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Arroyo en el Prado

10 de Febrero de 2012 a las 11:27 h

"Las visitas al Prado siempre me dan más fuerza para volver a mi taller, donde el diálogo con la  historia y el comentario del presente siguen afirmando el protagonismo de la pintura."

¡Ven a la Biblioteca y date un paseo por el Prado de la mano de Eduardo Arroyo! ¡No te arrepentirás!

"Al salir del edificio de Juan de Villanueva por la puerta de Velázquez piensas que tu visita ha terminado; te equivocas; mientras vivas, la deambulación por el Prado no terminará. Mal que te pese, quedas pasmado y prisionero de sus salas, incluso por la noche, cuando te revuelves en la cama tratando de dormir. Azul cobalto velazqueño -decíamos- con frecuencia manchado por nubarrones, que se oscurecen según te aproximas a Goya; entras azul y sales ensombrecido."
(Arroyo, Eduardo. Al pie del cañón. Una guía del Museo del Prado. Madrid: Elba, 2011, p. 14).

"En el Prado, los lunares aparecen y desaparecen como por encanto, igual que en las clínicas cosméticas. A veces, la búsqueda del punto negro se convierte en infructuosa y agobiante. De repente, nos topamos con ese accidente, ese insignificante lunar cerca de la oreja del poeta don Luis de Góngora y Argote. Diego Velázquez lo retrata en un cuadro negro, severo, de intensidad típicamente española; al verlo [...] te pones a reflexionar sobre la poesía, que en ningún caso es una asunto baladí. En el pequeño lienzo [...] en que retrata a Felipe IV, a Velázquez se le olvida pintar -o lo omite intencionadamente- el lunar que el monarca tenía debajo del ojo izquierdo. También había olvidado el gesto de apoyar el pincel manchado de negro con una leve presión sobre la mejilla del retratado en Felipe IV [...]. Me resulta difícil aceptar la ausencia del punto negro. Y no es porque este tiquismiquis le quite relevancia alguna a los dos lienzos; simplemente me interrogo, en el incipiente papel que me atribuyo de alumno de una academia de policía: ¿qué ocurrió con el maldito lunar?"
(Op. cit., pp. 41-42).
"Para ver el todo es necesario fijarse en los detalles, por pequeños o nimios que sean. Gracias a esos signos insignificantes, podemos llegar a la explosión y al porqué de la existencia de un lienzo, ya que son ellos los que han hecho posible la obra. Tal es el caso del enjambre de moscas que se escapa de una de las salas del museo y se esparce por doquier hasta ocupar todo el recinto. La plaga se reparte y aumenta manando, como de una fuente mana agua, de la parte superior de El carro del heno [...] de Hieronymus Bosch, El Bosco. Vuela hacia nosotros y revolotea sobre nuestras cabezas, atraviesa las puertas y se expande por toda la ciudad. Este enjambre -como todos ellos- se puede comparar con un disciplinado vuelo militar. A la vanguardia de esta gigantesca escuadrilla, se sitúan ranas aladas que desempeñan el papel de generales de otra especie o actúan de abejas reinas que van a la cabeza de su pueblo hacia un misterioso reino nuevo."
(Op. cit., pp. 113-114)

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