THESAURUS: Agencia, Aporía,
Arqueología, Base, Canon, Centro/Margen, Clase, Crítica
Afroamericana, Crítica cultural, Crítica feminista, Crítica
homosexual, Crítica marxista, Crítica psicoanalítica,
Deconstrucción, Écriture fémenine, Esencialista,
Estudios culturales, Estudios de lo blanco, Estudios étnicos,
Estudios de género, Estudios postcoloniales, Falogocentrismo,
Genealógico, Ginocrítica, Habla/Escritura, Hegemonía,
Hermenéutica de la sospecha, Heterosexual/Homosexual, Híbrido,
Identidad, Ideología, Indeterminación, Intelectuales de
Nueva York, Interpelación, Intertextualidad,
Logocentrismo, Masculino/Femenino, Minoría, Modelo neurótico
de creatividad, Muerte del autor, Multiculturalismo,
Neohistoricismo, Patriarcal, Performativo,
Postestructuralismo, Postmodernismo, Raza, Retórica,
Subalterno, Sujeto, Teoría, Textualidad, Superestructura,
Valor. I. Postestructuralismo y
Deconstrucción
No resulta fácil señalar
cuándo surgen las primeras disensiones dentro del propio
estructuralismo que anuncian su superación por el
postestructuralismo. La obra estructuralista de Roland
Barthes y de Michel Foucault quienes, junto al psicoanalista
Jacques Lacan y a los filósofos Jacques Derrida y Louis
Althusser, son los principales impulsores del cambio, ya
muestra los primeros signos de distanciamiento a partir de la
segunda mitad de los años sesenta. En Estados
Unidos, el postestructuralismo irrumpe, cual caballo de Troya,
cuando el estructuralismo estaba todavía tratando de
asentarse: entre los ensayos sobre el estructuralismo del
libro The Languages of Criticism and the Sciences of
Man, publicado en 1970, años antes de la aparición de dos
de los libros capitales del estructuralismo norteamericano,
Structuralism in Literature (1974) de Robert Scholes
y Structuralist Poetics (1975) de Jonathan Culler, se
incluía uno de Derrida que atacaba el concepto mismo de
estructura.
El postestructuralismo, al
que se puede considerar parte, a su vez, de esa contestación
general de nuestros modos de conocimiento y representación que
es el postmodernismo, no nombra ningún movimiento
crítico concreto. Abarca, de manera flexible, aquellas
propuestas teóricas que, tras el estructuralismo, se
caracterizan, en primer término, por renunciar al objetivo de
éste de desarrollar paradigmas críticos comprensivos y
coherentes. En el área específica de la teoría
literaria, los enfoques postestructuralistas descartan los
intentos científicos del estructuralismo de establecer
sistemas de significación, poéticas y gramáticas de los tipos
literarios o de los modelos interpretativos, que describan el
fenómeno literario. La inestabilidad y
multiplicidad de las formas y manifestaciones
literarias, según los postestructuralistas, desafían y hacen
fracasar el propósito de establecer totalidades
epistemológicas. El pensamiento postestructuralista que
influye en el desarrollo de los estudios literarios excede las
fronteras de éstos. Comprende escritos provenientes de
otras disciplinas que se distinguen por poner en tela de
juicio premisas del saber, no sólo de la literatura sino de la
cultura en general, que se tenían por naturales, normales o
evidentes. La obra especulativa y radical de Foucault
sobre las instituciones y las conductas sociales, o sobre las
prácticas discursivas de la sociedad con sus normas y maneras
de representar, están a medio camino entre la historia y la
sociología. Los ensayos de Lacan sobre el papel mediador
del lenguaje en la formación de la identidad del sujeto
pertenecen al psicoanálisis. Algunos de los libros de
Barthes, Mitologías, El imperio de los signos o Cámara
lúcida, salen del terreno de la literatura para estudiar
otras prácticas culturales como los vestidos, la publicidad,
los modales y la escritura gráfica del Japón o la
fotografía. La renovación de la teoría marxista de
Althusser se centra en la constitución y la autonomía de
acción del sujeto en la realidad sociopolítica e
ideológica. Se crea así, como apunta Jonathan Culler,
género misceláneo, apodado teoría, compuesto por
obras que tienen la virtud de poner a prueba y modificar la
teoría y la práctica de otras disciplinas que no son a las
que, en principio, pertenecen (Literary Theory
3). Esta teoría se caracteriza por ser
compleja, por presentar descripciones y conceptos que no son
particularmente rigurosos y científicos pero que, sin
embargo, poseen una gran capacidad retórica y argumentativa y,
en tercer lugar, por considerar la literatura como una
práctica cultural más, relacionada con las demás que genera
una sociedad dada. Con respecto a esto último, la noción
de literariedad en la crítica literaria
postestructuralista no se circunscribe, como ocurría en los
