Son estupendas. En realidad, nos referimos a las abejas, aunque el común de los mortales discrepe de esa afirmación y sea temor o asco lo que le inspiran estos animalitos. Vamos a tratar de demostrarlo. Por su interés, reproducimos una entrevista a Concepción Ornosa Gallego, doctora en Biología y Profesora del Departamento de Zoología y Antropología Física de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid.
Dentro de los insectos polinizadores destacan las abejas como los mejores y principales por encima del resto: mariposas, escarabajos, moscas y parientes y otros. Las abejas son especies clave, vitales en las redes ecológicas, por cuanto determinan la capacidad de otras para persistir en una comunidad, y su papel en los ecosistemas terrestres es esencial para su estabilidad, desarrollo y conservación. Nuestra especie las utiliza desde los albores de la Humanidad.
Existen abejas sociales y solitarias y muy distintos niveles evolutivos de sociabilidad y complejidad. Las abejas solitarias son mucho más diversas, sobrepasan el 85% de las 17.500 especies que existen en el planeta (Michener, 2007) y se reparten en siete familias, seis de ellas ampliamente distribuidas a nivel mundial, con representantes asimismo en Europa y en la fauna ibérica: Colletidae, Andrenidae, Halictidae, Melittidae, Megachilidae y Apidae. Esta última, la familia Apidae, es la más conocida e incluye también a algunas de las especies sociales más evolucionadas y excelentes polinizadores, como los abejorros del género Bombus, las abejas inermes de dispersión tropical y las abejas de la miel, Apis mellifera. Todas estas cuentan, además de con machos y con una hembra ponedora, la reina, con una casta obrera, trabajadora y estéril. Hay que resaltar que, cuando hablamos de abejas, no aludimos solo a la abeja de la miel, aunque sea la creencia popular, sino al conjunto, a las miles que existen, entre las que Apis mellifera es solo una.
¿POR QUÉ SON TAN BUENAS POLINIZADORAS?
Porque todas las abejas, adultos o larvas, solitarias o sociales, tienen en común el haberse desprendido del hábito depredador de sus antecesores y alimentarse de polen y néctar o este último transformado, por medio de secreciones glandulares, en miel (cierta especialización se da en las abejas melíferas, cuyas jóvenes obreras secretan jalea real que suministran también a la reina y a sus compañeras recién emergidas del huevo). Por lo tanto, las hembras adultas, además de para su propio consumo, deben volar constantemente para buscar una o varias fuentes de alimento para la prole y materializar la recolección y el transporte de polen de flor en flor, de planta en planta.
Las abejas, además, construyen nidos de corte variado en los que acumulan el polen y el néctar o la miel (panales, celdas seriadas en galerías, entre piedras, bajo musgo, en madera), en lugares diversos (entre la vegetación, sobre piedras, colgantes, subterráneos, en el interior de tallos, cañas, conchas de caracoles), construidos a base de cera que secretan ellas mismas o que utilizan para revestir las celdas en su interior, pura o mezclada con resina, o excavados o construidos con arcilla y delimitados por hojas o fibras vegetales. Incluso algunas no construyen ni recolectan sino que hacen su puesta de huevos, como los cucos, en el nido de otras especies hospedadoras. En consecuencia, el trasiego de polen que materializan las abejas es constante y su acción polinizadora fundamental.
En relación con los recursos florales, hay especies de abejas generalistas, polilécticas, que se alimentan de flores de múltiples familias y tipos, y especialistas, oligolécticas, que se alimentan de flores de una única familia o género con una forma determinada, específica esta para atraerlas y favorecerles el acceso. Las abejas especialistas son, por lo general, polinizadores mucho más eficientes de las plantas que visitan, aunque el alto grado de dependencia les hace más vulnerables frente a los cambios. Pero, por otro lado, la posesión de mecanismos específicos para acceder al néctar y al polen, les supone una ventaja frente a otros polinizadores, reduciendo la competencia. Las especies polilécticas explotan los recursos de forma mucho más amplia, lo que les permite soportar mejor las adversidades, pero compiten entre ellas.
En términos económicos, el valor de las abejas es incalculable, aunque sus servicios se estiman en miles de millones de euros (Gallai et al., 2009; FAO, 2008; Altieri et al., 2015). Tienen gran importancia ecológica y económica como polinizadores de la mayoría de las plantas entomófilas, tanto de la flora agrícola como de la silvestre: por ejemplo, de las 100 especies de cultivos que proporcionan el 90% de los recursos nacionales de alimentos per capita de 146 países, 71 especies son polinizadas por abejas (FAO, 2008).
Igualmente, el manejo de diferentes especies para su uso en la agricultura permite mayor disponibilidad y rentabilidad y altos beneficios económicos: abejorros, abejas de la miel, abejas inermes o algunos Megaquílidos y Halíctidos se utilizan desde hace años en todo el mundo, especialmente los dos primeros. Por ejemplo: el uso de abejorros para la polinización de cultivos (pimiento, trébol rojo, alfalfa, fresa y kiwi, entre otros) tiene un indudable interés económico y la polinización del tomate y otras hortalizas de invernadero reduce en dos tercios los costes y aumenta altamente la calidad (FAO, 2008; Altieri et al., 2015).
Pero las abejas se hallan en peligro. La acción antrópica y sus derivadas forman un cóctel de amenaza extrema para sus efectivos, que se ha acentuado en las últimas décadas y afecta tanto a las especies sociales como a las solitarias. Además de sus enemigos naturales (parásitos, parasitoides y depredadores), se han relacionado distintos agentes como posibles causantes, desde los propios del empobrecimiento genético de las poblaciones, su reducido tamaño y el escaso flujo de genes entre aquellas localizadas en hábitats fragmentados, hasta el aumento de los patógenos y enfermedades, junto con factores de origen antrópico como el calentamiento global, la pérdida de hábitat y los cambios en los usos del suelo, con el consiguiente incremento en la aplicación de biocidas (especialmente de los distintos insecticidas y en los últimos años también los de tipo neonicotinoide). Esto aparte de la introducción de especies foráneas y sus consecuencias indeseables para la biodiversidad natural de un territorio.
En suma, las abejas realizan un servicio ecosistémico insustituible y su declive es un riesgo con efectos devastadores que la Humanidad no se puede permitir, de ahí que el buen trato y la conservación de esta fauna entomológica sean imprescindibles y no deban ignorarse o eludirse, por nuestro propio interés.
FAO (Ed.). 2008. Initial survey of good pollination practices. Tools for conservation and use of pollination services. Pollination services for soustenaible agriculture. FAO, Rome. 143 pp.
ALTERI, M.A, NICHOLLS, C.L, GILLESPIE, M.A.K., WATERHOUSE, B.H., WRATTEN, S.D., GBEHOUNOU, G. & GEMMILL-HERREN, B. 2015. Crops, weeds and pollinators: Understanding ecological interaction for better management. FAO review document. FAO, Rome. 96 pp.
GALLAI, N., SALLES, J.M., SETTELE, J. & VAISSIERE, E. B. 2009. Economic valuation of the vulnerability of world agriculture confronted with pollinator decline.Ecological Economics, 68: 810-821.
MICHENER, C. D., 2007. The Bees of the World (2nd edition). The Johns Hopkins University Press. Baltimore and London. xvi + 953 pp.