"Es una necesidad para el hombre civilizado proporcionar su conocimiento y sus goces a la capacidad de su comprensión y al alcance de sus deseos. El navegante, a medida que avanza, descubre nuevas producciones útiles para la humanidad; determina los distintos puntos del globo y asegura su propia ruta y la de los demás; aprende a juzgar a sus semejantes por un mayor número de informes, y cada uno de sus progresos es un nuevo paso hacia el conocimiento del hombre y de la naturaleza. Es fantástico, es hermoso gastar dinero y correr riesgos por las necesidades de la sociedad en su conjunto y el crecimiento de la riqueza real."

En el prefacio que se dirige al lector de las memorias dejadas por La Pérouse, el editor Destouff de Milet de Mureau rinde homenaje a la empresa que costó la vida al capitán y a su tripulación, subrayando la necesidad y la nobleza de la exploración. del mundo, como entusiasmó a Europa a finales del siglo XVIII. En la misma página, lo vemos hacer una distinción entre "expediciones emprendidas con miras ambiciosas e interesadas", a menudo con efectos perniciosos, y "viajes de descubrimiento, que tenían como objetivo aportar beneficios a los pueblos y "ampliar el campo de la ciencia".

Por supuesto, sólo estos últimos merecen elogios e interés públicos, en proporción a su participación en el progreso del conocimiento universal. Varios siglos después de estas grandes expediciones, esta distinción sigue estructurando nuestras representaciones de la exploración de la Tierra. Pero, ¿el conocimiento del mundo que las bibliotecas europeas comenzaron a acumular desde finales de la Edad Media es realmente sólo fruto de una investigación pura y desinteresada?.

La curiosidad que la generación de la Ilustración hizo un atributo esencial del propio "hombre civilizado" tiene una historia, que los historiadores de la ciencia se han comprometido a escribir después de darse cuenta de que la construcción del conocimiento constituye la dignidad de la ciencia. Dado que los viajeros de la era moderna, cualquiera que fuera su identidad social y sus motivaciones, quisieron recopilar y difundir la información que les parecía digna de interés, sus historias constituyen una preciosa piedra de toque de esta evolución de criterios y motivos de curiosidad.

Documentar lo lejano implica un cierto grado de conciencia de lo desconocido y el deseo de reducirlo a lo conocido. Por tanto, cualquier viaje que se asemeje a una exploración plantea necesariamente la cuestión de los límites del conocimiento de la sociedad a la que pertenece el viajero, y el de su forma de desarrollar el conocimiento en general. Aquí la identidad académica de los autores importa menos que el lugar que ocupan sus obras en los estantes de las bibliotecas, su información en mapas mundiales todavía en gran medida incompletos y sus descripciones en el conocimiento, los gustos y la imaginación de los lectores sedentarios.

La biblioteca patrimonial del Centro Cultural Irlandés, gracias a la antigüedad de su colección y a las obras llamativas y hoy muy raras que posee, ofrece así la posibilidad de viajar en el espacio, desde Tierra Santa hasta el Mar del Coral pasando por el gran norte canadiense, y también a través del tiempo, evocando las diversas motivaciones, las diversas identidades de los viajeros, que sucesivamente contribuyeron a la conquista de lo desconocido.

Fuente:

Conquérir l'inconnu