MAESTROS COMPLUTENSES DE HISTORIA DEL DERECHO
Manuel
Torres López, maestro de historiadores del Derecho
Coincidiendo con el 87 aniversario del nacimiento del ilustre historiador del Derecho, Manuel Torres López, fallecido en Córdoba el pasado 27 de junio, el departamento de Historia del Derecho de nuestra Universidad dedicará una sesión académica en memoria del desaparecido catedrático.
Nació el profesor Torres López en Granada el día 7 de noviembre de 1900,
fecha conmemorativa del 374 aniversario de la Real Cédula de Carlos I fundando
en nuestra capital un Colegio de Lógica, Filosofía y Cánones, germen de la
Universidad granadina, en la que nuestro paisano adquirió gran parte de su
formación.
Compatibilizó con gran brillantez, desde 1916 a 1921, los estudios de Derecho y
los de Filosofía y Letras, habiendo obtenido en la totalidad de las asignaturas
de ambas carreras la calificación de sobresaliente y premio. En 1921 realiza
los ejercicios de grado de licenciado en las dos Facultades y en las dos le
conceden premio extraordinario.
Tras doctorarse en Madrid en 1922 es nombrado profesor auxiliar de la Facultad
de Derecho de Granada. Con anterioridad, el claustro había adoptado el acuerdo
de pensionarlo para estudiar Historia del Derecho, Derecho romano y Papirología
jurídica en las Universidades de Friburgo y Leipzig, estudios que no pudo
realizar hasta 1923, a consecuencia de sus deberes militares, que cumpliría en
la Comandancia de Artillería de Granada.
Trabajó en Alemania junto al historiador Finke, especialista en el estudio de
las corrientes culturales e ideológicas de la Edad Media, y con Von Below, Otto
Lenel, Schwerin y los hermanos Beyerle, coincidiendo allí con Zubiri y Carande.
Fue más tarde lector de español en la Universidad de Friburgo. Amplió
asimismo sus estudios histórico-jurídicos en Italia y Francia; en París
entabló gran amistad y contactos con Collinet y Olivier-Martin.
En el año 1926 obtiene la cátedra de Historia del Derecho de la Universidad de
Salamanca, escenario donde transcurrió una parte importante de su vida, y de
cuya Facultad de Derecho fue decano. En aquel año de 1926 consiguen también
sus cátedras los granadinos Álvarez de Cienfuegos, Gallego Burín y García-Duarte.
Miembro destacado de la escuela de historiadores del Derecho que arranca del
también granadino Eduardo de Hinojosa, desde los primeros números del
“Anuario de Historia del Derecho”, con trabajos que como se indica en algún
lugar de esa revista, eran “frutos sazonados de la labor histórico-jurídica
del joven profesor”. Colaborador del “Anuario” desde su fundación en
1924, ingresó en la redacción del mismo en 1926, siendo posteriormente
subdirector y miembro del Consejo de Dirección.
El investigador histórico debe proceder siempre –mantenía el profesor
Torres- como auténtico artista, si bien su labor habrá de estar presidida por
el método científico. Así predicaba, y siempre fiel a sus planteamientos, así
actuó.
En 1940 su nostalgia por Granada le impulsa a solicitar
el traslado a esta Universidad, que le fue concedido; pero muy pronto -en
1941- volvimos a perderlo como
consecuencia de su marcha a la Universidad de Madrid, donde también llegó a
desempeñar el decanato de la Facultad de Derecho.
Miembro desde su fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
en abril de 1970 fue elegido numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y
Legislación, puesto que no quiso llegar a ocupar, a pesar de tener escrito el
discurso de ingreso.
Se ha dicho que fue el agente de una profunda germanización de la historiografía
jurídica española. Sin negar su visión de la Alta Edad Media conforme a la
tradición de la escuela de Hinojosa –tradición que comparte por
convencimiento científico u por su evidente conexión con Sánchez Albornoz
durante sus años jóvenes- sería posiblemente más acertado decir que aceptó
la hipótesis germánica en los casos que le pareció probado, pero lo combatió
en aquellos otros en los que no lo creyó tanto, como el caso de su polémica
con Ulrico Stutz sobre el tema de las “iglesias propias”, o como lo es el
hecho de que se anticipara en años a Ernesto Levy –a quien conoció en
Alemania- para señalar el método que debía seguirse en el estudio del Derecho
romano vulgar occidental.
Rasgo sobresaliente de la personalidad de Torres López fue la firmeza de su carácter,
a consecuencia de la cual obtendría numerosos triunfos y no menos
contrariedades.
La vida en Granada del profesor Torres López fue breve; desde 1926 puede
decirse que su ausencia será casi permanente. No quiso ser profeta en su
tierra. Y pudo serlo. Acaso la clave de su marcha fuese la misma que ha hecho
emigrar de esta tierra a tantos granadinos y que estuvo a punto de hacernos
perder también a Gallego Burín, como el mismo contaría en aquella carta
escrita en 1919 a Fernández Almagro: “Tú recuerdas –decía- cuánto he
hablado en contra de abandonar Granada. Ahora se va afincando en mí, cada día
con más fuerza, la idea de salir de aquí. Aquí se matan todas las energías y
se procura anular todos los esfuerzos, y aunque una puesta de sol granadino o un
beso de luz bien valen una vida, cuando se tiene el alma joven y se desea
trabajar y hallar ambiente en su trabajo, no basta con este sol, con esta luz ni
con este ambiente”.
Pero Torres López, aunque ausente de Granada, siguió sintiéndose
profundamente granadino; lo fue no sólo por nacimiento, sino por vocación y
por tradición. Porque, como decía Unamuno, “nuestros primeros años tiñen
con la luz de sus olvidados recuerdos toda nuestra vida; recuerdos que, aún
olvidados, siguen vivificándonos desde los soterraños de nuestro espíritu
como el sol que, sumergido en las aguas del océano, las ilumina por reflejo del
cielo”.
José
Antonio Mesa Segura.
Ideal,
lunes, 9 de noviembre de 1987.