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El fabuloso mundo de los nombres cientificos

18 de Marzo de 2016 a las 19:45 h

En su blog Laboratorio del Lenguaje, Fernando A. Navarro y José Ramón Zárate diseccionan el alma de algunos términos científicos. Hemos hecho una selección que creemos puede resultarte interesante. Te invitamos a leerla.

Nombres científicos ¿quién da más?

Desde antiguo, los naturalistas tienen por costumbre bautizar en latín los géneros y especies de los seres vivos que van descubriendo, en muchas ocasiones para homenajear a personas queridas o admiradas. Por ejemplo, el botánico y misionero francés Charles Plumier llamóFuchsia a un género de planta suramericanas en homenaje al médico y botánico alemán Leonhart Fuchs (1501-1566), uno de los padres de la farmacognosia.

A finales del siglo pasado, el alemán Gerhard Haszprunar, de la Colección Zoológica Estatal de Múnich, tuvo una idea: ¿por qué esperar a que un naturalista elija voluntariamente un nombre concreto?; ¿no habrá gente dispuesta a pagar una respetable suma de dinero por bautizar con el nombre de su elección una nueva especie, como bonito regalo para honrar la memoria de un amigo o un familiar? Puesto que constantemente se describen nuevas especies pendientes de bautizar, poner precio a su nombre podría ser una buena forma de financiar las investigaciones biológicas.

Frank Glaw y Jörn Köhler llevaron esa idea a la práctica, y en 1999 crearon en Alemania, bajo los auspicios de la Sociedad Alemana de Cooperación Internacional (GIZ), una fundación sin ánimo de lucro, Biopat (Patrons for Biodiversity), destinada a generar fondos para la investigación en taxonomía y biodiversidad. El mecanismo es sencillo: en esta época nuestra de recortes en la financiación pública de las investigaciones biológicas, ofrecen a posibles donantes la ocasión de apadrinar una nueva especie a partir de una cantidad mínima de 2600 euros, que da derecho a elegir el nombre científico de la nueva especie. Dado que todos los socios de Biopat, incluidos los vocales de su Consejo Científico Asesor, prestan sus servicios de forma completamente voluntaria, sin compensación económica, el dinero recaudado se dedica íntegramente a proyectos de investigación taxonómica y de conservación de la naturaleza.

Hasta la fecha son ya más de un centenar las especies apadrinadas a través de Biopat. El regalo es de lo más original, desde luego: un nombre para toda la eternidad. Tenemos así una anémona marina Actinaria alicemartinae, un alacrán Ananteris charlescorfieldii (en homenaje a un familiar que había nacido bajo el signo astrológico de escorpio) y una orquídea Polystachya pamelae.

En la mayoría de los casos, se trata de flores, insectos, otros invertebrados o, a lo sumo, pequeños peces, anfibios o reptiles. Y es posible que alguien se esté preguntando: si existen personas dispuestas a pagar más de tres mil euros por bautizar un insecto con el nombre de su elección, ¿cuánto estarían dispuestas a pagar por poner nombre a un mamífero?

Ya hay respuesta a esa pregunta. En el año 2004, los biólogos Robert Wallace y Humberto Gómez filmaron en el Parque Nacional de Madidi (Bolivia) un primate platirrino hasta entonces desconocido: el lucachi o tití de Madidi. En lugar de ponerle nombre, decidieron subastar sus derechos para recaudar fondos destinados a la Fundación para el Desarrollo del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (Fundesnap), entidad sin ánimo de lucro que sostiene los parques nacionales de Bolivia. El 3 de marzo del 2005 se llevó a cabo la subasta internacional, y la ganó un casino en línea de nombre GoldenPalace.com, que pagó la friolera de 650.000 dólares. En consecuencia, el nombre oficial latino para el nuevo tití es Callicebus aureipalatii (obsérvese el genitivo latinoaureipalatii, literalmente «del palacio dorado»), y su nombre común en inglés,GoldenPalace.com monkey.

El debate ético está servido: ¿puede considerarse lícito utilizar los nombres científicos como fuente de financiación? Hasta ahora, el Comité Internacional de Nomenclatura Zoológica (ICZN) ha venido rechazando estas iniciativas por considerar que son puramente comerciales y se apartan de los usos tradicionales en la nomenclatura biológica

Pottermanía nominativa

La heptalogía fantástica de Harry Potter (1997-2007), firmada por la británica J. K. Rowling, está traducida a 65 lenguas y lleva vendidos cerca de 500 millones de ejemplares, que hacen de ella una de las series literarias más exitosas de la historia. Nada de extraño tiene, pues, que los naturalistas contemporáneos se hayan inspirado con frecuencia en su universo ficticio para dar nombre científico a nuevas especies botánicas y zoológicas.

