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CELIA, LO QUE NO NOS DIJO

Eva Zubieta Tabernero 26 de Abril de 2016 a las 15:39 h

La reciente presentación de la reedición del libro "Celia en la revolución" de la muy poco conocida escritora y periodista Elena Fortún es un foco que ilumina, con la mejor novela escrita jamás en clave de género de la Guerra Civil Española, un trozo de nuestra historia de la que forman también parte todas las ignoradas mujeres de la generación del 98 y 27. Esas "Modernas" tan denostadas en la posguerra que estamos rescatando a fuerza de trabajo, tenacidad y constancia. 

Esta presentación me llevó a la reflexión de este post.

Celia, siempre Celia. Celia era yo misma hasta que mi infancia fue quedando guardada en los rincones de mi cuerpo. Entonces Celia se desdibujó, un poco. Guardé sus libros como un tesoro y se los mostré a mi hija, como mi madre hizo con mi hermana y conmigo, y como mi abuela se los enseñó a mi madre. Llegaban solamente hasta "Celia Novelista", con algún Matonkikí en medio y luego, en un salto inmenso, hasta "Los Cuentos que Celia cuenta a las Niñas". Arrebatadores, por cierto.

Ya entonces me preguntaba cómo era posible que esa niña indomable, rebosante de imaginación y que sin querer hacía un retrato costumbrista de la sociedad de su época al que añadía su feroz crítica infantil, imposible de no asumir con una enorme sonrisa, había llegado ser así al crecer. ¿Cómo, por qué se había convertido en una adulta sosegada, pacientísima que entretiene niños con sus cuentos? ¿Era esto solamente lo que quedaba de la Celia niña? ¿Por qué no era una gran novelista y escritora, su verdadera pasión, para lo que tanto talento tenía?

Después de que la vida me tuviera entretenidísma en mis 20 y 30, comencé a investigar, convencida de que, como con muchos otros conocimientos, había mucha sustancia de Celia que se me había hurtado. Fui descubriendo y leyendo todos los títulos y reconstruyendo la vida del personaje. Comprendiendo cómo sólo se me quería mostrar la parte que parecía inofensiva y adecuada, ocultando lo demás. Entendiendo la gran cantidad de cosas que Celia no me pudo decir. Deslizándome en su piel cuando le sobreviene violentamente una adultez impuesta solo por ser mujer, la otra gran desgracia de Celia junto con el golpe de estado militar, en una república a la que ella y su familia pertenecían.

La "niña bien" era, realmente, una Niña Bien. Asumió lo que la vida le traía sacando lo mejor de sí misma y contándonos, siempre con esa sencillez tan difícil de encontrar en un adulto, la Historia de España. Una historia desde lo cotidiano, lo doméstico, lo pequeño. Tan veraz y cercana que permite sentarse junto a Celia en la cocina o el comedor de su casa, como si la estuviéramos escuchando. Y en gran parte, es así. La historia de Celia es la Historia de España. Es, además, una biografía ficcionada de Elena Fortún, que tenía gran experiencia como contadora de relatos para las niñas y niños que tantas veces tuvo que cuidar y entretener. A ellos, como nos pasa a muchas de nosotras, su vida quedó ligada para siempre. Con las niñas y niños empezó a sacar lo que creyó que podía mostrar de sí misma. Gracias, a través y para ellos, sobre todo.

Así recopilé absolutamente todos los libros de la colección de Celia, de sus hermanos y de Matonkikí. Pero Elena Fortún ya se había hecho presente a través de Celia. Mi interés por conocerla fue imperativo.

Si yo sabía poco de Celia, menos aún de Elena Fortún. ¿Quién era esa mujer que había construido ese personaje adorable que tantísimas cosas tuvo que decir y otras tantas tuvo que callar? Irla descubriendo al mismo tiempo que a Celia, sobre todo a través de las -pocas- personas que se han dedicado a reconstruir su biografía fue ir de sorpresa en sorpresa. Celia solo era la punta de un iceberg. La cara vista de una figura literaria relegada al papel de entretenedora de niñas. Y lo que es más grave: relegada por ella misma, convencida de que no tenía por qué ocupar un hueco mayor en un mundo de y para hombres, entre ellos su marido.

