para la biblioteca de Bellas Artes de la UCM
con motivo de su 98 cumpleaños
Esta biblioteca tiene una larga tradición de vivir realquilada, un poco "okupa", y una experiencia de mudanzas, de ir de un lado a otro buscando acomodo.
La coexistencia, en el mismo edificio, de una escuela para las enseñanzas de arte con una Real Academia (muy mayúscula) hizo que la biblioteca fuera una larva dentro de un organismo que habitaba en otro distinto. Sí, como las muñecas rusas. Solo que, al fondo de todo, dentro de la anteúltima capa, no era la figurita más pequeña lo que se desvelaba porque una biblioteca es siempre una inmensa posibilidad de vida.
En el mismo edificio, separadas por la ley, pero mezcladas en pasillos y escaleras, convivían dos comunidades. Señoros sabios, por un lado, y señoritos raros que preferían el pincel a la notaría, por otro. Académicos y aprendices de arte. Ya desde finales del siglo XIX en el segundo grupo entraron mujeres, entonces señoritas.
Toda esa contigüidad y esa mezcla se reflejaba en las colecciones que dieron origen a nuestra biblioteca porque se gestaron como una rareza, un cuerpo extraño, una habitante "de prestado" con deseos de ser otra cosa. Lo que se requería para el aprendizaje del arte crecía en el interior de unas colecciones pensadas desde el gusto aristocrático por el saber. Esa vivienda prestada, de pariente pobre que sabe que molesta, duró siglos. Son cosas que marcan.
En 1923, un tres de marzo, nació la Biblioteca que debía atender a las enseñanzas de lo que entonces se entendía por las bellas artes. Estirándose, sacándose la camisa sin desatar los botones, rompió las costuras de la Real Academia y, tímidamente, empezaron a entrar cosas bastardas, no tan aristocráticas como los incunables o las ediciones lujosas.
Los armarios, las vitrinas y las colecciones que ocuparon esas salas llegaron a finales de los años 60 al edificio que ahora habitamos. Lejos de la Real Academia, pero dentro de la academia (la universidad) aunque sin formar parte de ella totalmente porque, siguiendo esa tradición de realquiladas, hasta 1978 no se integran los estudios de arte como universitarios.
Esta Biblioteca ha heredado lo raro, lo "prestado", la certeza de la incertidumbre, la pertenencia sin fanatismo. Quizá por haber vivido tanto tiempo dentro de un palacio necesitamos estar abiertas al mundo. En nuestras colecciones late una irreverencia congénita porque cualquier biblioteca que se precie debe contener algo ofensivo para alguien. Si no es que fallamos.
No queremos perdernos nada. La universidad nos gusta, pero la vida nos encanta. Somos muy de buscar grietas, agujeros en los muros, para mirar al otro lado y dejar que entren y salgan personas, ideas, objetos, canciones.
Si te sientas en cualquier mesa de esta biblioteca verás que estamos dentro de un jardín. Cada ventana enmarca árboles altos que susurran canciones de tierra, de hierbas adventicias, de flores silvestres, de arbustos que crecen felices y rodean nuestras salas.
Siempre me ha gustado pensar las bibliotecas como jardines. Lugares de descanso, de esparcimiento, de paseos sin rumbo. Sitios en los que disfrutar sin una obligación. Escenarios de encuentros imprevistos. Una va a ver las dalias de finales del verano y se encuentra con el canto de los pájaros o con una sombre verde y fresca debajo de los tilos.
Por eso, queremos celebrar el cumpleaños de la biblioteca con un ramo de flores contadas que han crecido en el jardín secreto de sus colecciones. Los primeros elementos de este ramo, que vais a leer y si os gusta podréis contar, vienen de Proust. Ya es un lugar común decir que fue bibliotecario, aunque nunca pisó la biblioteca Mazarina en la que fue nombrado. Seguramente tuvo buenos motivos para escaquearse y es probable que el polvo de los libros, que a finales del siglo XIX era imprescindible, le hubiera perjudicado. Proust nos ha dejado una de las mejores lecturas que se me ocurren, En busca del tiempo perdido, que podríamos ver como la metáfora de una biblioteca que incluye piezas musicales, pinturas, otros libros, alta costura, experiencias entre personas y muchas, muchas flores que se contemplan y se regalan.
Quizá la flor proustiana más inmediata sea la del espino albar o majuelo (crataegus monogyna) que acompaña sus paseos primaverales por Combray. Pero no es fácil conseguirlo para un jarrón si no tienes cerca el campo y aún así sus flores casi no permanecen en la rama una vez cortadas.