Es el caso, por ejemplo, de la gencianácea Macrocarpaea apparata, así bautizada en el 2003 a partir del verbo to apparate (aparecer de repente, por arte de magia), popularizado en inglés por J. K. Rowling en sus novelas, como neologismo independiente del inglés común to appear (aparecer). Según explicaron sus descubridores, porque esta planta, de más de 3 metros de altura, se apareció a los botánicos como por arte de magia en una ladera neblinosa del Ecuador meridional.

En el 2006, un grupo de paleontólogos descubrió una nueva especie de dinosaurio paquicefalosaurio del género Dracorex (literalmente, «rey de los dragones»), y la bautizaronDracorex hogwartsia en claro homenaje al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería donde estudian Harry Potter y sus condiscípulos Hermione Granger y Ron Weasley.

En 2012, la araña migalomorfa Aname aragog recibió ese nombre por la acromántula Aragog -una enorme araña ciega, del tamaño de un elefante pequeño, capaz de pensar y de hablar- que aparece en la segunda novela de la heptalogía: Harry Potter y la cámara secreta.

En 2014 tengo registrados nombre potterianos por partida doble. La avispaAmpulex dementor inyecta en las cucarachas una potente toxina que neutraliza su comportamiento y las lleva a un estado semivegetativo. Algo muy parecido, pues, a lo que hacen los dementores de Rowling con sus víctimas humanas, a las que besan para consumir su psique y privar de inteligencia, hasta dejarlas en estado vegetativo. Y un nuevo género de chinches pentatómidas hallado en Chile recibió el nombre de Thestral en claro homenaje a los thestrals, peligrosos e inteligentísimos caballos carnívoros alados, «de brillantes ojos blancos, rostro y cuello de dragón y esquelético cuerpo negro», visibles solo a los ojos de quienes hayan atestiguado y aceptado una muerte. ¿El motivo? Da igual, casi cualquiera vale: en este caso concreto, las protuberancias blanquecinas que dan aspecto esquelético a estas chinches, y el hecho de que parecen haber sido invisibles a otros investigadores que pasaron antes por la misma zona.

El fogoso formante chisme

El Día de los Enamorados me sirve de inspiración para esta entrada, porque en toda época y lugar ha habido científicos que no sabría bien si calificar de amorosos, ardientes, acaramelados, rijosos, concupiscentes, apasionados, cachondos, mujeriegos, verriondos o directamente salidos. Y que, claro, no supieron resistirse a la tentación de trasladar su ardiente pasión al lenguaje científico, supuestamente frío y objetivo.

Pienso, por ejemplo, en el entomólogo inglés George Willis Kirkaldy (1873-1910), especialista en hemípteros, quien en su afán por mostrar al mundo sus inagotables dotes amorosas, nominó multitud de géneros con la terminación latina -chisme. Leída por un científico de habla hispana, esta terminación no tiene nada de particular, pero en boca de un científico de habla inglesa se pronuncia /kísmi/, que suena exactamente igual que kiss me(«bésame» en inglés); y, claro, convierte el género Ohchisme de Kirkaldy en poco menos que un jadeo de naturalista en celo. Y otros géneros acuñados por él, como  Dolichisme,ElachismeFlorichismeIsachismeMarichismeNanichismePeggichisme y Polychisme, en una enumeración de sus conquistas digna de medirse en la Hostería del Laurel con las de don Juan Tenorio o don Luis Mejía.Kirkaldy ha encontrado un seguidor y alumno aventajado en el entomólogo estadounidense Neal Evenhuis, ex presidente de la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica. En el año 2002 describió un miticómido extinto, una especie de mosca que había encontrado fosilizada en ámbar; y aprovechando la tradición zoológica de acuñar para las especies descubiertas en inclusiones de ámbar un nombre que contenga el formanteelectro- (del griego ἤλεκτρον, élektron, ámbar; por ejemplo, el género Electromyrmococcus), optó por bautizarlo Carmenelectra shechisme. En la descripción oficial de la mosca, Evenhuis explicó en estos términos el término genérico elegido: «The genus-group name is named for television, film, and magazine personality Carmen Electra [and] exemplifies splendid somal structure» (y espléndida, ciertamente, es la estructura somática de la explosiva modelo de Playboy). Pero para el epíteto específico se limitó a salir del paso afirmando: «the species-group epithet is an arbitrary combination of letters». ¿Una combinación arbitraria de letras al azar que casualmente dicen «Carmen Electra me besa»? No lo parece, pero el nombre coló. Y no contento con el beso, por cierto, en 2013 Neal Evenhuis describió un nuevo miticómido fósil del mismo género: Carmenelectra shehuggmae («Carmen Electra me abraza»).

