Mientras la ola de calor se extendía por la ciudad y el aire se volvía irrespirable yo vivía este verano sofocante en un jardín lleno de frescor y humedad. La alegría de cada mañana en el Jardín Botánico, en las horas tempranas en las que todavía brillaban gotas de agua en las sedientas hojas, se transformaba en pasión intensa al llegar a casa. Allí, un libro me trasladaba durante horas a otro Jardín plantado con amor y esperanza por unas mujeres excepcionales. Subía la temperatura exterior, el ventilador aumentaba su velocidad y, a mediodía, sucumbía al aire acondicionado. Pero nada me hacía desfallecer y mi mente paseaba por jardines y estanques, cruzaba el océano en enormes trasatlánticos, leía viejas cartas en archivos lejanos y conocía a unas mujeres con una fe inquebrantable en ellas mismas y en el futuro de unas muchachas naciendo a la vida independiente gracias a la labor de la Educación. Una Educación con mayúsculas, una palabra sagrada para aquellas mujeres que abanderaron una revolución casi imposible. España, poco a poco, con grandes dificultades, comenzaba a abrirse a un mundo nuevo de conocimiento, formación e independencia para sus niñas, sus muchachas, sus primeras universitarias.
[Seguir leyendo] Una Biblioteca en el Jardín (sobre algunos libros del Instituto Internacional)