Ya entrada la segunda mitad del siglo XVIII, las condiciones sanitarias a bordo de los barcos eran rudimentarias, por no decir precarias. Los marineros vivían hacinados durante semanas en barcos de madera, que rezumaban humedad, carentes de la ventilación y calefacción necesarias, soportando las inclemencias del tiempo y un trabajo físico durísimo. A ello se unía una alimentación inapropiada, sobrecargada de productos en salazón y alimentos que se iban deteriorando. La mortandad a bordo era muy alta. A su vez, los barcos se convertían en vehículos transmisores de enfermedades que viajaban de un país a otro, con tripulantes, pasajeros, ratas y mosquitos como portadores, por lo que las condiciones higiénicas y sanitarias a bordo requerían una especial atención. [Seguir leyendo]
Al comenzar el siglo XVIII el control sanitario en los buques estaba encomendado a los barberos, cuyos conocimientos les permitían realizar curas, cambiar apósitos y aplicar ungüentos, así como la colocación de ventosas y sanguijuelas. En el segundo tercio del siglo empiezan a ser sustituidos por los cirujanos. Unos y otros eran considerados la categoría más baja de la tripulación y debían costear a sus expensas todo el instrumental necesario para la atención de sus posibles pacientes. Por encima de todos ellos se situaban los protomédicos, la aristocracia de la medicina. Sin embargo, los comandantes de las naves preferían embarcar a cirujanos, pues estaban más preparados para la vida a bordo y para la atención de las enfermedades y traumatismos propios de marineros. El número de cirujanos a bordo dependía del número de cañones de cada buque. En España existía, desde 1728, el Colegio de Cirujanos, el cual dio paso en 1748 al Colegio de Cirujanos de Cádiz, que proporcionaba seis años de formación específica sanitaria adaptada al trabajo en solitario dentro de los buques.
Entre todas las enfermedades que solían originarse por la estancia prolongada en los buques, el escorbuto, avitaminosis producida por la deficiencia de vitamina C, era la más temida. En 1753 el cirujano inglés James Lind publica Causas y tratamiento del escorbuto de los marinos (obra de la que nuestra biblioteca cuenta con varias ediciones en diferentes idiomas), donde describe el ensayo clínico realizado en 1747 a bordo de la nave Salisbury, a través del cual comprobó como el uso de cítricos curaba a los marinos afectados de escorbuto. Como elemento para su prevención se aconseja el uso de verduras y frutas frescas en la dieta de las tripulaciones, recomendación que no se hizo efectiva en la armada inglesa hasta finales de los años ochenta, alcanzando casi el siglo XIX en el resto de las armadas europeas. Como ejemplo, en 1792 el Colegio de Cirujanos de Cádiz aún consideraba el escorbuto como una enfermedad pestilencial. Incluso el eminente cirujano Pedro María González tardó en aceptar los resultados de J. Lind, aunque posteriormente se convertiría en el mayor experto español en este tipo de enfermedades, publicando obras como Tratado de las enfermedades de la gente de mar en 1805, junto Francisco Flores Moreno, también cirujano y compañero en la expedición de Alejandro Malaspina en 1789.
Gracias a la racionalización de las enseñanzas de medicina y cirugía, muchos fueron los avances de la medicina naval en el siglo XVIII, propiciados por su impartición en el ámbito experimental de la práctica hospitalaria, así como por la mejor consideración social de los cirujanos y la creación de jardines botánicos para el estudio de las plantas medicinales. Estos avances dieron lugar a una rica bibliografía, de la que nuestra biblioteca conserva abundantes ejemplos. Entre ellos, cabe señalar una pequeña pero curiosa obra posterior a 1770, Consuelo de navegantes en los estrechos conflictos de falta de ensaladas, y otros viveres frescos en las largas navegaciones : recurso facil al uso del sargazo o lenteja marina ... del médico de San Sebastián, Vicente de Lardizábal, quien, en su defensa del consumo de vegetales frescos en los barcos, cree encontrar una planta marina que pueda sustituir a las verduras y hortalizas terrestres, y propone el uso de las algas denominadas sargazos para ese fin. En ocho capítulos describe esa planta, señala donde encontrarla, como tratarla y cocinarla, y sus propiedades. Demuestra su utilidad contra el escorbuto y también como alimento de los animales a bordo, mezclándolo con su comida habitual. Unos años antes, en 1768, la Compañía Guipuzcoana de Caracas había encargado a Vicente de Lardizábal una obra para la prevención y control de enfermedades en los barcos que venían de América con productos como el tabaco, cacao o añil. La obra, Consideraciones politico-médicas sobre la salud de los navegantes ..., fue publicada en 1769.
Bibliografía:
- Dávila, Dora. Vicente de Lardizábal. Consideraciones politico-médicas sobre la salud de los navegantes, en que se exponen las causas de sus mas frecuentes enfermedades, modo de precaverlas, y curarlas .... Montalbán, UCAB, nº 36. Caracas, 2003.
- Granjel, Luis S. La medicina vasca de los siglos XVIII y XIX (online).
- Hernández Morejón, Antonio. Historia bibliográfica de la medicina española. Madrid, Imprenta de la Viuda de Jordán e Hijos [etc.], 1842-52
- Navarro García, Ramón. Historia de la sanidad marítima en España. Madrid, Instituto de Salud Carlos III, D.L. 2001
- Novo López, José E. Evolución histórica de la medicina naval. Madrid, Universidad Complutense, 1989