"Detrás de los "chortens" había literalmente miles de textos sagrados amontonados, que llegaban hasta el techo. Los libros tibetanos son muy distintos a los nuestros. Consisten en hojas sueltas de treinta centímetros o más de largo y unos cuantos centímetros de ancho, colocados entre dos pesadas tablas y envueltas en seda. Aquella biblioteca era una de las más famosas del Tíbet y se decía que todos sus libros eran manuscritos, no obras impresas con bloques de madera". [Seguir leyendo]
Con estas palabras describe Margaret Williamson, esposa del diplomático británico Derrick Williamson, encargado de las relaciones diplomáticas de Gran Bretaña en los reinos de Sikkim, Bután y el Tíbet entre 1932 y 1935, la biblioteca que visitó en el monasterio de Sayka, uno de los más antiguos y sagrados de todo el Tíbet, cuya edad de oro se remonta al siglo XIII. Margaret publicó sus recuerdos en el libro Memorias de la esposa de un diplomático en el Tíbet, obra muy entretenida y llena de encanto que aporta interesante información sobre el Tíbet y la cultura tibetana.
Tuve la oportunidad de visitar el mismo monasterio de Sayka hace un año en un viaje inolvidable por la Carretera de la Amistad, que une Lhasa, capital del Tíbet, con Katmandú, ya en Nepal, en la que atravesamos la parte central de la altísima meseta tibetana, con puertos de más de 5.000 metros de altitud flanqueados por las más altas montañas del mundo, entre ellas el Everest. Visitamos monasterios perdidos en ciudades encaramadas en altos riscos, como Gyantse, Shigatse, o Sayka, para luego bajar por un camino endemoniado de más de 3.000 metros de altitud en poquísimos kilómetros, atravesando los Himalayas. Una verdadera montaña rusa llena de cascadas, derrumbes, desfiladeros y caídas en picado hasta que, por fin, llegamos al templado valle de Katmandú en la ladera sur de la cordillera.
Entre las imágenes, sensaciones y experiencias del viaje recuerdo con especial intensidad la visita de algunas de aquellas viejas bibliotecas custodiadas en el corazón de los monasterios tibetanos, en los grandes salones de oración, entre budas y stupas, con enormes estantes de madera repletos de libros religiosos y, no sólo, pues como en la civilización europea de los siglos medievales, todo el saber y el conocimiento de la rica cultura tibetana se guardaba en los monasterios, centros religiosos, sociales, económicos y políticos de la sociedad tradicional del Tíbet. Una de las bibliotecas que pude fotografiar fue la que albergaba el monasterio de Palkhor, fundado en el siglo XV en la ciudad de Gyantse. La biblioteca consistía en una altísima y enorme habitación toda construida en madera con antiguo artesonado, columnas y unos estantes dispuestos en grandes compartimentos donde se colocan, unos encima de otros formando filas de cuatro, los grandes volúmenes. A esta habitación se accede por la sala de oraciones y la antecede una pared con hermosísimas estatuas de Buda, de mucha calidad, también de madera.
Cada uno de los volúmenes está formado por un conjunto de hojas de papel apaisado forradas en tela de seda amarilla de uno de cuyos extremos cuelgan tres pequeños rectángulos de seda de colores de distintos tamaños superpuestos. Debajo de estos rectángulos está escrito el título del libro. Todo el conjunto queda protegido por dos pesadas planchas de madera labrada, a modo de encuadernación. Las fotografías no reflejan la verdadera dimensión espacial y espiritual de este auténtico tesoro del pensamiento humano.
Al calor de estas imágenes quiero traer también los recuerdos e impresiones que otros viajeros nos han dejado sobre bibliotecas, libros e imprentas en el Tíbet. Uno de los primeros exploradores que dejó su testimonio fue Samuel Turner en la obra An account of an embassy to the court of the Teshoo Lama in Tibet: containing a narrative of a journey through Bootan, and part of Tibet, London, printed by W. Bulmer..., 1800 [BH FG 2964], del que ya hicimos referencia aquí (véase noticia en Folio Complutense). Recordamos sus palabras sobre el arte de imprimir, el uso de bloques de madera grabados en lugar de tipos móviles, la impresión en las dos caras de unas estrechas hojas de papel fabricado con la fibra de un arbusto, y su "encuadernación" mediante la colocación de las hojas que forman un libro entre dos planchas de madera que hacen de cubiertas:
"Is is asserted that the art of printing has, from a very remote age, been practiced in Tibet, though limited in its use, as far as I could learn, by the powerful influence of superstition. It has hitherto remained appropriated to sacred works, and to the service of learning and religion. Copies on these recondite subjects are multiplied, when required, not by the aid of moveable types, but by means of set forms, having the subjects of their works carved with appropriate embellishments on blocks of wood with which they impress their matter upon thin narrow slips of paper, fabricated among themselves from the fibrous root of a small shrub, and the leaf bears the impression of the characters designed for it, on each side. The leave of book, when they are completed, are loosely put together, placed upon each other, and enclosed between two equal slips of wood as covers... (pág. 322).
