe del propulsor principal. Que si el diagrama de ruta. Casi todo cuestiones técnicas.
En la nave también viajaban idealistas. Cosmonautas jóvenes que soñaban con mundos distantes. Formas de vida misteriosas como corazones dorados enterrados bajo una tierra lejana. Había uno especialmente comunicativo que quería saber algo más de Simeón, el reservado.
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