No es un delito; ni tan siquiera es un lujo. Comer carne de caballo, o de potro, forma parte de la tradición cultural de muchos países, España entre ellos. Pero se trata de un consumo minoritario, como bien explica Mikel López Iturriaga en su blog El Comidista publicado en El País.

Sigue creciendo la polémica por la presencia de trazas de carne de caballo en multitud de muestras, cada vez más, de productos de vacuno, desde hamburguesas a precocinados como pastas rellenas. El origen de la citada presencia es incierto y, por consiguiente, abierto a todo tipo de especulaciones. Lo que sí es cierto es que tanta presencia, en tantos tipos de producto y en tantos países, da qué pensar.

Y lo que da de pensar es que muy probablemente no exista un origen único sino que esta práctica, que en principio nada tiene que ver con la seguridad alimentaria, sino con un fraude generalizado, sea común en países en los que se "enriquece" la carne de vacuno con la de otras procedencias, como la de equino.

El por qué está abierto a interpretaciones. La más plausible tal vez sea la económica, como señala López Iturriaga. Al fin y al cabo, se trata de una carne asequible y el caballo suele escapar de los controles de trazabilidad a los que se someten otros animales estabulados con destino al consumo humano. La falta de control y el coste, insinúa el bloguero, es probable que expliquen esta presencia masiva.

En todo caso, bueno es recordarlo, la carne de equino, con unas características organolépticas que la diferencian de otras carnes de consumo común, se vende libremente en carnicerías desde siempre, aunque también es cierto que se trata de un mercado minoritario. El consumidor, por tanto, no debiera temer por su salud, salvo que la carne estuviera contaminada. Pero tiene todo el derecho a quejarse porque le están dando un producto por otro o, como suele decirse, gato por liebre. Y eso no tiene porque pagarlo.

Fuente: mi+d