El comienzo de la fascinación por los cristales se remonta a los orígenes de la especie humana. Se han encontrado cristales de cuarzo en los yacimientos de homo erectus sin tener restos de uso, por lo que hay que pensar que se los consideraba objetos preciosos, con valor ornamental y posiblemente también mágico y religioso. Estos usos perduraron la lo largo del tiempo y se ven reflejados en los libros sagrados de la Antigüedad. En el Antiguo Testamento se mencionan hasta 23 minerales a los que se atribuye un uso ornamental y litúrgico. [Seguir leyendo]
En la Antigüedad los conceptos de cristal y mineral eran bastante vagos, pues el conocimiento tenía una base escasamente experimental. La palabra cristal viene del griego "krystallos", que deriva de "kryos", escarcha. Con ella designaban tanto al hielo como a los cristales de cuarzo, que consideraban como agua congelada. La falta de interés por la experimentación daba lugar a que los autores griegos y romanos repitiesen comentasen la obra de sus antecesores. Esta corriente se prologó durante toda la Edad Media, de manera que solo a partir de mediados del siglo XVI comienza a desarrollarse una ciencia con base empírica
Los filósofos griegos se ocuparon por las piedras preciosas como parte de su interés por el estudio de la historia natural. Es lo que ocurre en De lapidibus, de Teofrasto (s. IV a.C.), el texto más antiguo conservado sobre minerales, el primer tratado con pretensiones científicas de mineralogía y petrología, ya que habla de las propiedades de las rocas y minerales (dureza, densidad, transparencia, brillo) y pone en duda las creencias sobre los poderes mágicos de las piedras. En la Antigüedad los minerales formaban parte de los remedios terapéuticos. Su utilización venía dada por su rareza y por su aspecto, de acuerdo con un pensamiento mágico. En esta línea, Dioscórides (s. I. a. C.) en su obra de farmacopea De materia medica describe unos 90 minerales y piedras preciosas utilizados en la preparación de drogas, y habla de su valor terapéutico.
Al igual que la obra de Teofrasto, la Historia natural de Plinio el Viejo tiene también una orientación científica. En la sección del Lapidario proporciona las bases de la proto-cristalografía y la proto-mineralogía con la descripción de los cristales del cuarzo y de algunas piedras preciosas como el berilo y el diamante, pero en ningún momento se refiere al concepto de cristal. Habla también de las propiedades curativas de las piedras, aunque las tacha de creencias mágicas.
En la Edad Media los lapidarios recogen el saber mineralógico de Plinio. Forman parte habitualmente de obras de carácter enciclopédico, como las Etimologías de San Isidoro, que clasifica las piedras precisas según su color y destaca algunas de sus propiedades, ampliando la información de Plinio. Pero los lapidarios medievales posteriores se interesan sobre todo por las propiedades terapéuticas de las piedras e incorporan numerosos elementos de carácter esotérico. En el Lapidario de Alfonso X, traducido de uno árabe, la dimensión simbólica y mágica es la predominante, atendiendo a la relación de las propiedades de las piedras con la conjunción de los planetas y los signos del zodiaco.
Al final de este periodo encotramos el Hortus sanitatis, del médico alemán Johann Wonnecke von Caub, la última obra enciclopédica medieval sobre historia natural escrita en latín, y la primera que fue impresa. Hace un recorrido por todos los seres animados e inanimados que tienen una utilidad curativa. Recopila distintas obras de autores antiguos, árabes y del medievo europeo. Fue impresa por primera vez en Maguncia en 1491 y fue repetidamente reeditada y traducida en la primera mitad del siglo XVI. El capítulo quinto es un lapidario que incluye 144 epígrafes sobre 33 piedras con virtudes curativas, en los que cita la obra de varios autores antiguos, entre ellos Plinio y Dioscórides. La Biblioteca Histórica posee varios ejemplares de una de las dos ediciones de 1497 impresas en Estrasburgo (BH INC M-62), y también un ejemplar de la traducción francesa de 1539 (BH INC M-18), que permite acercarse con mayor facilidad a esta obra.
Otro ejemplo de la consideración de las piedras preciosas desde la farmacopea en el Renacimiento es la traducción comentada que hizo Andrés Laguna de la obra de Dioscórides, Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos (Amberes, 1555) (BH MED 1501). En esta obra, muy elogiada y varias veces reeditada, Andrés Laguna recoge de manera imprecisa algunas descripciones de cristales e incorpora la tradición acerca de las propiedades de las piedras basada en presupuestos simbólicos y mágicos, pero siempre aportando su investigación personal acerca de los distintos procedimientos.
A mediados del siglo XVI se producen las principales aportaciones al desarrollo de la cristalografía desde Plinio. En 1540 Vannoccio Biringuccio (Siena, 1480-1539?) publica De la pirotechnia, (BH FG 726), el primer manual de metalurgia impreso. En esta obra habla de las técnicas de la minería, de la diversidad de los minerales, y de cómo fundirlos. Biringuccio, que demuestra ser un atento observador de la naturaleza, admira la perfección de los cristales y aporta descripciones precisas de muchos de ellos. Aunque hace una diatriba de los alquimistas, sin embargo no queda al margen de todas las creencias que estos representaban, pues incorpora numerosos aspectos simbólicos y mágicos relacionados con las piedras preciosas y los minerales. De pirotecnia se adelantó 16 años a la mucho más famosa De re Metallica (BH FG 768) de Georg Agricola, publicada en 1556, que la tuvo como una de sus fuentes. A pesar de que la obra de Biringuccio fue varias veces reeditada en Italia y Francia, quedó oscurecida por ésta, quizá por estar escrita en lengua romance, en vez del académico latín de la obra de Agricola. De re Metallica es la obra principal de su autor, al que se considera el iniciador de la mineralogía moderna. Anteriormente había publicado De natura fossilium (1546), obra en la que a partir de la observación directa, se clasifican por primera vez los minerales por sus características externas.
Pocos años después, aplicando el método de la observación directa de los cristales de un mineral o de una sustancia determinados, Conrad Gesner concluyó que su forma no era constante, lo que significaba que los ángulos de sus caras tampoco lo eran. En su obra De rerum fossilium, lapidum et gemmarium (1564) (BH MED 288) afirmaba que "un cristal difiere de otro en sus ángulos y, por consiguiente, en su figura".
Pero fueron necesarios todavía más de cien años de observaciones de los cristales hasta que diera comienzo la ciencia cristalográfica, cuando el danés Steno enuncie en 1669 la primera de las leyes de la cristalografía.
Bibliografía
- Carrasco Fernández, Joaquín. Zoofarmacia, geofarmacia y criptopaleontología en el incunable Hortus Sanitatis... Zaragoza, 2013
- Marshall, Henry & Klickstein, Herbert S. (eds) A source book in Chemistry, 1400-1900, Harvard University Press
- Seoane Dovigo, María. El simbolismo de las gemas en la trayectoria amorosa de Felismena en la Diana de Jorge de Montemayor. En: Actas del IV Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro (Alcalá de Henares,1996) / María Cruz García de Enterría y Alicia Cordón Mesa, editoras. Vol. 2, 1998.
Recursos
- César Tomé López, Breve historia de la cristalografía [http://edocet.naukas.com/categoria/bhc/]