Margaret Williamson, además de la biblioteca de Sayka visitó también la imprenta que existía en el monasterio de Tashilhumpo, en Shigatse:
"Luego, nos condujeron a los talleres de imprenta en los que se guardaban los bloques de madera labrada en innumerables estantes. Escogieron uno y nos hicieron una demostración del método de impresión. Con la tinta, almacenada en un frasco, se frotaba la superficie tallada del bloque; a continuación, se ponía encima una hoja en blanco del áspero y fibroso papel local y se frotaba con un rodillo. Retiraron la hoja impresa y me la ofrecieron. La acepté agradecida, y la he conservado como recuerdo de la visita..." (pág. 181).
Otro de los clásicos de la literatura de viajes, imprescindible para conocer el Tíbet, es la obra de Heinrich Harrer, montañero austriaco que, escapando de la India durante la Segunda Guerra Mundial, cruzó el Himalaya y pasó varios años en el Tíbet, integrándose en la sociedad tibetana y llegando, incluso, a dar clases al pequeño Dalai Lama. En su obra, Siete años en el Tíbet (luego llevada al cine dirigida por Jean-Jacques Annaud y protagonizada por Brad Pitt), relata la visita que realizó a una de las imprentas en Lhasa:
"El edificio más grandioso del barrio de Cho es la imprenta del Estado. Ni el menor ruido se escapa jamás de este austero cuadrilátero de paredes grises que muy bien podría confundirse con una cárcel. Los monjes son los que mandan en su interior. Sobre unos encañizados están puestos a secar grandes pedazos de madera que se utilizan para fabricar las planchas de impresión. Unos monjes graban en ellas las letras que han de servir para componer los libros encargados por el gobierno; esas tablillas se colocan después en estanterías, una sobre otra, siguiendo el orden de las páginas. Las planchas necesarias para la composición del kangyur - textos sagrados del canon del budismo tibetano - ocupan por sí solas toda una sala de la imprenta del Estado. La tinta está hecha a base de un hollín que se obtiene por la calcinación de excrementos de yak, por lo que los trabajadores de imprenta tibetanos, negros de pies a cabeza, parecen verdaderos demonios. El papel de fabricación local que se usa exclusivamente es muy grosero, pero también resulta casi indestructible. Las hojas, impresas por ambas caras, se colocan simplemente entre dos tablas de madera tallada... Aparte la imprenta de Cho, existe otra en las cercanías de Chigatsé, en el monasterio de Norlhang; además, todos los conventos tienen las planchas necesarias para la edición de obras consagradas a los santos locales o la historia de tal o cual monasterio..." (págs. 370 y ss.).
Como se explicaba en la exposición virtual organizada por la Biblioteca Histórica en el año 2011, comisariada por José Luis Gonzalo, "El libro antiguo japonés", o más recientemente, en la obra del mismo profesor Gonzalo, Leyendo en Edo o Breve guía sobre el libro antiguo japonés, dentro de la cultura escrita oriental este formato de libro formado por hojas de papel apaisadas se denomina formato "pothi" en Nepal, Tibet, Mongolia, a donde llego junto con el budismo y donde todavía perdura. Las tapas pueden ser de madera o de cartón, más baratas, y los volúmenes se envuelven habitualmente con cubiertas enteladas, de colores brillantes.
En las tiendas de hoy en día se siguen vendiendo los libros de este formato, como podemos ver en la fotografía de este comercio en la ciudad de Shigatsé. Se observan libros con las hojas sujetas sólo con unas cuerdas, "en rama" como diríamos nosotros, y alguno con tapa de cartón. Colgando detrás hay una gran variedad de "thangkas", telas pintadas con motivos budistas.