Nerocila, ¡Amor mío!

A partir de 1818, el naturalista británico William Elford Leach (1791-1836) colaboró como máximo experto en crustáceos con el monumental y enciclopédico Dictionnaire des sciences naturelles de Cuvier, Lamarck y Jussieu, en 61 volúmenes. En sus artículos para el diccionario, Leach dio nombre a nueve géneros de isópodos parásitos hasta entonces desconocidos; a saber: AnilocraCanoliraCirolanaConileraLironecaNelociraNerocila,Olencira y Rocinela. Los aficionados a la ludolingüística advertirán rápidamente que estos nueve nombres no están elegidos al azar, sino que corresponden a sendos anagramas de un nombre de mujer en sus formas latina (Carolina) y francesa o inglesa (Caroline).

Esta tal Caroline debió de ser, a buen seguro, una mujer muy importante en la vida del zoólogo británico, pero ¿quién exactamente? Nadie lo sabe, pues su identidad sigue siendo todavía hoy -doscientos años después- un verdadero misterio.

Los biógrafos de Leach no han sido capaces de encontrar una relación directa con ninguna Caroline que formara parte de su círculo familiar o de amistades íntimas; han hallado tan solo una tal Caroline Clift, hija del naturalista William Clift, pero con la que Leach no pasó de una relación superficial. Algunos opinan que pudo ser un simple tributo cortesano a la futura y fugaz reina consorte de Inglaterra Carolina de Brunswick (1768-1821), en aquel entonces desdichada princesa de Gales. Otros, que quizás quiso rendir homenaje a una de las mayores científicas de la historia: la astrónoma alemana Caroline Herschel (1750-1848), que desarrolló la mayor parte de su carrera profesional en Inglaterra, descubrió ocho cometas, un millar de estrellas dobles y la primera prueba de gravedad fuera del sistema solar; fue también la primera socia honorífica de la Royal Astronomical Society.

Si tenemos en cuenta, por un lado, que William Elford Leach era conocido por su modo un tanto excéntrico y obsesivo de rendir homenaje a las personas importantes para su trabajo (acuñó un nuevo género y diecinueve nombres de especies dedicados a su amigo John Cranch; entre ellos, por cierto, el isópodo Cirolana cranchi, en doble homenaje a la misteriosa Carolina y a Cranch), y, por otro, su pasión por la taxonomía zoológica, como el mejor biólogo marino de su tiempo, considero probable que los nueve anagramas de marras sean una ofrenda al padre de la moderna taxonomía utilizada en las ciencias biológicas: Carlos Linneo. Me basta tomar las dos primeras sílabas de su nombre y apellido en latín -Carolus Linnaeus, que era como se le conocía entre los científicos de su época- y obtengo Carolina o Caroline. Para mí, misterio resuelto; pero sé que a otros no convencerá esta explicación y seguirán soñando con la posibilidad de alguna hermosísima y cautivadora amante secreta por la que Leach bebiera los vientos. Lo único seguro es que el gran naturalista británico dejó abierta la interpretación, y la mente humana es pródiga en hipotéticas explicaciones ante cualquier arcano.

Los largos, largos, laaaaaaargos nombres científicos

En la primera entrega publicada del Laboratorio del lenguaje, hace ya más de ocho años, comenté que casi todas las palabras más largas que aparecen recogidas en el Diccionario de la Real Academia Española son de carácter biomédico: anatomopatológico,desoxirribonucleótidoelectroencefalografistaesternocleidomastoideootorrinolaringología, etc. Pero se quedan chiquitas al lado de los quilométricos nombres sistemáticos que recomienda y acuña la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC) para las moléculas químicas.

