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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Miércoles, 24 de abril de 2024

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Sci·Fdi:
Revista de ciencia ficción, 2010 JUN 15; (2)

Efecto campo

Por la noche ponían velas para atraer a las mariposas.

Casi siempre llegaban desordenadas, en nubes de hasta treinta y cuarenta ejemplares, y daban tres vueltas a la residencia antes de decidirse a entrar. Pero cuando lo hacían, cuando consideraban que nada más peligroso que los ojos de un grupo ecléctico de naturalistas las amenazaba, lo decidían a la vez. No una y después otra y tras esa otra más. Todas a la vez, entrando por las ventanas, atraídas por una luz rutilante.

Era ese extraño fenómeno de decisión colectiva lo que fascinaba a Ruth Sánchez, no el hecho de que los insectos recorriesen cientos de metros (kilómetros a su escala) movidos por la añoranza de la llama, de su falso calor. La imprevisible habilidad de los sistemas caóticos para generar orden de forma espontánea. Mariposas en vuelo.

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Desafío N41RN3

Sujeto GA%3. Para consultar detalles sobre su estado ver más en N41RN3 - GA%3.

Es difícil entender cómo no pudimos verlo antes. Nuestros ojos están en la Tierra, pero, no sé,contábamos con que otros debían estar observando el cielo, atentos. Es normal pensar que la culpa esde otras personas, pero, ¿qué podía hacer alguien como yo? No es una excusa, es decir, para mí el cielosolo es el cielo. Yo era un , mi vida erasencilla, pagaba mis impuestos, esperaba que parte de lo que me quitaban pagase todo aquello, es así.

Un día lees el periódico y está ahí. Una piedra enorme se mueve en nuestra dirección. ¿Cuántas veces seleen cosas así? Es más, al día siguiente casi siempre lees que la posibilidad de impacto es del tanto porcierto, u otra publicación te dice que es de otro tanto. Si el tema es suficientemente interesante o noocurre nada en un día como aquél, incluso puedes poner la televisión por cable y ver que en algún lugaralguien está llenando unos cuantos huecos vacíos en su programación con expertos de todo tipo.

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Mercancía desaprovechada

La Androide se amasa el cableado de su cabeza, lleva un cuchillo en la mano, anda frenéticamente por la estancia, de un lado a otro. En un rápido golpe estrella el cuchillo contra su cuerpo, el metal resuena estruendosamente, el cuchillo se aplasta.

-Mercancía desaprovechada­ -masculla para sí­- mercancía olvidada e inútil­-. Y repite el violento acto del cuchillo, destrozando ésta vez también el mango.

Es su cuarto intento de suicidio. Primero intentó ahogarse, pero su batería de hidrógeno y sus cables orgánicos son resistentes al agua. Acto seguido probó con lanzarse desde la planta 2000 del edificio, pero el material deformable, altamente resistente de su cuerpo salvó la caída. Entonces intentó quemarse, pero sólo consiguió chamuscarse y colapsar sus circuitos del dolor. Por último intentó acuchillarse.

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Paulina

Las filas de vehículos avanzan y vuelven a detenerse frente a los puestos de control. Está oscuro todavía y la llovizna de hace un rato perla los vidrios; dentro del colectivo hace un frío de morirse. Paulina consulta su reloj: Las seis de la mañana. Va lento el asunto, murmura entre dientes. Tiene ganas de orinar. Los golpes en el vidrio la sobresaltan. La puerta se pliega con un chasquido y suben dos guardias armados; al igual que el resto de los pasajeros, Paulina se arremanga para que puedan escanear el código de identificación que lleva tatuado en el antebrazo derecho.

Cuando la barrera se levanta, el colectivo arranca perezosamente, pasa debajo del cartel que dice: “Bienvenido / Ciudad Autónoma de Buenos Aires” y toma la subida a la autopista. Paulina no mira sobre su hombro, sabe que los puestos de control y el río van quedando atrás; siente una especie de íntima satisfacción, como cada vez que entra a la ciudad, pero no quiere ponerse contenta. Es demasiado pronto para eso, piensa.

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La caja

Sentada dentro de la caja, la multitud esperaba ansiosa. Muy pronto algún pseudolíder les hablaría, y ellos quedarían extasiados. Luego, se levantarían y alzarían a quienquiera que les hubiera hablado, como una procesión violenta de santos.

Escuchaba los bombos, los gritos desenfrenados. Querían que se les hablara ya, querían revuelo. Querían adrenalina, querían guerra. No importaba qué querían, cuando el pseudolíder hablara iba a haber violencia, iba a haber un apoyo desenfrenado hacia él, tampoco importaba lo que él les dijera. Y el pseudolíder entra.

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Fuego

El capitán Fernández adopta una actitud solemne mientras ordena la maniobra de aproximación al complejo. El personal de su nave al completo le acompaña en el puente, quince personas entre tripulación y familiares, que se agolpan en la abigarrada estancia para poder contemplar la impresionante masa del planeta A17-222 desplazándose lentamente a través del pequeño visor rectangular de la cabina.

Fernández no puede evitar tener la sensación de estar visitando un descomunal mausoleo mientras observa los remolinos de nubes en hermoso contraste con el naranja intenso de la yerma superficie. Hace trescientos años estándar los ríos serpenteaban buscando océanos repletos de agua y vida en este mundo.

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Duplicado

—Seguramente ha sido un fallo en la transmisión de los pares de bits clásicos.

Cuando Bob Bennett se sacudió los restos de la masilla viscosa que lo aprisionaba y salió del nicho de teletransporte, dispuesto a disfrutar del golf Marciano, las vistas de Valles Marineris y otros lujos de unas vacaciones que sólo un puñado de bolsillos selectos se podía permitir, no pudo ni por un instante imaginar que acabaría encerrado allí, en aquella cutre y maloliente celda.

—¿Sabe lo que son los bits clásicos? —insistió la voz.

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Simeón el estilita

El enemigo común de los hombres, en su deseo de conducir la raza humana a su perdición, ha encontrado innumerables vías de vicio. Paralelamente las criaturas de la piedad (los monjes) han descubierto diferentes escaleras para subir al cielo. Los más, innumerables, se reúnen en grupos (...), otros abrazan la vida solitaria (...), hay quienes habitan bajo tiendas o en cabañas, otros prefieren vivir en cavernas o en grutas. Muchos no quieren saber de grutas, ni de cavernas, ni de tiendas, ni de cabañas y viven a la intemperie, expuestos al frío y al calor (...). Entre éstos, hay quienes están constantemente de pie, otros sólo una parte del día. Algunos cercan el lugar donde se encuentran con una tapia, otros no toman tales precaucio­nes y quedan expuestos, sin defensa, a las miradas de los que pasan (XXVII).
 Teodoreto de Ciro
 
Se llamaba Simeón y era cosmonauta. Era un hombre triste y melancólico que no gustaba de hablar con sus compañeros. Ellos le veían raro y la rutina de los largos viajes había hecho que dejaran de hablarle. Sólo lo imprescindible. Que si has revisado el informe del propulsor principal. Que si el diagrama de ruta. Casi todo cuestiones técnicas.
 
En la nave también viajaban idealistas. Cosmonautas jóvenes que soñaban con mundos distantes. Formas de vida misteriosas como corazones dorados enterrados bajo una tierra lejana. Había uno especialmente comunicativo que quería saber algo más de Simeón, el reservado.
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