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Reflexión sobre la Universidad

jgarciag@pas.ucm.es 12 de Abril de 2011 a las 12:01 h

¿Qué Universidad queremos? Es un derecho y un deber de todo universitario preguntárselo, y no sólo en una jornada de reflexión como ésta. Para contribuir a esa reflexión, os propongo algunos párrafos de un breve y jugoso escrito, titulado Sobre la reforma de la Enseñanza, de Marc Bloch, incluido en su célebre libro "La extraña derrota", de 1940, aunque publicado póstumamente en 1946.

En este ensayito se nos habla de la situación de la enseñanza en la Francia "libre" de hace 70 años, pero muchas de sus reflexiones siguen mereciendo hoy atenta consideración. ¿Quién fue Marc Bloch? Uno de los principales intelectuales franceses de la primera mitad del XX. Un perspicaz historiador y ensayista, fundador de la Escuela de los Annales y profesor en Estrasburgo y La Sorbona. Un hombre valiente que no calló, como sí hicieron otros, ante los desmanes de la Francia de Vichy. Héroe de guerra en la I Guerra Mundial, en octubre de 1940, el gobierno de Vichy, en aplicación de sus leyes racistas, le excluyó de la función pública por sus orígenes familiares y luego lo rehabilitó por su gran prestigio. Murió fusilado en 1944, tras ser torturado durante varias horas por la Gestapo, por haber participado en la resistencia.

Nos dice Marc Bloch:

"De todas las reconstrucciones indispensables, la de nuestro sistema pedagógico no será la menos urgente. En la esfera tanto de la estrategia, como de la práctica administrativa o, simplemente, de la resistencia moral, el desmoronamiento se ha producido ante todo entre nuestros dirigentes y (¿por qué no tener el valor de reconocerlo?) en una parte sustancial de nuestro pueblo; ha sido una derrota tanto de la inteligencia como del carácter. Lo que equivale a decir que, entre sus causas profundas, las deficiencias de la formación que nuestra sociedad impartía a sus jóvenes han tenido una función decisiva.

Una reforma tímida no será suficiente para enmendar estos vicios. No se le devuelve la educación a un país poniéndole parches a sus viejas rutinas. Se impone una revolución. No sucumbamos al descrédito que un régimen odioso querría arrojar sobre esta palabra, a la que ha escogido para camuflarse. En la enseñanza, como en todos los ámbitos, la pretendida revolución nacional ha oscilado constantemente entre la vuelta a las rutinas más obsoletas y la imitación servil de sistemas ajenos al talante de nuestro pueblo. La revolución que deseamos sabrá ser fiel a las tradiciones más genuinas de nuestra civilización. Y será una revolución porque impondrá novedades.

No nos llamemos a engaño: será una tarea ruda. No se hará sin desgarro. Siempre será difícil persuadir a los maestros de que los métodos que han utilizado tanto tiempo y de manera tan concienzuda quizá no fueran los mejores posibles; a los hombres maduros, de que sus hijos se beneficiarán de recibir una educación distinta a la suya; a los antiguos alumnos de las grandes Escuelas, de que estos centros adornados del inmenso prestigio del recuerdo y la camaradería deben ser suprimidos. Pero en este caso, como en los demás, el porvenir será de los audaces; y para todos los hombres dedicados a la enseñanza, el peligro más grave está en la cómoda complacencia con las instituciones en las que se han ido creando poco a poco un nido confortable. (...)

Se impone una condición preliminar, tan imperiosa que, de no cumplirse, no podrá hacerse nada serio. Es menester, tanto para la educación de sus jóvenes, como para el desarrollo permanente de la cultura en el conjunto de sus ciudadanos, que la Francia del mañana sepa gastar incomparablemente más de lo que ha gastado hasta la fecha. (...)