enfoques formalistas, a los textos literarios, a los de
supuesta naturaleza y fines estéticos, sino que se extiende a
otros tipos de textos. La deconstrucción ocupa, sin duda, el
lugar más destacado dentro del postestructuralismo. De
hecho, no es raro encontrar ambos términos identificados, como
si fuesen la misma cosa. El impulsor y principal teórico
de la deconstrucción, el filósofo francés Jacques Derrida,
publica los libros que exponen sus ideas acerca del lenguaje y
la escritura, De la Gramatología y La escritura y la
diferencia, a finales de la década de los años
sesenta. Ambos aparecen traducidos en los años 1976 y
1978, respectivamente, en Estados Unidos. Los
deconstruccionistas no llegaron nunca a constituirse en
escuela crítica. Ni lo pretendieron ya que, como el
propio Derrida advirtió en alguna ocasión, tal cosa hubiera
supuesto admitir la misma posibilidad, que ellos niegan al
estructuralismo, de poner en pie una metodología sistemática y
normativa. Los seguidores norteamericanos de la
deconstrucción más representativos han sido J. Hillis Miller y
Geoffrey Hartman, procedentes de la crítica fenomenológica,
Paul de Man y Harold Bloom; todos ellos profesores de la
Universidad de Yale por lo que se les suele agrupar bajo el
nombre de Escuela de Yale. Este hecho de ser
profesores y el más relevante de, también como los nuevos
críticos, centrar su interés en las características textuales
de la obra, descuidando otros aspectos de la comunicación
literaria como el autor, el lector o el contexto
sociohistórico, les ha valido asimismo el sobrenombre de la
Nueva Nueva Crítica.
Derrida comienza por
desmontar o deconstruir el par binario tradicional de
las teorías del lenguaje, de Platón a Saussure, en el que uno
de sus elementos, el habla, se considera superior y más digno
de atención que el otro, la escritura. Esta preeminencia
del habla se funda en la noción dominante del pensamiento
occidental que Derrida denomina la metafísica de la
presencia. En cualquier enunciado hablado, las palabras
están aún próximas al emisor, a la persona, a la voz, es
decir, al centro que ancla, autentifica y garantiza su
significado. Lo que se quiere decir se mantiene cerca de
la intención, la mente, el sujeto, el logos, que lo
formuló y que puede responder por él, verificándolo o
corrigiéndolo en caso de disputa o conflicto. Este
logocentrismo, que presupone una presencia tras
el lenguaje, cumple la función fundamental de
asegurarnos que el lenguaje será el vehículo fiable que
precisamos para transmitir información o comunicar ideas y
emociones. Sin embargo, como Platón ya temía, la
escritura, señala Derrida, no procede de acuerdo a este
logocentrismo y a dicha metafísica de la
presencia. El lenguaje escrito teje una red
textual que obstaculiza y paraliza esa presunta función y
capacidad del lenguaje, según parecía observarse en el habla,
de comunicar fiablemente un significado o de referirse directa
y transparentemente a las cosas de la realidad. La
textualidad de la escritura pone en marcha dos mecanismos que
Derrida califica respectivamente como difference y
deference. El primero ya estaba en Saussure e indica
que el significado de una palabra deriva primordialmente de
sus diferencias con otras palabras. El segundo es una
aportación de Derrida y alude al hecho de que el significado
de las palabras en el texto permanece aplazado y diferido
continuamente; no alcanza nunca su cierre o
closure. Ambas propiedades de las palabras en el
texto se unen en el término differance acuñado por el
propio filósofo francés. Esta differance de la
escritura ocasiona la indeterminación del texto, el
hecho de que su significado o significados no se puedan fijar
o determinar con claridad y de una vez para siempre, las
aporías, o puntos, momentos concretos en el texto en
los que se pone en evidencia la vacilación irreductible de los
significados de las palabras, y la indecibilidad de su
lectura, la imposibilidad de atrapar su
significado. El juego de los signos en la
escritura, que produce esta diseminación perenne del
significado, anula evidentemente lo que, hasta entonces, había
sido el fin de la crítica interpretativa: la obtención de
lecturas mejores y más correctas de las obras
literarias. No hay una interpretación única ni
tampoco una gradación de la bondad de las diversas que se
pudieran realizar. Sólo la constatación del juego
indecible e indeterminado del texto
escrito. Existen dos tipos de interpretación
irreconciliables, sostiene Derrida en su conocido
ensayo de La escritura y la diferencia, La estructura, el
signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas, una,
la más tradicional y anterior a sus investigaciones sobre la
