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En el Año Mundial de los Bosques: los montes españoles en los escritos de los ilustrados.

Isabel Corullón Paredes 6 de Octubre de 2011 a las 10:20 h

Vista del Monasterio de Benifasa (Cavanilles, ob. cit.)

En el último cuarto del siglo XVIII los naturalistas y viajeros que recorren España coinciden en su apreciación sobre de la situación  crítica de los montes en muchas zonas de España, que se ve confirmada por la fuerte subida de los precios de la leña y la madera en el mismo periodo. Entre los libros conservados en la Biblioteca Histórica se pueden encontrar obras de Guillermo Bowles, Antonio Ponz y Antonio Cavanilles,  autores que dejaron constancia el estado de los montes, en un periodo que permitía hacer balance de los resultados de la política forestal aplicada desde 1748. [Seguir leyendo]

 

Todos ellos hacen una defensa a ultranza del arbolado, apoyándose no solo en razones económicas, sino también en una emergente idea del equilibrio medioambiental. Pero además, a pesar del carácter utilitario propio de la literatura ilustrada, se aprecia también en su obra como se va imponiendo la dimensión subjetiva en la visión del territorio, esgrimiendo el argumento estético en su valoración del arbolado. Se prefigura así el pensamiento que se impondrá en el siglo XIX, en el que la naturaleza es considerada como un espectáculo.

 

La Introducción a la historia natural y la geografía física de España, publicada en Madrid, en 1775,  por Guillermo Bowles (BH FLL 21046), metalurgista y botánico de origen irlandés que trabajó para el gobierno español, está construida a partir de varios itinerarios realizados por la Península. En ella describe los aspectos geológicos, los recursos mineros y las especies botánicas que encuentra a su paso, otorgando gran importancia a los montes y la silvicultura. Hace interesantes observaciones sobre el aspecto que presentaba el territorio español. Escribe sobre la riqueza forestal de algunas zonas, como los montes de Reinosa, que "producen los mejores robles de España, y aún de la Europa", y denuncia la explotación abusiva y descontrolada que de ellos hacía la Marina, que estaba poniendo en peligro su regeneración. Describe el despilfarro de las cortas, con troncos cortados años atrás que se han dejado pudrir en el suelo, y  sobre todo la tala indiscriminada de montes enteros,  sin dejar árboles testigo que posibiliten la repoblación natural (p.358-360).

 

Al hablar de las peladas llanuras de Castilla,  se hace eco del tradicional aborrecimiento por los árboles: "En algunos lugares de Campos hai un grande olmo, o algun nogal solo y aislado cerca de la iglesia, que es indicio seguro de estar el agua no lejos de la superficie....Como aquel árbol se ha criado con tanto desabrigo, y tan expuesto a la inclemencia se podrían criar otros muchos, y hacer un pais ameno del que es ahora el mas pelado de Europa, pero no será facil conseguirlo, porque aquellas gentes aborrecen los árboles, diciendo que solo servirian para multiplicar los páxaros, que les comen el trigo y la uva" (P. 267).

 

Es éste un ejemplo de los muchos prejuicios que en torno a los árboles había heredado el siglo XVIII, y que los ilustrados se emplearon en combatir con toda una ofensiva a favor del arbolado. No solo fomentaron  nuevos plantíos, sino que defendieron el mantenimiento de los bosques existentes. Comprendieron también la importancia de los bosques en el equilibrio medioambiental a través de la regulación del régimen hídrico y de las condiciones climáticas. Así, Bowles, preocupado por la sequedad de Castilla, hace ver que ésta viene en buena parte de la escasez de árboles, lo que supone vincular el deterioro del clima con la acción destructiva sobre la cobertura vegetal.

             

Antonio Ponz publicó su  Viage de España entre 1772 y  1794. Había viajado por el país por encargo de Campomanes, con el objetivo de reconocer las obras de arte existentes en los colegios de la Compañía de Jesús, recién expulsada del país. Pero los 18 volúmenes del Viage van mucho más allá de los aspectos artísticos y constituyen una importante fuente de información de la España del último tercio del siglo. Ponz, que fue uno de los más fervientes defensores del arbolado,  va desgranando a lo largo de esta obra noticias sobre el estado de los montes de los lugares que visita. Son especialmente detalladas sus referencias de los bosques de Cataluña (Tomo XIV, pp.92-98) (BH FG 1884), que no fueron escritas por él mismo, como deja indicado. En ellas se observa el retroceso de los recursos forestales producido allí desde al aplicación de las ordenanzas de los montes de la Marina, debido a las cortas masivas realizadas por la Real Hacienda. Pero señala también otras causas de este retroceso, relacionadas con el aumento de la población, la industria y el comercio: la roturación de nuevas tierras, y la demanda de madera para la construcción de edificios, para los astilleros y para las fábricas, especialmente las ferrerías.

 

Ponz dedica también especial atención a los bosques en otro punto de su obra: en el prólogo del tomo XIII incluye un breve manual de arboricultura, escrito por otro autor amigo experto, con la intención de divulgar los conocimientos necesarios para hacer plantíos, pues de nada sirve clamar contra la deforestación si no se enseña a los labradores la manera de efectuarlos (BH FG 1883). Pero el entusiasmo de Ponz por el arbolado se aprecia en otros muchos pasajes de su obra, y no solo se apoya en su valor como recurso económico, sino que también se recrea en sus valores estéticos: son los árboles, representación por  antonomasia de la vida natural, los que confieren la belleza a un paisaje.