De modo que nos harán falta nuevos recursos. Para nuestros laboratorios. Para nuestras bibliotecas probablemente aún más, pues hasta ahora han sido las grandes víctimas (las bibliotecas sabias, pero también las llamadas populares, cuyo miserable estado, comparado con lo que ofrecen Inglaterra, América e incluso Alemania, es una de las vergüenzas más inconfesables de nuestro país). (...) También nos harán falta recursos, digámoslo sin tapujos, para dar a nuestros maestros, en todos sus grados, una existencia no lujosa (la Francia con la que soñamos no es la Francia del lujo), pero sí suficientemente despreocupada de las mezquinas angustias materiales, bastante protegida contra la necesidad de buscar medios de sustento accesorios para que esos hombres puedan abordar sus tareas de enseñanza o de investigación científica con un espíritu completamente libre, que no deje en ningún momento de refrescarse en las fuentes vivas del arte o de la ciencia. (...)

La enseñanza superior ha sido devorada por las escuelas superiores de inspiración napoleónica. Ni siquiera las facultades merecen más nombre que el que tienen. ¿Qué es la Facultad de Letras, ante todo, sino una fábrica de profesores, como la Politécnica una fábrica de ingenieros o artilleros? Cuestión de la que se deducen dos consecuencias igualmente deplorables. La primera es que preparamos mal a la investigación científica y que, por ello, nuestra investigación está feneciendo. Pregúntenle a un médico al respecto, por ejemplo, o a un historiador; si son sinceros, sus respuestas no diferirán apenas. Es uno de los factores, por cierto, que más ha perjudicado a nuestro prestigio internacional: en muchos campos, los estudiantes extranjeros han dejado de venir a visitarnos porque nuestras universidades ya no les preparan más que a pasar unos exámenes profesionales que para ellos carecen de interés. Por otra parte, al especializarlos demasiado pronto, no damos a nuestros grupos dirigentes la cultura general de alto nivel sin la cual cualquier hombre de acción no pasará nunca de contramaestre. Formamos a jefes de empresa que, pese a ser buenos técnicos -estoy dispuesto a admitirlo-, no conocen realmente los problemas humanos; a políticos que ignoran el mundo; a administradores que aborrecen las novedades. A nadie le inculcamos el espíritu crítico que sólo podría imbuirse en las mentes a través de la contemplación y el recurso a la investigación sin trabas (pues en este punto convergen las dos consecuencias señaladas más arriba). Por último, creamos deliberadamente pequeñas sociedades cerradas, en las que se potencia el sentido de corporación, que no alienta ni la generosidad de espíritu ni la conciencia de ciudadano.

¿El remedio? Una vez más, debemos renunciar a entrar en detalles en este primer esbozo. Digamos únicamente, en dos palabras, que pedimos la reconstitución de unas verdaderas universidades, de ahora en adelante divididas no en rígidas facultades que se consideran a sí mismas patrias estancas, sino en agrupaciones versátiles de disciplinas. (...)

El antiguo sistema humanista ha pasado a mejor vida. No ha sido sustituido. Lo que ha provocado un profundo malestar, que se trasluce de muchas maneras. Siempre ha habido malos alumnos que, más adelante, se convertían en hombres instruidos y cultos. No creo equivocarme a1 afirmar que este caso, en nuestro días, ha dejado en absoluto de ser excepcional. A la inversa, muchos alumnos supuestamente buenos no volverán a abrir un libro una vez acabados los estudios. A decir verdad, ¿abrieron realmente en clase los libros por más páginas que las de los "pasajes escogidos"? Al mismo tiempo, la falta de afecto que sienten los jóvenes por la enseñanza es innegable (...) por muchas razones. Entre el1as figura en primera línea, que nadie lo dude, el fracaso de la educación oficial. (...)

En resumen, pedimos una revisión razonada y exhaustiva de los valores imperantes. La tradición francesa, incorporada en un largo temario pedagógico, nos es muy cara. Queremos conservar sus aportaciones más preciosas: su gusto por la humanidad; su respeto por la espontaneidad espiritual y la libertad; la continuidad de las formas del arte y el pensamiento que constituyen el caldo de cultivo esencial de nuestro espíritu. Pero sabemos que, para serle verdaderamente fieles, nos está exigiendo que la perpetuemos en el porvenir."

Bloch, Marc, Sobre la reforma de la enseñanza. Notas en defensa de una revolución en la enseñanza. En: Bloch, Marc, La extraña derrota : testimonio escrito en 1940. Pról. de Stanley Hoffmann, trad. castellana de Santiago Jordán Sempere. Barcelona: Crítica, D.L.2002, págs. 199-210.

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