naturaleza del discurso escrito, pretende descifrar, sueña
con descifrar una verdad o un origen que se sustraigan al
juego y al orden del signo, ... La otra, ..., afirma el
juego ....(Derrida 401). Fue el profesor de origen belga Paul
de Man quien con mayor agudeza y originalidad indagó en
este carácter conflictivo e inestable de la escritura tanto
literaria como no literaria. A su entender, la
indeterminación del significado de un texto literario deriva
de la fuerza retórica de su lenguaje. La estructura
verbal del discurso es esencialmente retórica y figurativa y
no, como pudiéramos creer, gramatical. La dimensión
gramatical del lenguaje, señala en su ensayo Semiótica y
Retórica de Alegorías de la lectura, nos promete un
sentido único, un significado no problemático (de Man
22), pero esta dimensión permanece siempre supeditada a otra
retórica que, empleando recursos gramaticales lingüísticos
o de otro tipo, hace que emerjan dos significados
entre los que no es posible decidir cuál prevalece(de
Man 23). La figuras, los tropos, la imágenes, son los
elementos lingüísticos en que descansa el poder retórico del
texto. De Man muestra, por ejemplo, cómo la metáfora,
más que un elemento unificador por basarse en la semejanza,
tiende realmente a disfrazar las diferencias y no a
disolverlas (de Man 30). La lectura retórica del texto
que él propugna en The Resistance to Theory habrá de
ir, pues, más allá de la inútil gramaticalización de la
metáfora o de cualquier otro tropo, es decir, de su
reducción a un sentido lógico, y buscará, por contra, la
retorización de la gramática, desenmascarar esas
diferencias que produce, sin duda, la dimensión figurativa de
los textos. La crítica de Paul de Man es una
consideración de la lectura como una experiencia textual y
retórica en la que nos mantenemos invariablemente en una
incertidumbre sostenida con respecto al significado y
no, según él mismo afirma en otro ensayo de Alegorías de la
lectura, Excusas, como una experiencia ontológica o
hermenéutica (de Man 338), es decir, deseosa de un sentido
o un significado.
Aunque sus análisis no
incidan con tanta minuciosidad en la retoricidad del lenguaje
como su causa principal, J. Hillis Miller también proclama la
imposibilidad de identificar en el texto literario un sólo
significado coherentemente unificado. Así, la
textualidad de la obra, las relaciones irresolublemente
conflictivas entre lo literal y lo figurado, la ambigüedad
tanto en los niveles temático y figurativo como en el nivel
total de la organización del texto, de la narración de Henry
James, The Figure in the Carpet, impiden, según la
estudia Miller, any single unequivocal interpretation
(Miller 178). La promesa de un logos, de
un solo significado (Miller 178), es frustrada por la
indecibilidad intrínseca del lenguaje del propio
texto.
En el mismo ensayo, Miller
distingue esta conflictividad suya de la complejidad que la
Nueva Crítica observaba y ensalzaba en la estructura verbal
del poema. Las aparentes contradicciones e
incongruencias de ésta eran resueltos, finalmente, en un
significado conciliador por el lector preparado y
atento. En cambio, afirma Miller, los conflictos
formales y temáticos que revela la lectura deconstruccionista
son irresolubles, conducen a una perpetual lack of
closure (Miller 179), puesto que son intrinsecos a las
palabras del texto literario. Ambos son enfoques
textualistas pero, según aclara acertadamente Richard Rorty en
Consequences of Pragmatism, uno practica un weak
textualism y el otro un strong
textualism. Para Harold Bloom, durante su etapa
deconstruccionista, la indecibilidad del significado, nuestras
interpretaciones fallidas, deslecturas o
misprisions, según él las denomina, están motivadas por
el carácter intertextual de la obra literaria. La noción
de intertextualidad, desarrollada en primer lugar por la
semiótica francesa Julia Kristeva en la década de los sesenta,
sustituyó al concepto obsoleto y equívoco de influencia y
alude, en términos generales, a las relaciones que un texto
mantiene con los que le preceden. Cada texto toma
prestados, transforma o niega aspectos y elementos de obras
anteriores. A veces, los prestamos son explícitos;
otras, implícitos, más difíciles de localizar y que, además,
suelen confundirse con las convenciones heredadas del género
literario empleado. Debido a que no sólo describe la
producción y naturaleza de los textos sino también la lectura
que demandan, la intertextualidad se ha apuntado como uno de
los rasgos que pudieran servir para definir la
literatura. Según Bloom, los textos están formados
de palabras que aluden a otras que, a su vez, están