Los médicos no los usamos, desde luego, porque nos resultan crípticos, engorrosos e impronunciables. Baste pensar, a modo de ejemplo, que un antibiótico de nombre farmacológico tan sencillo como ceftriaxona recibe en la nomenclatura química de la IUPAC un nombre sistemático tan impresionante como este: ácido (6R,7R,Z)-7-(2-(2-amino-4-tiazolil)-2-(metoximino)actamido)-3-(((6-hidroxi-2-metil-5-oxo-2,5-dihidro-1,2,4-triacín-3-il)tio)metil)-8-oxo-5-tia-1-aza-biciclo[4.2.0]octo-2-eno-2-carboxílico (o eso creo, porque no estoy nada seguro de haberlo escrito correctamente). Y un nombrecito así no es nada comparado con otros nombres que encontramos en las revistas de química orgánica.

Entre químicos, se cuenta que el término más largo jamás impreso en inglés fue el nombre sistemático desarrollado de la proteína C785H1220N212O248S2, que contiene la friolera de 1185 letras en inglés (algo menos en español, 1156 letras, porque nuestra ortografía simplifica muchos dígrafos de la nomenclatura química, como chmmph y th) y apareció en un número de la revista Chemical Abstracts publicado en 1964. En papel no se han imprimido, según parece, nombres químicos más largos que ese, pues las revistas químicas pasaron a usar nombres abreviados en casos tan exagerados.

Con la llegada de Internet, no obstante, donde el espacio no cuesta dinero, los químicos han podido explayarse a gusto y dar rienda suelta a su onomasiofilia sesquipedálica. Cada loco con su tema, hoy hay químicos que se entretienen en escribir y deletrear por entero los nombres sistemáticos completos más largos que consiguen encontrar. Según parece, la plusmarca actual corresponde a la proteína titina (o conectina), de fórmula empírica C169723H270464N45688O52243S912, cuyo nombre químico completo en inglés empieza pormethionyl y termina por isoleucine, pero alcanza la friolera de 189 819 letras, y para leerlo en voz alta hacen falta más de tres horas y media (puede comprobarse también en este vídeo de YouTube; ¡¡¡hay gente pa'tó!!!).

Como cabe imaginar, por cierto, yo no tengo paciencia para contar tantas letras, así que me fío de mi colega Miquel Vidal, traductor científico de la Comisión Europea, y tomo estos datos numéricos de su artículo «Nomenclaturas distintas en "química orgánica"», publicado en el número 131 de la revista Puntoycoma.

El Señor de los Anillos en la ciencia

¿Sabía usted que taxónomos y naturalistas acuñan a menudo nombres de lo más chistoso, pero que ocultan tras la pátina de seriedad que el latín confiere a los nombres científicos binominales de la nomenclatura zoológica internacional? ¿Sabía usted, por ejemplo, que hay toda una legión de especies animales con nombres científicos inspirados directamente en El señor de los anillos y el fantástico universo épico brotado de la fértil imaginación de J. R. R. Tolkien?

      Tal es el caso, sin ir más lejos, de los géneros de avispas BalrogiaBeorniaBofuriaBomburia,BaliniaOiniaGollumiellaSmeagoliaLegolasia yNazgulia, de claras resonancias tolkienianas, pues toman su nombre, respectivamente, del balrog de Moria; de Beorn, guardián defensor del Vado de la Carroca contra los trasgos; de los enanos Bofur, Bombur, Balin y Oin; de Gollum-Sméagol, el hobito corrompido por el anillo único; del elfo Legolas, y de los temibles Nazgûl de Mordor, espeluznantes espectros del anillo.

Existe también, sin abandonar la nomenclatura entomológica, un escarabajo de nombrePericompsus bilbo, por sus patas grandes y peludas, que recuerdan vagamente a los pies de los hobitos; una chicharrita o cicadélido llamado Macropsis sauroni, por el gran ojo de Sauron; e incluso un mamífero fósil bautizado como Anisonchus eowynae, en claro homenaje a la valiente y hermosa doncella guerrera Éowyn, señora de Rohan.

Para que luego digan que la entomología, la taxonomía y la lexicología científica son disciplinas grises y aburridas.

La guerra de las galaxias en la ciencia   

Más arriba veíamos un buen puñado de nombres científicos directamente emparentados con los personajes de El señor de los anillos. No se queda atrás el universo futurista de La guerra de las galaxias, también bien representado en la nomenclatura zoológica. En 1983, por ejemplo, los entomólogos estadounidenses Arnold Menke y David Vincent decidieron bautizar tres nuevas especies de avispas del género Polemistus con el nombre de sendos personajes de la saga interestelar: P. chewbacca (por el peludo tibocha del planeta Kashyyk, inseparable compañero de Han Solo), P. vaderi (por Darth Vader, figura destacada del Lado Oscuro) y P. yoda (por el más grande maestro Jedi de la historia galáctica).

