Una ventana en forma de ojo de buey separa un pasillo del Centro Nacional de Biotecnología (CNB) de la zona de barrera de su animalario. Se trata del área de mayor seguridad del espacio en el que habitan los cerca de 20.000 ratones que se usan para las investigaciones que se llevan a cabo en este centro puntero galardonado con el distintivo de excelencia Severo Ochoa. Para acceder a ella, hay que quitarse la ropa, ducharse y vestirse de nuevo con un traje especial, patucos, gorro, guantes y mascarilla.
Pero tanta seguridad no es para proteger a los investigadores de posibles infecciones portadas por los ratones, sino para proteger a los ratones de lo que pueda portar el investigador. «Cada uno de los ratones que tenemos en este área es único. Si los perdemos tiramos un patrimonio único y muchos años de trabajo», explica Lluís Montoliu, investigador de este centro del CSIC.
Montoliu trabaja con enfermedades raras. Utiliza cerca de 2.500 ratones para entender mejor trastornos como el albinismo y desarrollar terapias para un futuro tratamiento. Pero él, al igual que otros muchos colegas suyos, tiene la sensación de que las potentes campañas de los grupos animalistas han calado en la sociedad un mensaje sesgado que ha provocado un rechazo social a la investigación con animales.
Por ese motivo, cerca de 90 instituciones públicas y privadas acaban de firmar la semana pasada un acuerdo de transparencia sobre el uso de animales en experimentación científica en España. El objetivo es precisamente abrir las puertas de los laboratorios y mostrar cómo se trabaja, las garantías y controles que tiene esta labor investigadora de cara al bienestar animal e informar de los beneficios que se derivan para la sociedad.
El documento fue presentado por la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE) -que aúna alrededor de 40.000 investigadores- junto con la Asociación Europea de Investigación Animal (EARA), que controlará el cumplimiento de los compromisos en todos y cada uno de los centros firmantes, entre los que se cuentan organismos públicos de investigación como el CSIC; universidades como la Autónoma y la Complutense de Madrid o las de Barcelona, Valencia, Sevilla o Santiago de Compostela y centros de investigación como CNIO y CNIC, además de empresas y hospitales.
Hablar con claridad
«Todo comenzó en Reino Unido en el año 2012. Los grupos animalistas contrarios a la experimentación animal habían sido muy eficaces colocando su mensaje a la sociedad. Por ese motivo, surgió la necesidad de contrarrestar esa desinformación en torno a la investigación con animales», explica Montoliu, que coordina la iniciativa en su centro.
«Hay que hablar con claridad de que experimentamos con animales y proveer de información adecuada. El colectivo investigador no ha sido suficientemente transparente o claro», dice el científico a modo de autocrítica.
En 2015, una iniciativa ciudadana llamada Stop Vivisection recogió más de un millón de apoyos para pedir a la Comisión Europea el fin de la experimentación científica con animales. La campaña fue rechazada, pero para los investigadores fue motivo de preocupación. «Este movimiento sigue activo. El progreso biomédico está en riesgo en Europa, hay que ser claros», asegura Juan Lerma, investigador principal en el Instituto de Neurociencias de Alicante y coordinador de la comisión para el estudio del uso de animales en investigación científica de la COSCE.
En Europa, esta práctica científica está extraordinariamente regulada. Tres comités revisan los experimentos antes de que un experimento científico que precise el uso de animales comienza siquiera a andar. En primer lugar un comité local evalúa que el uso de animales en el experimento es pertinente. Después, otro independiente y externo -llamado en la jerga órgano habilitado- se encarga de ir al detalle: ¿Cuántos animales se van a usar? ¿Es necesario utilizar esa cantidad? ¿Qué medidas (anestesias y analgesias) se tomarán para evitar el sufrimiento animal?... Y, por último, otro comité más administrativo -la autoridad competente- otorga o no la autorización para el experimento. En España, este último paso lo dan las consejerías de Medio Ambiente o de Sanidad de las Comunidades Autónomas. Todo este trámite puede demorar el inicio del experimento entre tres y cuatro meses.
«Hay unas garantías. No es tan sencillo experimentar con animales y no tiene que serlo», opina Montoliu. Se ha de cumplir el principio de las tres erres: Reemplazo, reducción y refinamiento. Es decir, usar alternativas cuando las haya; reducir al mínimo posible y que haga viable el experimento en número de animales involucrados y mejorar las técnicas utilizadas con los últimos avances para garantizar que los animales sufran lo menos posible.
«Somos los primeros interesados en usar alternativas a la experimentación animal si existen", dice Montoliu. "Pero desgraciadamente hay casos como las enfermedades que afectan al sistema nervioso o para procesos que afectan a varios órganos al mismo tiempo, como el cáncer, no hay alternativas". Y para enfermedades causadas por virus que afectan a humanos y a primates, como el ébola, se han de usar primates para tratar de encontrar una cura, como se hizo de hecho para lograr la vacuna que ha permitido controlar una enfermedad que ha causado miles de muertes en África.
Cuando Alexander Fleming descubrió la penicilina en 1929, reconoció inmediatamente la importancia del hallazgo, pero purificar la cantidad suficiente de ese compuesto obtenido a partir del hongo 'Penicillum notatum' como para lograr curar a un ser vivo se antojaba en aquel entonces como poco menos que imposible. De forma que, durante mucho tiempo, Fleming pensó que su descubrimiento no tendría utilidad. Pero cerca de 10 años después, Howard Walter Florey y Ernst Boris Chain, quienes trataban de lograr una medicina militar mejor que la alemana durante la Segunda Guerra Mundial, lograron un método para obtener suficiente penicilina como para curar.
En concreto, en su primera experimentación y después de un trabajo ímprobo, lograron la cantidad necesaria para curar a cuatro ratones a los que previamente habían infectado con 'Staphylococcus aureus'. En su ensayo, fueron infectados en total ocho ratones: cuatro fueron tratados con penicilina y los otros cuatro no. El desenlace es bien conocido. Los cuatro tratados con penicilina sobrevivieron. Y así nació la era de los antibióticos, que según la Asociación Médica de EEUU, ha permitido aumentar la esperanza de vida del ser humano en 20 años a lo largo del siglo XX.
80% de roedores
Emma Sánchez, representante de EARA, destaca la «importancia de acuerdos como este que ayudan a la sociedad a conocer cómo, por qué, cuándo y dónde se usan animales en la investigación científica» y ha subrayado que la firma «supone un antes y un después que va a cambiar cómo se percibe la investigación con animales».
Los animales que entran en esta legislación son los vertebrados. Pero se ha incluido una excepción: los cefalópodos, después de que los estudios científicos sobre su sistema nervioso permitieron saber que pulpos, calamares y sepias tienen una clara percepción del dolor y del sufrimiento.
El 80% de los animales usados en España para la investigación son roedores y, aunque se utilizan algunos jerbos o cobayas, la mayor parte de ellos son ratones y ratas. Los peces, sobre todo por el uso del pez cebra, también son bastante utilizados. "Los que mayor rechazo social generan que son los perros, gatos o primates, son lo que menos se usan y apenas habrá centenares o pocos miles en toda España", explica Montoliu.
En España, la última estadística disponible del año 2014 revela que se usaron 800.000 animales para experimentación científica. «Un estudio realizado en Reino Unido reveló que sólo los gatos domésticos matan cada año cinco millones de animales, más de los que se usan en todo el país para experimentación», asegura Lerma.