Así, Celia se convirtió, creo, en una ventana para Elena Fortún. Pero solo en parte. Encarnación Aragoneses (Elena Fortún) se formó como muchas mujeres de la época para ser pedagoga. Esta ocupación se consideraba una función propia de las mujeres dada su proximidad biológica a los pequeños. No había obstáculos por tanto para ejercer esta profesión. Se preparó para ser una de las Maestras de la República. Celia le permitió hacer y decir cosas que en una novela "seria" no hubiera podido decir. A fin de cuentas, el hablar de la oleada de cultura que impregnaba España antes de la guerra civil, del brusco corte y retroceso que supuso la posguerra, el hacer una crítica sobre los modelos educativos de las órdenes religiosas y el relegar a Celia a una cuidadora de toda una familia son las cosas que nos pudo decir por ser... solamente una niña.

Nuria Capdevilla-Argüelles, gran investigadora de la obra y vida de Elena Fortún, a la que por fortuna he podido conocer el pasado día 22 de abril en la presentación de la reedición de "Celia en la Revolución", comenta que en aquella época no se habían elaborado las teorías de género. No se hablaba de discriminación o de orientación sexual. Sin embargo, Elena Fortún y Celia hacen una narración meridiana a través de toda la obra de la autora, acompañando a su producción literaria. Relato igualmente presente en el recorrido de todas las intelectuales españolas, en paralelo al abrupto corte que supuso la guerra civil y el exilio, en muchos casos.

Elena Fortún fue amiga y compartió espacios con la mayoría de los intelectuales de la república. Fue una de ellos, a la que empezamos a descubrir ahora a través de la reedición de algunas de sus obras inéditas, como "Oculto sendero" o "El pensionado de Santa Casilda", en las que revela toda su evolución personal, lo que Celia no podía decir, y que la coloca en su justo lugar como novelista (algo que ella misma no se atrevía a decir de sí) escritora y periodista. Encarnación Aragoneses tiene también una vasta trayectoria como colaboradora en el suplemento infantil "Gente Menuda" de la revista "Blanco y Negro". Eran tantas, que tuvo que inventar varios seudónimos y personajes que firmaran sus escritos y reportajes. Entre ellos, el de Elena Fortún, personaje de una obra de teatro de su marido, "Los mil años de Elena Fortún".

En el mismo acto de presentación de "Celia en la Revolución" tuve la oportunidad de escuchar a Manuela Carmena, por primera vez, hablando de Celia y Elena Fortún. Qué gran sorpresa, aparte de placer de poderla oir, ver que ella también es Celiófila. (¿Seremos muchas?... Mmmm. Tendré que descubrirlo).

Manuela contó cómo su infancia transcurrió a través de los libros de Celia. Sus vivencias eran como las mías propias. Comentó, muy acertadamente, que siempre se piensa en literatura infantil como un género menor y por tanto, quienes la escriben gozan de menor consideración. No se valora el don extraordinario que poseen para introducirse sin ruido en el mundo de ensueño de los niños. Les traducen ese mundo de los mayores, que todavía no es el suyo. Sólo los que no olvidan qué significa ser menos grande en un mundo de grandes son capaces de tenderles una mano.

También hizo mención a la necesidad de personajes infantiles que tenemos. Es cierto. Pero no sé si este vacío se llenara alguna vez, por esperar, desde luego lo espero. En ese sentido, yo me alegré mucho cuando, en la infancia de mi hija, apareció Harry Potter porque pensé que venía a llenar ese hueco. Y efectivamente, sus aventuras han llenado su infancia y son para ella un referente. Pero luego ya no más.

