Andaba atareado entre consulta y consulta en el marco de unas prácticas en la Biblioteca Histórica "Marqués de Valdecilla" de la UCM, cuando me topé con una obra muy singular. El impreso era El delincuente español: el lenguaje: (estudio filológico, psicológico y sociológico), con dos vocabularios jergales, de Rafael Salillas (1896). [BH JM 1107].
Me llamó inmediatamente la atención, y de ello resultó un atrevido experimento literario que a continuación reproduzco.
Esta es la historia de un cachuchero conocido en el mundo entero. ¡Gran ciquiribaile!. Ni calcorreaba ni nunca se le vio tomando afufa. Almiforero de profesión, era un diestro bajamano, el mejor de Babilonia. Y si alguna vez lo abrazaron, con dramática y bien ensayada feila se zafaba. Llegó a preminente y acaudalado cherinol, porque del oro que fatigaba iba haciendo armadillas y, delegando, devino gran albanaguero. Toda una compañía de bailadores a su cargo; apenas algún vasido, apenas un enrejado. Pero entonces una dama vino a pedirle babosa, y de tanto buen trato lo volvió anublado. Y es que ya se sabe: ¡Cuídese el birlo que se acuesta con coima porque amanece con el boche! Mas ¡qué curtida en bribia! Tan seductora como la bufía y más insaciable. Pasando de flor en flor, tal que un dupa, acabó frente al finibusterre, sin amigos que le salvaran entonces. Quedó para los suyos un consejo: "Cocejil que te me acercas/ mi cachucho no has de tocar/ más prefiero la calle que coima criar".
La obra que nos ocupa, y que ha permitido redactar el referido relato, pretendía ser un manual léxico para la comprensión de los bajos fondos delincuentes de finales del siglo XIX. Su autor, el reputado criminólogo Rafael Salillas, consciente de la existencia de una contra sociedad que operaba al margen del sistema en los centros urbanos, quiso ofrecer a sus compañeros antropólogos una exposición del argot criminal. La propuesta de Salillas no es casual, sino que debe incluirse en un contexto generalizado de investigación y datificación de los nuevos fenómenos sociales que disrumpían el orden liberal. Pretendía con El delincuente español reordenar una sociedad que se había vuelto ilegible -en palabras del historiador Alain Corbin-; no solo descifrar las estructuras lingüísticas de este universo codificado que era el del delincuente, sino también recoger aquellos términos que articulaban la misma realidad del crimen. Porque este antimundo inmundo, como ya dijo Víctor Hugo en Los Miserables, "es a la vez la nación y el idioma". De ello también nos advierte el mismo Rafael Salillas: "Es un fenómeno general la formación en casi todas las sociedades y en casi todas las lenguas de una sociedad que difiere de la sociedad común, y de un lenguaje bastardo".
Esta jerga que recibe el nombre de germanía o caló puede consultarse en los diccionarios que se recogen en el apéndice del impreso. Aquel que se anime a echarle un ojo se armará de nuevas -o más bien viejas- y muy ocurrentes formas para designar al ladrón -que también puede llamarse cachuchero, ciquiribaile o birlo-, al verdugo, la prostituta o la prisión, además de muchas otras. Decía Dominique Kalifa que el imaginario de los bajos fondos, al cual contribuyeron este tipo de tratados, más que reflejar lo social lo que hacían era producirlo. Si los decimonónicos lo hicieron, ¿por qué no nosotros? Les invito, queridos lectores, a servirse de este diccionario y, como he hecho yo, imaginarse con total libertad el mundo delincuente de hace cien años.
Salillas, R. (1896) El delincuente español : el lenguaje : (estudio filológico, psicológico y sociológico), con dos vocabularios jergales. Madrid: Librería de Victoriano Suárez.