Sobre libros y bibliotecas también dejó su testimonio uno de los más grandes exploradores que ha tenido la región de los Himalayas, el antropólogo francés Michel Peissel (1937-2011). Entre sus primeros libros se encuentra Mustang, reino prohibido en el Himalaya, en el que relata el apasionante viaje que hizo en el año 1964 a una de las regiones más desconocidas y fascinantes de la tierra, situada en la vertiente norte de los Himalayas, políticamente perteneciente al Nepal, pero de cultura tibetana. Esto es lo que nos cuenta:
"En el Tíbet, y también en el Mustang, hay un número sorprendente de libros. Se los encuentra en todas las casas, y no digamos en los monasterios y en los hogares e los nobles, donde existen en gran cantidad. Algunos de ellos son manuscritos; otros están impresos con bloques de madera. Casi todos son de naturaleza religiosa, textos sagrados, con sus comentarios, nóminas de divinidades y plegarias para todas las ocasiones; pero hay también incontables biografías de monjes, que proporcionan valiosos datos sobre como discurría la vida en tiempos pasados; guías para peregrinaciones; libros de cuentos y de poesía, y también de historia, aunque estos últimos sean bastante escasos..." (pags. 153-154)
"... Los libros representan también un artículo precioso, muy buscado e intercambiado con frecuencia. Se imprimen principalmente en los monasterios del Tíbet oriental y occidental, a muchos kilómetros de Lo - así llamaban los habitantes de Mustang a su tierra, el país de Lo - Resultan sumamente caros. El sistema más barato que tienen los habitantes de Lo de procurarse un libro es comprar grandes resmas del tosco papel tibetano en el sur o en Buthan, viajar luego durante meses a los diversos monasterios donde se guardan las planchas de los textos grabados en madera y pagar a los monjes para que los impriman en el papel (pág. 156).
Un día, en su visita a un monasterio, el llamado "Nuevo monasterio", en la capital de Mustang, Lo Matang, Michel Peissel pidió ver la biblioteca y poder disfrutar de algunos de sus libros. Allí fue consciente de la importancia que tenía el libro como objeto de veneración:
"... Tras haber tomado el té, el lama nos acompañó a una habitación contigua, donde había un gran número de libros. Como todos los volúmenes tibetanos, se componían de un número de hojas largas, rectangulares, envueltas en seda y sujetas entre tablas. Cada vez que solicitábamos mirar un libro, el lama se lo colocaba sobre la cabeza en señal de reverencia, y luego se lo ponía sobre la de Tashi; finalmente nos lo entregaba. Todo tibetano ejecuta este pequeño ritual cuando va a leer un libro. En el Tíbet se considera a los libros mucho más que como simples textos. Se les venera como algo sagrado en si mismo y poseedores de propiedades que se extienden más allá de su estricto significado. Se los considera más santos que las propias estatuas e imágenes, por lo cual no se les coloca nunca debajo de una de estas. Son tratados con el mayor respeto. Casi todos los monjes del Himalaya saben leer, pero pocos son los que entienden la complicada gramática y la terminología de los textos religiosos tibetanos. Para estos monjes, no demasiado cultos, el sólo hecho de volver las páginas de un libro religiosos o murmurar sin comprenderlas las sílabas escritas en él, resulta suficiente para adquirir mérito... "(págs. 192-193).
Cuando Michel Peissel llevaba ya varias semanas en el Mustang viajando por sus montañas y valles, sus ciudades y las ruinas de fortalezas anteriores, y había conocido a muchos habitantes de la región, nobles, soldados, y monjes, consiguió que le presentaran ante el rey. Es en esta audiencia real cuando le enseñan uno de los tesoros más preciosos del Mustang, "un libro escrito con letras de oro":
"Íbamos a marcharnos cuando el soberano preguntó si nos gustaría ver un libro escrito en letras de oro. Yo había visto ya muchos libros tibetanos escritos en papel negro con tinta dorada, pero contesté que me agradaría mucho conocer éste también. Unos minutos más tarde apareció un joven alto y fuerte, llevando en sus brazos un gran libro, de unos noventa centímetros de largo por treinta de grueso. El joven lo depositó sobre un soporte, delante de mí. Luego desató una gran cubierta de seda que envolvía el volumen. Debajo de ésta apareció el libro, sujeto por dos tablas de madera laqueada en rojo brillante, adornada con delicados dibujos.
Cuando procedió a quitar esta especie de tapa quedé asombrado. Bajo esta primera cubierta de madera laqueada apareció otra de gruesa plata maciza, enteramente revestida de dibujos repujados, incrustados de figuras de oro. .. Una vez quitada esta cubierta, se nos reveló la existencia de otra tapa de plata, a la cual estaban unidos tres cubrepáginas de brillante seda. Al levantarlos descubrieron el título el libro, dos palabras formadas por letras de diez centímetros de alto, de oro puro, del grosor de un lápiz, aplicadas al macizo fondo de plata. El libro era una verdadera joya, el más bello que jamás viera.
