Cuando tan solo tenía 8 años, me regalaron mi primera consola, una Atari 2600. Aquel aparato era una maravilla: con un procesador de apenas 8 bits las posibilidades parecían infinitas. Sin embargo, un par de años más tarde empecé a creer que ya había llegado al límite de lo que me podía ofrecer la consola. Dominaba absolutamente todos los juegos que me interesaban, es decir, el Pong y el Space Invaders (jaja). Así fue como la Atari empezó a coger polvo.
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