Como muchas de las fiestas que perviven en nuestra época, el carnaval es el producto de una sucesión de adaptaciones a las circunstancias cambiantes de celebraciones muy antiguas. Su origen ha sido relacionado con algunas fiestas paganas, como las que se realizaban en honor a Baco, o las Saturnales y las Lupercales romanas. También se lo ha relacionado con las celebraciones en honor del toro Apis en el Antiguo Egipto. Ninguna de estas teorías parece explicar su origen preciso, las fiestas similares más recientes han sido fechadas en torno al año 1200 d.c. En todo caso, el carnaval pertenece a ese conjunto de festividades donde predomina el desenfreno y el uso de máscaras. Los disfraces, en este contexto, son algo más que una simple excusa para el divertimento; en un ambiente donde casi todo está permitido, era importante ocultar una identidad preocupada por su reputación. Pero también tienen su función teatral asociada a ritos en los que el colectivo hace un paréntesis para, a través de la inversión de los roles sociales, subrayar precisamente la importancia de lo establecido.
La crítica social, e incluso moral, es también un ingrediente esencial de esta festividad, lo cual se mantuvo incluso durante la Edad Media. Fue precisamente en esta época cuando se propuso la etimología del término carnaval, que se suponía derivado del latín carnem levare, «quitar la carne». Aunque esta no sea la única propuesta al respecto, al menos explicaría que la celebración se realice a finales de febrero o inicios de marzo; es decir, al inicio de la Cuaresma, los 40 días de ayuno y penitencia previos a la Semana Santa. No se trata, sin embargo, de una fiesta religiosa, sino de la forma en la que la nueva cultura cristiana asimiló un conjunto de cultos previos que se mantendrían como compensación ante la inminente prohibición de comer carne. En muchos puntos de España e Hispanoamérica, el carnaval termina el Miércoles de Ceniza con el entierro de la sardina, una parodia de cortejo fúnebre que culmina con el entierro de una figura que simboliza el pasado para que surja con más fuerza una sociedad transformada.
Desde entonces, esta fiesta se ha extendido por todo el mundo cristiano fusionándose con los colores de cada lugar y con los ritos similares que en toda cultura encontramos. Es el caso del considerado carnaval más grande y vistoso del mundo, el de Río de Janeiro, el producto de una exuberante mezcla de culturas que ha creado sus propios ritmos. En España tenemos un equivalente en los carnavales que se celebran en las Islas Canarias, en especial los de Tenerife. La faceta satírica de la fiesta tiene un ejemplo insuperable en los Carnavales de Cádiz y sus célebres chirigotas. Para los más clásicos, están los Carnavales de Venecia, cuyas máscaras suntuosas son un modelo que permanece desde el S. XVII. Otros carnavales famosos son el Mardi Gras de Nueva Orleans, el de Barranquilla en Colombia o el de Niza en Francia.
También la Complutense tiene sus propios carnavales, los de Bellas Artes, donde los alumnos desatan su creatividad para elaborar sus disfraces.
Fuentes:
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