Así que de Proust vamos a tomar unos crisantemos, los que decoran las habitaciones de Odette, plantados en macetas, como una muestra más del gusto por todo lo japonés que inundó el París chic de finales del siglo XIX. Ese japonismo que se internacionalizó y que está detrás de la donación que el mecenas Juan Carlos Cebrián hizo para la Escuela de Bellas Artes: una colección de estampas y libros japoneses que siguen custodiados en la Biblioteca y que, afortunadamente, cualquiera puede disfrutar en su versión digitalizada.
Por Proust y por los Japonismos vamos a empezar el ramo con unos crisantemos grandes de color morado. También va a haber unas orquídeas catleya, entre rosas y moradas, de las que Odette se ponía en el escote. Unas flores que a Swann le gustaba arreglar y llegado el caso, acercaba la nariz a ese ramillete para saber si tenía olor.
Las siguientes flores en entrar en el ramo van a venir regaladas por Virginia Woolf. Ella, supo poner texto a la rabia de las mujeres que no podían entrar en las grandes bibliotecas universitarias coincidiendo con las reivindicaciones de las señoritas que acudían a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando pero que no podían matricularse de todas las asignaturas. Justo las que se les negaban eran las necesarias para obtener el título que les permitiría ser profesoras de pintura o de dibujo. En 1920 esas alumnas de segunda escribieron una carta a la dirección de la Escuela pidiendo permiso para completar sus asignaturas y acabar con esa discriminación. Querían pintar los mismos cuerpos que pintaban sus compañeros, los señoritos, pero sobre todo querían tener la posibilidad de ganarse la vida trabajando. Virginia Woolf habla de ese derecho de las mujeres a ganarse la vida en Una habitación propia (1929).
Pero aquí nos vamos a fijar en una obra anterior, La señora Dalloway (1925), que está cargada de flores y de referencias a los adornos florales. De hecho, la novela comienza con un rotundo: "La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores". Esa noche tendrá una recepción en su casa y las flores son una necesidad, un detalle imprescindible. ¡Y cómo no va a ser así para el cumpleaños de la Biblioteca!
La Señora Dalloway va paseando por Londres con su monólogo interior bullendo hasta que llega a la floristería y se encuentra con una explosión de "espuelas de caballero, guisantes de olor, ramilletes de lila, y claveles, montones de claveles. Había rosas; había lirios". En este caso, vamos a quedarnos con los lirios para sumarlos al ramo.
Las flores que nos faltan nos las va a regalar Derek Jarman. ¡Queremos tanto a Derek! Su jardín en Dungeness es un ejemplo de lo que queremos como biblioteca. Un refugio proletario que se construye con las maderas que arroja el mar, con las plantas que crecen libremente o que se adaptan a las condiciones materiales que marcan los vientos, el salitre y las pocas lluvias. Un paisaje pedregoso, con una central nuclear al fondo, en el que las flores son más dulces y más bailarinas.
Derek Jarman nos propone unos jacintos del bosque, jacinto español dice él, (Hyacinthus nonscriptus) y nos avisa, no vayamos a pensar que la belleza no tiene consecuencias, que "cada vez que en tu camino te encuentres con un Jacinto español, recuerda que estás ante el corazón de un amante apasionado. Es peligroso besarse en sus cercanías, ya que el viento que suspira entre las ramas querrá separarte del muchacho que amas".
También vamos a poner unas varas de dedaleras de color morado. Derek Jarman les dedica unas palabras en Naturaleza moderna como precursoras del alegre mes junio. Siempre me han gustado esas flores que crecen tanto solitarias como en grupos estruendosos.
Para terminar, vamos a verdear un poco con unas ramas de perejil macedónico, aunque a Derek Jarman le daba miedo usarlo en la cocina por su parecido con la cicuta, oloroso y florido que abracen los rosas y morados de este ramo para una Biblioteca que, a sus 98, se quiere feminista y travesti.
Javier Pérez Iglesias, Madrid 3 de marzo de 2021
Jarman, Derek. 2019. Naturaleza moderna: los diarios de Derek Jarman. 1a ed. Synesthesia. Buenos Aires: Caja Negra.
Jarman, Derek, y Howard Sooley. 2018. Derek Jarman's garden. London: Thames &Hudson.
Proust, Marcel. 2000. A la busca del tiempo perdido. I, Por la parte de Swan ; A la sombra de las muchachas en flor. Vol. 1. Valdemar/Clásicos. Madrid: Valdemar.
Woolf, Virginia. 2020. La señora Dalloway. Akal Clásicos de la Literatura. Tres Cantos, Madrid: Akal.