Existe, además, un trilobite llamado Han solo, en doble juego de palabras: por un lado, es un guiño evidente al capitán del Halcón Milenario, interpretado en la película por Harrison Ford (por cierto, hay también una araña Calponia harrisonfordi y una hormiga Pheidole harrisonfordi); por otro, el nombre alude de forma ingeniosa al hecho de que ese trilobite es la única especie conocida del género Han.

Con todo, el personaje favorito de los entomólogos parece ser el malvado Darth Vader, posiblemente por su aspecto escarabajoide (como puede comprobarse en la imagen adjunta, en la que el escarabajo Agathidium vaderi aparece junto a la efigie del padre de Luke y Leia). Además de este escarabajo Agathidium vaderi y de la avispa Polemistus vaderimencionada más arriba, tengo registrados también una avispa Arketypon vaderi, una hormiga Adelomyrmex vaderi, una mosca Thricops vaderi y todo un género de ácaros llamado Darthvaderum.

El género Gaga

A la hora de acuñar nuevos nombres científicos, los investigadores de antaño se inspiraban a menudo en los héroes de la mitología clásica, mientras que los de hogaño tienden a apuntar más bien a los héroes de la mitología contemporánea, poblada de una extraña legión de figuras y personajes del cine, la televisión, los dibujos animados, el deporte y la música pop, preferentemente estadounidenses, como Marilyn Monroe, Homer Simpson, Michael Jackson, Neo (de Matrix), Madonna, el pato Donald o Mike Tyson.

Uno de los últimos mitos musicales homenajeados en la nomenclatura botánica ha sido la superestrella pop Lady Gaga, que ha dado nombre a un nuevo género de helechos distribuidos por gran parte del Nuevo Continente, desde Arizona y Tejas hasta las selvas de Suramérica.  Podemos leerlo en un artículo publicado recientemente en la revistaSystematic Botany (2012; 37: 845-860) por Fay-Wei Li, Kathleen M. Pryer y Michael D. Windham, profesores de biología en la Universidad Duke de Durham (Carolina del Norte): «Gaga, a new fern genus segregated from Cheilanthes (Pteridaceae)».

¿Los motivos para escoger ese nombre? Según afirman los autores, es un homenaje a la cantante por su decidida defensa de la igualdad y la diversidad de expresiones individuales en la sociedad actual; además, los helechos del nuevo género Gaga presentan, durante su etapa reproductiva de gametofito, cierta indefinición sexual (igual pueden ser masculinos que femeninos o bisexuales) y un aspecto al microscopio que llama poderosamente la atención por su parecido con uno de los extravagantes vestidos tan característicos de Lady Gaga; más concretamente, con el modelito aguamarina de la línea Armani Privé, en forma de corazón, que lució la artista en la ceremonia de entrega de los premios Grammy 2010:

Por si todo eso fuera poco, resulta que los helechos del nuevo género Gaga presentan también en su genoma un sinapomorfismo molecular distintivo consistente en la secuencia guanina-adenina-guanina-adenina (en notación abreviada, GAGA) en las posiciones nucleotídicas 598-601 de la alineación génica matK, que comparten todos las especies del género Gaga y ningún otro helecho quilantoideo.

De las diecinueve especies de helechos que integran el nuevo género Gaga, diecisiete habían sido ya descritas con anterioridad y asignadas al género Cheilanthes, por lo que ahora únicamente han cambiado su nombre genérico, y conservan el antiguo epíteto específico. Con las dos especies nuevas, en cambio, los científicos sí han podido dar rienda suelta a su creatividad: Gaga germanotta, descubierta en Costa Rica y bautizada con el patronímico de la cantante (Stefani Germanotta, según el registro civil), y Gaga monstraparva, descubierta en Méjico y bautizada en honor de los fans de Lady Gaga, a quienes ella suele llamar cariñosamente little monsters (monstruitos o pequeños monstruos; en latín, monstra parva).

Si tenemos en cuenta que la propia Lady Gaga, gran admiradora de Freddie Mercury, escogió su apodo como homenaje a la famosa canción «Radio Ga Ga» (1984) del grupo británico de rock Queen, nos haremos una idea cabal de los estrambóticos y superferolíticos derroteros que sigue la neología científica contemporánea.

 Fuente: medicablogs.diariomedico.com

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