relacionadas con otras, y así sucesivamente en la larga
secuencia de la tradición literaria. Así, cada poema es
un interpoema y cada lectura, una
interlectura. El texto literario es, a la par, el
resultado y la causa de varias interlecturas que son
siempre fallidas o erróneas: el poeta lee mal,
misreads, a sus antecesores y los lectores, incluidos
los propios autores y los críticos, leen equivocadamente los
textos. Toda interpretación es una
Amisinterpretation. Sin embargo, y muy
posiblemente porque la indeterminación no reside en el
lenguaje, en la fuerza subversiva inherente a la retoricidad
del texto, como ocurre en Miller y especialmente en de Man,
sino en el juego de intertextos de la historia literaria,
Bloom sí deja caer la promesa, al igual que hará Geoffrey
Hartman, de que la falta de cierre de la actividad
hermenéutica no será, como obervaba Miller,
perpetua. Hartman, a este respecto, mantiene el
anclaje de la intención y del autor cuya muerte reclamaban los
deconstruccionistas para erradicar la ilusión crítica de
atrapar el sentido último y cierto del texto. Mientras
permanezca la voz, la fuente unificadora del
autor, explicaba Roland Barthes en The Death of the
Author, the text is >explained= - victory to the
critic(Waugh 117). Esta postura heterodoxa de Bloom y
Hartman les acerca algo a los postulados de los críticos que
ven en la deconstrucción un movimiento que amenaza con
destruir los fundamentos mismos no sólo de la literatura y los
estudios literarios sino del conocimiento y de la
verdad. Para críticos como M.H. Abrams, Walter Jackson
Bate o René Wellek la parálisis inevitable del significado de
la obra deja sin sentido el desarrollo de la teoría literaria
como disciplina autónoma y, también, la empresa continua y
progresiva del saber humano. Resulta curioso, de otro
lado, que otra de las características de la deconstrucción que
la asemejan precisamente a los métodos de quienes les acusan
de antihumanistas, su interés por los aspectos
textuales, les convierta en diana de los dardos de quienes,
desde posiciones próximas a la crítica marxista o a los
estudios culturales, desaprueban su ocultamiento de la
ideología (Brenkman 55), su desafecto por las relaciones e
implicaciones políticas, sociales y culturales de la
literatura. Estas carencias ideológicas de la
deconstrucción son, sin embargo, discutibles ya que
posiblemente sea el movimiento teórico que, en mayor medida,
haya influido en buena parte de las metodologías críticas que,
más recientemente, han incidido en las relaciones de la
literatura con la sociedad y la cultura. El feminismo,
la crítica psicoanalítica, la teoría marxista, los estudios
culturales y postcoloniales o la crítica literaria de las
minorías étnicas o sexuales se han beneficiado de su labor de
desestabilización y desmantelamiento de las categorías en las
que se fundaba el discurso crítico previo. Todas ellas
se han apoyado, de una manera u otra, en la crítica
deconstruccionista al principio occidental y logocéntrico que
ordena el conocimiento humano y las relaciones humanas en
torno a pares binarios en el que la primera unidad supera en
valor y ascendencia a la segunda: el ya mencionado
habla/escritura, masculino/femenino, cuerpo/mente,
derecha/izquierda, naturaleza/cultura, presencia/ausencia,
mente/cuerpo, etc. Cada una de estas oposiciones
presupone un centro, un punto, desde el que se establece el
sistema completo del conocimiento y la experiencia humanas y
se garantiza su coherencia y significado: dios, hombre,
esencia, ser, verdad, forma o conciencia. La
deconstrucción trata, por un lado, de mostrar que estos pares,
centros y sistemas son ordenamientos humanos y, por tanto, ni
lógicos o naturales ni inmutables, y, por otro, busca
desarmarlos mostrando sus contradicciones. El propósito
no es invertir la situación jerárquica de los elementos de los
pares, ni siquiera la de eliminarlos sino, más bien, la de
poner en evidencia sus fricciones a fin de redefenir sus
relaciones. La crítica general de las posiciones
habituales de primacía y de inferioridad, de centralidad y
marginalidad, es una piedra angular, como se verá, de los
postulados de los movimientos teóricos citados antes.
Hay que decir que, de hecho, algunas deconstruccionistas,
rompiendo el aislamiento textual, ya incorporan estos aspectos
que se abren a lo social y lo cultural. Barbara Johnson
y Shoshana Felman se han interesado por la identidad femenina
y los conflictos que plantea la distinción entre lo masculino
y lo femenino. Gayatri Chakravorty Spivak, por su parte,
ha trazado las dimensiones económica, histórica, política y
sexual del texto literario.
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