Iba de sorpresa en sorpresa a medida que, una tras otra, el joven volvía las diez primeras páginas, pues cada una de ellas estaba adornada con las ilustraciones más exquisitas en pan de oro sobre grueso papel negro. Luego empezaba el texto, en grandes caracteres de espesa pintura de oro, en relieve, como si estuviesen grabados sobre el papel. Tashi me dijo que se trataba de uno de los tomos del Kanjur. Comprendí entonces que tenía ante mi uno de los auténticos volúmenes que el santo lama Ngorchen Kunga Zampo había mandado hacer en 1436...
Observando el gran volumen comprendí sin lugar a dudas que era uno de los ciento ocho tomos del famoso Kanjur de oro de Lo, un libro de casi quinientos años de antigüedad, una obra maestra de la ciencia y la artesanía tibetana. Tashi me aseguró que lo que el rey decía era cierto: "Ni siquiera en Lhasa existe un libro de tanta hermosura y riqueza como éste".
Cuando preguntamos donde estaban los otros ciento siete volúmenes, el monarca nos contestó, muy apesadumbrado, que, antes de su subida al trono, los caracteres de oro de las pesadas primeras páginas habían sido arrancados. Así resultó destruido uno de los más bellos Kanjur que hayan existido..." (págs. 292-294).
No es fácil imaginarse cómo sería este maravilloso libro pero podríamos hacernos una idea contemplando uno de los tesoros tibetanos que se encuentran en la Biblioteca Digital Mundial de la UNESCO y que pertenece a la Biblioteca Nacional de Baviera, un manuscrito con un texto del Kanjur escrito sobre papel negro con letras doradas (ver manuscrito tibetano BSB: Cod. Tibet. 922).
En este momento no se conoce con precisión la situación de las bibliotecas tradicionales tibetanas y de su rico patrimonio bibliográfico, tanto de manuscritos como de impresos, pues han sufrido graves daños durante los años de la Revolución Cultural en China. Algunos libros tibetanos fueron llevados al extranjero y hoy forman parte de las colecciones orientales de las bibliotecas y museos más prestigiosos del mundo. La Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid no posee, por el momento, ningún libro tibetano de estas características, aunque no renunciamos a tener alguno en el futuro.
Para hacernos una idea de los métodos de impresión tradicionales, ofrecemos ver en un video cómo se tallan, en la actualidad, las planchas de madera en la imprenta del monasterio de Bakong en Derge, en el Tíbet oriental (ver vídeo en Youtube), o cómo se imprime por este sistema en la misma imprenta de Derge (ver vídeo en Youtube). Esta imprenta, que yo no visité, alberga más de 217.000 bloques grabados de escritos tibetanos, lo que supone el 70% del patrimonio literario tibetano. Hay obras antiguas de astronomía, geografía, música, medicina y, por supuesto, budismo (Fuente: Guía del Tíbet de Lonely Planet).
Quiero terminar con una bella pintura que se encuentra en una de las paredes del palacio de Norbulingka, construido en el siglo XVIII a las afueras de Lhasa como palacio de verano para el Dalai Lama. En ella vemos a un hombre santo, un "yogui" -¿quizás el sabio y poeta Milarepa?- que parece que camina en peregrinación. Lleva a sus espaldas una cesta de frutas y colgado del cayado su única posesión material, su tesoro, lo único que quiere conservar y llevar en su viaje, un libro.
Bibliografía
- Jose Luis Gonzalo Sánchez-Molero, Leyendo en Edo o Breve guía sobre el libro antiguo japonés, Madrid, CSIC, 2013
- Heinrich Harrer, Siete años en el Tíbet, Barcelona, Ediciones B, 1997
- Michel Peissel, Mustang, reino prohibido en el Himalaya, Barcelona, Juventud, 1969.
- Tíbet, 1ª edición en español, Lonely Planet Publications, 2008.
- Samuel Turner, An account of an embassy to the court of the Teshoo Lama in Tibet: containing a narrative of a journey through Bootan, and part of Tibet, London, printed by W. Bulmer..., 1800
- Margaret D. Williamson, Memorias de la esposa de un diplomático en el Tíbet, La Coruña, Ediciones del Viento, 2009