En el marco del XVII Seminario Hispano Mexicano de Investigación en Biblioteconomía y Documentación, celebrado el pasado 19 de mayo participamos en una mesa donde nos reunimos personas interesadas en reflexionar sobre aspectos del patrimonio documental. En esta ocasión abordamos el tema de las procedencias compartidas y agradecemos a los organizadores la aceptación de esta ponencia, y especialmente a Perla Rodriguez, por conducir esta nave llena de aventuras memorables.
Cuando hacemos mención a las procedencias en el marco de las instituciones de memoria, nos adentramos en un universo complejo de relaciones culturales que vincula colecciones históricas con instituciones contemporáneas. Y cuando se trata de bibliotecas, se encuentra una tropa de poseedores y lectores de libros que dejaron su rastro en volúmenes de fondos antiguos. Marcas de distinta naturaleza que generan datos e informaciones muy valiosas, gracias a las tareas de rescate, descripción y difusión en la que están inmersos numerosos catalogadores e investigadores del mundo. La complejidad a la que nos referimos puede mostrarse a través de dos colecciones, una española cuyos rastros llegaron a México, y otra, novohispana cuyas huellas cruzaron el Atlántico. Se trata de las bibliotecas del Consejero de Indias, Antonio José Álvarez de Abreu y del Convento Franciscano de San Bernardino de Siena en Taxco, Guerrero.
En condiciones como éstas, de migraciones culturales, se hace necesario establecer colaboraciones y alianzas para entender los procesos que hicieron llegar tales objetos a instituciones contemporáneas. Con esto queremos decir que el trabajo con procedencias librescas va más allá de identificar el tipo de elemento del que se trata, como la marca de fuego que ven en pantalla relacionada con el convento en cuestión, o identificar claramente al poseedor. Por el contrario, estas investigaciones impulsadas principalmente por bibliotecas históricas conducen al estudio de los mecanismos por los cuales los libros ingresan a las bibliotecas. Es decir, acercarnos tan sólo a una parte de la historia de las colecciones. Las antiguas que por alguna razón histórica terminan su periodo de funcionamiento y, las modernas, que debido a procesos igualmente históricos comienzan a compilar restos de colecciones antiguas con una mirada moderna de valor patrimonial. Así, el bibliotecario, como arqueólogo librario, despliega habilidades porque "educa la mirada" para reunir aquellos datos susceptibles de tratamiento y sistematización.
A partir de ahí, comienza la recopilación, la descripción rigurosa, y las fotografías de investigación de las marcas, todo lo que facilita la identificación de los antiguos propietarios. Sin embargo, aquí tenemos que apuntar una diferencia. Mientras que en España lo anterior se ha traducido en el enriquecimiento de catálogos con más información enlazada y la creación de bases de datos más enfocadas a identificar esos testimonios. En México, el rezago tanto en catalogación de materiales antiguos como en estudio de procedencias, no impidió que algunos bibliotecarios hayan observado y aprendido la importancia de tales evidencias. En el trabajo de formación especializada que emprendimos hace años, notamos la presencia de un exlibris que no se correspondía con la historia de nuestras colecciones: el del Consejero de Indias Antonio José Álvarez de Abreu, de naturaleza calcográfica impreso por Paulus Minguet "grabador de sellos, láminas, firmas y otras cosas" que trabajo durante la segunda mitad del siglo XVIII. El consejero canario, nacido en La Palma en 1683, fue bachiller de Salamanca y licenciado en Alcalá de Henares. Un letrado real, nombrado por la Corona como Alcalde Visitador de la Veeduría General del Comercio entre Castilla y las Indias, Gobernador Interino de Caracas, Ministro de la Casa de Contratación de Indias, Asesor de Rentas Generales en la aduana de Cádiz y Ministro del Consejo de Indias. Autor de uno de los textos relevantes de la época, Víctima real legal, donde abordó el patronato regio. Personaje que debió compilar una biblioteca profesional que a su muerte, en 1756, comenzó a dispersarse de formas inimaginables.
La otra procedencia que distinguimos aquí es el convento dieguino de San Bernardino de Siena, fundado en 1595 en la ciudad de Taxco por fray Francisco de Torantos (Medina, 1682: 35). Prácticamente todos los conventos establecidos en la Nueva España tuvieron un biblioteca, cuyo tamaño dependía de la comunidad que los habitaba. Así, aquellos con funciones educativas en los noviciados tuvieron magníficas bibliotecas como la del Convento de San Francisco de México y los dedicados a la doctrina tendría bibliotecas más modesta. San Bernardino no fue la excepción, aunque pertenece al conjunto de conventos de los que prácticamente no sabemos nada pues sus historias quedan aún por contar. Tampoco es una casa religiosa de la que conservemos alguna memoria, inventario o catalogo que aporte una idea de lo que fue su biblioteca. Según Osorio las bibliotecas religiosas de la época más sencillas rondarían los 300 volúmenes. Hay que recordar que en México se conservan más testimonios de esta naturaleza de los franciscanos y jesuitas que, de cualquier otra orden mendicante o comunidad secular.
