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TELOS 100. Daniel Innerarity: Ciudadanía digital: ¿hasta qué punto la red ha cambiado algunos de nuestros principales conceptos y prácticas sociales?

Andoni Calderón Rehecho 23 de Abril de 2015 a las 10:17 h

El miércoles a las 18:00 se presentó en La Fundación Telefónica el número 100 de la revista Telos con una conferencia de Daniel Innerarity y dos mesas redondas moderadas por Vicente Vallés.

 

Emilio Gilolmo inauguró la sesión resumiendo la trayectoria de la revista con 3 datos: 100 números, 2.000 autores y 30 años, en los que los avances previstos en los 80 se han quedado cortos. Hizo referencia a 3 etapas: sus inicios en enero de 1985 de la mano de FUNDESCO, la que comienza en 2002 en que toma el relevo la Fundación Telefónica y se incluye en las bases de datos de referencia y la que parte de 2008 con nuevos campos, la ampliación (una vez más) del consejo científico, la adaptación al mundo digital y el rediseño de la página para facilitar el acceso en línea, aunque se mantiene el formato papel.

 

Enrique Bustamante aseguró que con Telos se pretendía aunar el pensamiento tecnológico con el humanista, descubriendo que eran mundos más cercanos de lo que parecían, con el objetivo de poner la tecnología al servicio de la sociedad: la innovación tecnológica no debe estar separada de la cultura de la creación. También que el consejo científico se ha consolidado con unas 40 personas, así como la página web, pensada también para dispositivos móviles. En cuanto a los contenidos, ha habido un salto cualitativo en su apertura temática.

 

Daniel Innerarity aseguró que los filósofos no son personas para las soluciones sino para plantear cuestiones. Piensa que hay una crisis profunda de autoridad, no entendida en el sentido del respeto, la jerarquía, etc. sino como algo más profundo: no sabemos quién es autor o propietario de las cosas, quién tiene derecho a espiarnos, qué es común, propio de todos, accesible. ¿Estar conectados nos hace ser más libres o más esclavos? ¿Quién tiene derecho a representaros o a tomar decisiones por nosotros?

La ponencia se titulaba Ciudadanía digital: ¿hasta qué punto la red ha cambiado algunos de nuestros principales conceptos y prácticas sociales? Estrado, pantalla y asistente sacando una foto
Su discurso tendrá en cuenta 6 aspectos: conocimiento, libertad, privacidad, gusto, conexión y democracia.

 

1. Conocimiento

Todas las polémicas sobre propiedad intelectual y cuestiones relacionadas seguramente se basan en que no sepamos de qué hablamos cuando hablamos de conocimiento.
Una red por su naturaleza desdibuja la distancia entre creador y consumidor aunque si funcionara de una manera distinta no satisfaría a los usuarios.
Si queremos proteger el conocimiento necesitamos aclarar en qué consiste. Dos propiedades que se identifican son que casi nada es absolutamente original y que casi nada carece de originalidad.

Conocer es un arte creativo que recombina elementos que ya existían. Decir que el conocimiento es una recombinación no es despreciarlo o desvirtuarlo sino mostrar los límites de la creación humana (hasta los monstruos que imaginamos se nos parecen). Por otro lado, incluso en la copia más banal hay un acto de interpretación.

El conocimiento no puede ser más que libre, público y compartido: una vez que es formulado está abierto para todos.
La frontera entre apropiación indebida y creación siempre estará en el punto de mira y existirán fricciones. Potencia el carácter caótico de nuestra forma de conocer, con un equilibrio entre creatividad y control.

 

2. Libertad

Cuando ocurrió el episodio con Snowden le resultó curioso que la gente se extrañara: tenemos derecho al enfado pero no al asombro.

Cree que es el resultado de una precipitada celebración sobre cuestiones tales como que cualquiera puede expresar su opinión sin la existencia de periódicos, conseguir libros sin editores, despedirse de los partidos políticos, que se ha dado la muerte a los secretos y todo será transparente, que seremos mirones críticos que no seremos vistos o que el saber universal estará disponible en abierto. Pensábamos que todo era gratis total y que estábamos aportando información a cualquiera.

Ahora se ha hecho patente la cara menos amable de algo en lo que hemos colaborado. Somos colaboradores del espionaje, la red es un dispositivo de autoespionaje.

Internet es un bazar más que un ágora, continuo sondeo de marketing en el que los que tienen los medios hacen de los datos recopilados su propiedad privada.

Hay (habrá) una segunda era de internet en la que se desvanecerán las ingenuidades, se agudizarán los conflictos entre control y libertad, gobiernos y ciudadanos, transparencia y control de datos... El espionaje no desaparecerá, aunque cambiará, ya que espiar a demasiada gente no es inteligente. En realidad los datos que desveló Snowden (que hicieron públicos los periódicos) no afectaban a la seguridad.

