María Luisa López Vidriero, directora de la Biblioteca del Palacio Real, ha hecho en los últimos años de la bibliofilia y el coleccionismo el tema de su actividad como investigadora, en torno al cual giran los seminarios de expertos que viene organizando en la Real Biblioteca. Recientemente ha publicado Presagios del pasado: Carlos III y los libros. Su interés por las bibliotecas reales privadas se inició con el estudio dedicado a la biblioteca de Isabel de Farnesio, aparecido en 2016, y del que éste, en cierta medida, viene a ser continuación.
Para el estudio de la biblioteca de Carlos III parte, inevitablemente, de la biblioteca de la biblioteca de su madre. Cuando Carlos se traslada a Nápoles para ocupar el trono del reino de las Dos Sicilias, llevaría consigo esta biblioteca excepcional farnesiana, completada por su madre, ya que entendió su relación con la imagen simbólica de la monarquía. Este hecho es importante para entender el desarrollo años más tarde, convertido ya en rey de España, de su concepción de Biblioteca Real. El otro pilar imprescindible fue la colección reunida por su hermano, Fernando VI, que es objeto de la atención de López Vidriero, señalando los cambios que se aprecian en relación con la biblioteca de su padre, Felipe V, cambios que se verán consolidados en la época de Carlos III. En la biblioteca de Fernando VI había una colección de instrumentos científicos, relacionados con los proyectos promovidos por la Corona. Entre los libros, destacaba una colección de fuentes de ciencia política de la monarquía hispánica, que se distinguía del resto de fondos por su encuadernación heráldica. Esta colección se convirtió en núcleo central de las bibliotecas privadas de los monarcas sucesivos.
Cuando Carlos ocupa el trono de España concibió la biblioteca como un instrumento de representación de su imagen regia y asumió una parte significativa de la biblioteca real de Fernando VI. Para reconstruir lo que fue propiamente la biblioteca reunida por Carlos III, López Vidriero toma como punto de partida cómo fue la educación del futuro rey, que estuvo en manos de los jesuitas, dato fundamental que marcará el pensamiento del monarca y por ende, los libros que pasarán a formar parte de su biblioteca. La autora nos introduce a continuación en los vericuetos del comercio librero, en un momento en que la compra de libros editados fuera de España, imprescindibles para la formación de la Biblioteca Real, se ve dificultada debido a las nuevas normas proteccionistas que impusiera Fernando VI para favorecer el desarrollo de la imprenta en España. A partir de 1760, con el nuevo rey, los cambios son cada vez más apreciables y definen una nueva situación: Paris se consolida como principal proveedor de libros de exportación, al mismo tiempo que se favorece la consolidación de Madrid como centro impresor (la presencia de impresos españoles, madrileños, es mayoritaria en la librería de Carlos III), la responsabilidad de la selección y ordenación de los libros regios pasará a un librero impresor madrileño, tarea que anteriormente era realizada por un agente extranjero. Habrá cambios también en la encuadernación, que pasa a ser de tafilete en rojo o verde. Hay que resaltar la influencia italiana mientras que la influencia francesa pierde protagonismo.
Conocemos la biblioteca creada por Carlos III gracias a los índices redactados por Francisco Javier de Mena , librero del rey, que sería completado por el suplemento de Gabriel de Mena, de 1782. Suman entre los dos 1364 títulos, que son la base de este estudio, a los que la autora suma unos cien más, identificados a través de facturas o por la encuadernación heráldica. Como rasgo fundamental, López Vidriero señala un notorio cambio de tendencia. Se trata de una colección integrada mayoritariamente por impresos, que constituyen el 95% de la misma, impresos que tienen el español como lengua dominante, frente al predominio del francés que se apreciaba en la biblioteca de Isabel de Farnesio.
La biblioteca de Carlos III es la expresión del proteccionismo llevado a cabo sobre la industria del libro, que favoreció el desarrollo de Madrid como centro impresor. Los grandes impresores madrileños de la época, como Joaquín Ibarra, son los más representados en los índices de la colección. A su vez los talleres tipográficos de estos impresores estaban estrechamente relacionados con las instituciones ilustradas, las Reales Academias, cuyos textos están presentes en gran número en esta colección. La bibliografía jesuítica tiene una presencia muy importante, y entre ésta hay que destacar la abundancia de manuales de historia de España, entre los que destaca la Historia de España de Juan de Mariana, todo un referente en la biblioteca regia, con cuatro ediciones. En cuanto a los libros científicos, hay ausencias muy notables, como las de Linneo y Newton. Así mismo, están ausentes también los textos Montesquieu y Rousseau, y prácticamente también Voltaire. Tampoco está presente Adam Smith. Sin embargo, no se puede negar la tendencia ilustrada de esta biblioteca regia, pero basada fundamentalmente en autores españoles.
Sería interesante comparar estos índices de los libros de Carlos III con los de las bibliotecas de otros españoles de la época, para seguir profundizando en el estudio de los orígenes de la Ilustración en España. La reciente exposición dedicada a Juan Andrés ahondaba también en este tema y nos ponía ante la evidencia de la originalidad de la Ilustración española.
Más información:
López Vidriero, Maria Luisa. Presagios del pasado : Carlos III y los libros, Madrid, 2017