Finalmente, nos hizo reflexionar sobre el significado de Celia en cuanto que ha conformado lo que llamó nuestra "educación sentimental". Esta educación, de la que carece la "gente menuda" hoy, vendría a ser alimento y base de la inteligencia emocional, que es la que nos permite tomar las decisiones realmente importantes de nuestra vida. Los criterios de generosidad, compañerismo, amor hacia los seres vivos, comprensión de las necesidades e intenciones del otro es lo que nos han enseñado los personajes infantiles, a los que sí escuchábamos y hacíamos caso, mientras que nos entraba por un oído y nos salía por el otro lo que nos dijeran los adultos.

Tuve mucha suerte de poder ir a ese... encuentro. Más que presentación, encuentro. Con las personas que están dirigiendo la colección "Biblioteca Elena Fortún", con Manuela y con todas las personas a las que nos unía un sentimento común: Celia.

Ese sentimiento nos emociona. Poder descubrir en su totalidad la profundidad y dimensión de Encarnación Aragoneses, nos une. Y nos une también a una forma de actuar a la que muchas mujeres han tenido que sumarse. La hemos interiorizado a base de utilizarla. A base de sernos negada cualquier otra reconocida, visible, oficial.

Establecemos redes paralelas a las oficiales. Nos han servido para protegernos, cuidarnos, ayudarnos y guardar nuestras obras y pertenencias. Esta es la eficaz actuación que ha servido para conservar la vida y la obra de Encarna. Ella mantenía una copiosa correspondencia y amistad con muchas personas que la mantuvieron viva. A su vez, las personas que tenazmente investigaron e investigan hoy día en su obra y su persona, la rescatan gracias a esa red de amistades, utilizando también la suya propia Su red de amistades y sentimientos. A todas nos brillan los ojos cuando hablamos de Elena Fortún y de Celia, por los mismos motivos. Su obra ha sido guardada y buscada por este mismo canal oficioso. Sin él, sin esta sororidad que todas compartimos sin necesidad de verbalizarla (a lo mejor es anterior a la propia palabra), Elena Fortún habría sido relegada al olvido, como muchas otras mujeres. No habría tenido ni siquiera la pequeña estatua que hoy podemos contemplar en el Parque del Oeste, financiada a través de una colecta de sus amigas y que perdura, modesta, desde el año 1957.

Todavía me/nos queda mucho por descubrir de Elena Fortún. No sé muy bien por qué, le encuentro un cierto parecido a Virgina Wolff. No en la forma de escribir, por supuesto, pero sí en lo "molestamente" inclasificable de su posición ante la vida y la sexualidad. Sí en el retrato social exquisitamente irónico que cada una de ellas nos ha ofrecido de sus épocas. Ambas tienen una evolución que pasa por atenerse a una vida convencional para poder descubrirse a sí mismas en un proceso largo y a veces doloroso. Quizás como muchas otras mujeres. Quizá como cualquiera de nosotras. Es por eso que me revuelvo cuando escucho reducir una de las obras inéditas de Elena Fortún, "Oculto sendero" al etiquetado patriarcal de "novela lésbica". Quien lo dice, Andrés Trapiello, no tilda sus propias novelas de "novelas heterosexuales" (en caso de que ésta sea su orientación sexual, lo que parece irrelevante para un heterosexual y fundamental para una lesbiana) sino de obra literaria.

Espero y deseo que sea este mismo sentimiento, esta red de mujeres, el que nos ayude a conocer a Elena Fortún y la devuelva al lugar en el que siempre debió estar. En el que deseo que permanezca siempre como la gran escritora y mujer que fue. Gracias a todas las personas que se están ocupando de que así sea, de las que el día 22 sólo pude conocer un poquito a Nuria Capdevila, de momento, de la que tengo mucho que leer y agradecer. Y al resto de personas que no he podido llegar a conocer.

 

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