 

3. Privacidad

Hemos pasado de un mundo en el que no todo lo que se hacía público permanecía como tal (buena parte desaparecía) a un mundo de inmortalidad en el que ocurre casi lo contrario: como los datos permanecen lo difícil es ser mortal.

Se pueden hacer muchas buenas cosas con esos datos. En ese contexto surge un deseo de privacidad, cuya defensa cree que se basa en una privacidad 1.0. Deberíamos pensar la privacidad de otra manera. Tal vez añoramos una privacidad que no ha existido nunca. Que se lo pregunten si no a los que viven en los pueblos. Históricamente nunca hemos tenido privacidad, algo en las grandes ciudades, y vamos a dejar de tenerla.

Menciona algunos ámbitos en los que se muestra que siguen nuestro rastro para asegurar después que ciertos objetivos se hayan convertido en figuras anacrónicas o que los procedimientos para proteger la privacidad no son efectivos. Menciona 3 clásicos: el consentimiento, que choca con el hecho de que el valor deriva de un uso secundario que es desconocido en el origen; el abandono de un espacio o servicio, que es limitado porque hasta los datos borrados dejan huella; la anonimización, que no funciona bien porque posiblemente sólo tiene sentido en un contexto de escasez de datos.

¿Cómo se regula un algoritmo? Hay que conseguir una nueva fórmula para institucionalizar la regulación entre lo privado y lo público. Donde había causalidad ahora hay correlación, donde espionaje, monitorización; lo probable se ha vuelto probabilístico.

 

4. Gusto

Podría delimitarse por nuestra propia opinión. Ahora además de los formatos tradicionales de la crítica hay una pluralidad de foros con denso murmullo de valoración con opinadores, recomendadores, correctores ortográficos, etc. que se liga a la mencionada crisis de autoridad.

Nada está a salvo de la crítica, en vez de un espacio vertical jerárquico tenemos un griterío, que puede tener dos interpretaciones: la apoteosis de la democratización del gusto o la lamentación de la pérdida de la soberanía individual. La primera defiende que cualquiera es juez en cuestiones de gusto. Las recomendaciones en realidad introducen en un contexto reducido: lo que debería recomendarse es lo que refuta una interpretación (para poder contrastar). ¿Se puede construir uno su buen gusto teniendo en cuenta sólo lo que le gusta previamente?
Un mundo como este hace más necesarias las críticas pero deberían dedicarse a otras cosas, como la fundamental de informarnos de lo que no sabemos. De lo que sabemos ya se encargan los algoritmos.

 

5. Conexión

No estar conectado o fuera de cobertura es una tragedia, una excomunión de los agentes de la comunicación. La pérdida de conexión es la muerte comunicativa. El estado de conexión se ha convertido en algo cotidiano, la desconexión nos parece extraña.

Sin embargo parece apreciarse últimamente un deseo latente o explícito de desconexión, que es cuando se hacen más visibles tanto los efectos positivos como negativos. El principal es la sobredosis comunicativa, acompañada de la inmediatez que acorta los plazos.
El teletrabajo que antes se consideraba como elemento de libertad ahora se ve como una invasión del espacio privado, no existe la protección de la distancia física.

Lo principal es que nos está situando fuera del control subjetivo. Estamos overlinking, nos dedicamos a quitarnos cosas de encima más que a trabajar. Se da una fatiga comunicativa y tecnológica.

Aparecen estrategias de desconexión temporal y/o espacial para preservar el ritmo propio en un mundo que tiende a la aceleración: los tiempos propios son fundamentales para construirse como sujeto.

Incluso aparecen artilugios para desconectar. Las propias ciudades fomentan formas débiles de comunicación con la indiferencia sobre lo que hay alrededor. Tal vez podrían civilizar el espacio de internet.

 

6. Democracia

Había muchas ilusiones sobre las posibilidades que darían las tecnologías a la democracia. Hoy hay menos ingenuidad.
Siempre que hay un desarrollo tecnológico aparecen defensores y detractores acérrimos y también se considera que ayudaría a eliminar problemas de otra índole, no relacionados directamente con ella.

¿Por qué no ha funcionado?
Tras el determinismo tecnológico está la idea de que la tecnología sólo actúa en una dirección (cuando siempre aparece en un contexto en el que hay definidos términos de poder).
Se ha pensado que las redes globales podían desafiar a los instrumentos de poder, que internet transforma más que elimina. La función de crítica o de derribo de algo no es lo mismo que construir la democracia. La descentralización no es suficiente. El buen funcionamiento de las instituciones es fundamental.

Las mismas características que dan alas a internet son las que le proporcionan vulnerabilidad y exponen a nuevos riesgos.

Se pregunta finalmente cuándo hemos tenido un instrumento para construir que no sirviera también para destruir.

 

Muchas de estas cuestiones y de las que se mencionaron en las mesas redondas pueden verse reflejadas en la obra de Jaron Lanier ¿Quién controla el futuro?

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