 

Es un buen ejemplo de todo ello la descripción que hace del Valle del Lozoya, a su paso por el Monasterio del Paular (Madrid). Ponz queda admirado de la frondosidad de sus alamedas, que son el ornato de las aldeas humildes que lo pueblan, y que podrían ser motivo de inspiración para los pintores. Al mismo tiempo se lamenta del gran retroceso de la masa forestal en los últimos siglos, por la extensión de las praderas y las tierras de labor. Considera que, si se fomentasen los plantíos de nogales y otras especies, en una zona tan propicia como aquélla, redundarían en una verdadera riqueza para éstos pueblos. Describe la importancia de la explotación maderera en la economía del Monasterio, que poseía un pinar en la sierra, cuidado con esmero, del que salía mucha madera para Madrid. No se sacaba un provecho similar de los montes circundantes "por ser de muchos dueños, y faltos de facultades" (T. X, p. 69-70; 97-100) (BH FLL 34579).  Alude así al problema de la propiedad de los montes y su relación con el correcto aprovechamiento de los mismos, tema que fue objeto de tantas discusiones en su época.

 

En Ponz la valoración estética del arbolado va estrechamente unida a la ambiental. Ambas se dejan notar en su visión de las llanuras peladas de Castilla, que tanto desagrado le causan: "Un pueblo de pobres; y mal formadas casas desde luego manifiesta su fealdad en un parage pelado de árboles ....¿Donde puede darse cosa más fastidiosa, ni de más tedio que tender la vista en verano por una dilatada llanura de muchas leguas, como son las que hay en las dos Castillas: ver todo aquel ancho territorio agostado, y seco, sin variedad de cuerpos, ni colores: agostados los arroyos, sin caudal los ríos, y consumidas las fuentes?". Al igual que Bowles, es consciente de la importancia del arbolado en la regulación del nivel de humedad. La aridez de las regiones interiores, fruto de la falta de agua, y de las altas temperatuas estivales, podría atenuarse con "frescas y dilatadas arboledas" (T. IX, p.V-VII) (BH FLL 34579).

 

En las Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reino de Valencia, publicada entre 1795 y 1797, del naturalista valenciano Antonio José Cavanilles, se encuentran también numerosas indicaciones del estado de los montes (BH FOA 1747). Pero además esta obra resulta particularmente interesante por la nitidez  con que expresa la nueva sensibilidad ante la naturaleza que se estaba abriendo paso en su época.

 

Cavanilles proporciona información sobre los efectos de la política forestal aplicada en las últimas décadas. Da noticia de los perjuicios que para los pueblos suponían las limitaciones impuestas por la Marina a las roturaciones o a los aprovechamientos vecinales:

 

"Con pretexto de criar árboles para la Marina real se acotan términos inmensos, muchas veces inútiles para el fin que se intenta. Porque no todo terreno es apto para pinos, ni aun aquellos en donde espontáneamente nacen y crecen hasta cierta altura. Danse órdenes generales, y se ponen en ejecución sin examen, sin conociemiento de los terrenos, por donde se perjudica gravemente á los pueblos, y el Estado ningún útil recibe"  (Vol. 1, p. 25)

 

Se plantea el problema de la deforestación del país valenciano, y opina que está directamente relacionado con el aumento de la población, que ha dado lugar a la roturación de extensas superficies, y al incremento de la actividad industrial, motivo de talas continuas para alimentar los hornos. Busca la solución en la repoblación de los eriales, pero considera el grave inconveniente de la presencia de ganado en los montes y las extracciones de leña, fruto de la presión demográfica (Vol¸1, p. 228).

 

 Pero aparte de las apreciaciones de un técnico (Cavanilles fue nombrado director del Jardín Botánico de Madrid en 1801), su obra expresa con nitidez la nueva visión de la naturaleza que se estaba imponiendo poco a poco, basada en la contemplación del territorio desde la dimensión subjetiva. Naturalistas y viajeros del siglo XVIII gustan de subirse a riscos y montes para disfrutar de la naturaleza, que pasa a ser considerada como un espectáculo. Los naturalistas llaman vistas a la descripción del territorio contemplado desde allí, pues el término paisaje era utilizado entonces sólo por los pintores, sin embargo reflejan algo muy próximo a lo que consideramos paisaje en la actualidad. Cavanilles aprovecha cualquier oportunidad para encaramarse a un punto elevado y describir el territorio desde allí. Su obra está enriquecida con numerosos grabados que lo ilustran. Se trata de vistas que incorporan muchos detalles realistas con la intención de proporcionar una imagen lo más exacta posible del territorio, pero que al mismo tiempo son una expresión de la naturaleza como espectáculo. Un buen ejemplo es la del Monasterio de Benifasa. En primer término aparece una figura humana que, además de aportar una referencia para apreciar las dimensiones del conjunto, representa al viajero en actitud de contemplación.

 

Pero la consideración del paisaje por parte de los ilustrados nada tiene que ver con la visión romántica, que gusta especialmente de la naturaleza virgen. Manifestan su preferencia por los territorios humanizados, cultivados, pero no basta con las obras salidas de la industria humana, sino que es precisa la presencia de elementos naturales, y entre ellos resultan indispensables los árboles. El arbolado y la vegetación en general son los que hacen hermoso un paisaje.

 

Bibliografía

  • Urteaga, Luis. La tierra esquilmada: las ideas sobre la conservación de la naturaleza en la cultura española del siglo XVIII. Madrid, 1987
  • Casals Costa, Vicente. Conocimiento científico, innovación técnica y fomento de los montes durante el siglo XVIII, En : Técnica e ingeniería en España, Vol. 3 : El siglo de las luces. Zaragoza, 2005

 

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