Por tanto, sabemos de los libros de este particular convento gracias a la anotación manuscrita que conservan algunos ejemplares localizados, que se acompaña de un sello de papel y cera, como la que han visto y como ésta de ahora. Aunque no es la única forma. De dicha procedencia existe el ejemplar de las Constituciones de la provincia de San Diego de Mexico de 1696, que actualmente en la Biblioteca Marqués de Valdecilla de la Complutense. El ejemplar tiene además en el canto delantero una marca de Fuego que bien podría ser atribuida al mismo Convento. También sabemos de la biblioteca por la licencia de expurgo que fue concedida al Lector Nicolás de Velara en 1716, y en la cual el regular menciona algunos de los libros prohibidos que encontró. Entre los cuatro mencionados en dicho testimonio, los escasos cinco ejemplares conservados entre México y España, podemos documentar una de las trágicas dispersiones de aquellas bibliotecas mendicantes fundadas en el siglo XVI y activas hasta la exclaustración entre 1860 y 1861.
En efecto, conservamos más ejemplares del Consejero que de San Bernardino. De Álvarez de Abreu se conservan ejemplares identificados en la Real Biblioteca, la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense, la Biblioteca de la Universidad de Salamanca y la Biblioteca de Reserva de la Universidad de Barcelona. En México estamos estudiando los ejemplares en la Biblioteca Nacional de México, en la Biblioteca Eusebio Francisco Kino, en la Biblioteca Central de la UNAM, y en el Seminario Conciliar de Cuernavaca. ¿Cómo llegaron los libros de Álvarez de Abreu a estas tierras? Recordemos que este consejero nunca pisó territorio novohispano. Por tanto, es probable que algunos los haya traído su hermano, Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu, quien desde 1743 estuvo a cargo de la diócesis de Puebla de los Ángeles y que también tuvo una modesta biblioteca. Sin embargo, no hemos encontrado mención al respecto. Es posible pensar, que al igual que la de San Bernardino, como otras colecciones religiosas, hayan acabado en el comercio del libro usado, pues los que sabemos de la colección de Álvarez de Abreu es que los "herederos se deshicieron de los libros legales y [conservaron] los más preciosos de aquella biblioteca" (Rodríguez 91-126).
Para hacer estos estudios requerimos en principio que todo catalogador sea capaz de identificar los diferentes testimonios de procedencia existentes en su colección, así como conocer algunas herramientas que permiten identificar poseedores y testimonios. No siempre, como en estos casos, existe un documento que de cuenta de la conformación de una biblioteca. Sólo en éste, la colección sobrevive a su propio naufragio y es prueba de que existió como conjunto organizado. Así que, estos rastros sólo pueden recuperarse si el bibliotecario lo consigna de acuerdo a la normativa internacional. En suma, utilizar el campo MARC 561 sin excepción para registrar toda procedencia y así podamos congregar a los dispersos en los catálogos. Por eso la colaboración y el intercambio para estos estudios resulta indispensable, tanto en la formación de los bibliotecarios como para hacer estudios de procedencias.
El grueso de las procedencias mexicanas en la Biblioteca Complutense derivan del legado de Francisco Guerra, médico, profesor, bibliófilo y bibliógrafo exiliado en México. Este personaje desarrolló una gran pasión por los libros antiguos y consiguió crear una biblioteca ejemplar de alrededor de casi 5.000 ejemplares, en muchos casos únicos, y en el año 2007 decidió depositar su magnífica colección en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense. En su propio testimonio declaró que al adquirir parte de la biblioteca de Nicolás Léon, estaba "viuda ya de libros coloniales". El no sabía que catorce años después tendríamos esta enorme sorpresa que ofrece una posibilidad de dialogar en tiempos pandémicos. Entonces ¿en dónde lo adquirió? Probablemente en una de las librerías de viejo del centro histórico de la Ciudad de México. En esto también tenemos que emular a los españoles, para proteger jurídicamente mejor a la herencia bibliográfica. Finalmente, las procedencias nos permiten recordar que nuestro pasado, aunque vertiginoso, sigue siendo nuestro presente y necesariamente será nuestro futuro. Por ello, las conversaciones virtuales que llegaron para quedarse muestran caminos posibles para la investigación y la búsqueda de conocimiento, que coadyuven a mostrar un legado cultural de tornaviaje como lo puede ser esta pesquisa emprendida. Una tarea en la que pueden contribuir todos esas personas que en este momento ante la incertidumbre pueden pensar en algo más que la inevitable levedad del ser humano.