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Seis siglos de historia gitana en España

EMILIO NAVAS FERNÁNDEZ 1 de Septiembre de 2025 a las 18:31 h

Madrid-Ventas. Gitana en el campo, de Otto Wunderlich
(foto tomada entre 1923 y 1936); Archivo Wunderlich (WUN-07773),
IPCE, Ministerio de Cultura y Deporte.

El término "gitano" proviene de un error. Cuando los gitanos llegaron a Europa, se creyó que procedían de Egipto, por lo que se les llamó "egipcianos" (término que evolucionó a "egiptanos" y posteriormente a "gitanos"). En realidad, el pueblo gitano no procedía de Egipto, sino de las regiones del Punyab y Sindh (actuales Pakistán e India), de donde huyeron en el siglo XI por el hostigamiento de musulmanes gaznavíes y turcos. En su desplazamiento hacia el oeste, siguiendo la ruta de la seda, se mezclaron con comunidades indias asentadas en Persia y Armenia y adoptaron un modo de vida nómada. Se dedicaban al cuidado de las caballerías, la música, la adivinación, el arreglo de utensilios de metal en la forja y, sobre todo, al comercio local, vendiendo en ferias productos que habían adquirido en los lugares por los que iban pasando. Sus continuos desplazamientos levantaron las sospechas de las autoridades, que los culpaban injustamente de espionaje y, como a otras minorías, de los desastres naturales y de las epidemias que sufría la población.

 

Durante su enorme migración, los gitanos se habían convertido a la religión cristiana, y enmascaraban su nomadismo como peregrinaciones a lugares santos. La primera noticia de su llegada a la Península Ibérica data de 1425. Sabemos que ese año el futuro Alfonso V de Aragón recibió en Zaragoza a un grupo de “egipcianos” y les permitió continuar camino hacia Santiago de Compostela. En la segunda mitad del siglo XV, a los “egipcianos” se unieron nuevos grupos de inmigrantes gitanos a los que llamaban “grecianos”. Los encabezaban “hombres de respeto” que los reyes hispanos consideraban condes o duques, con lo que les permitían impartir justicia entre los gitanos.

 

En la Península, como en otros territorios europeos, se intentó restringir su libertad de movimiento. La Pragmática de 4 de marzo de 1499 de los Reyes Católicos les obligaba a abandonar su vida errante y establecerse en un oficio, bajo amenaza de castigos crueles:

 

“(…) mandamos, a los egipcianos que andan vagando por nuestros reinos y señoríos con sus mujeres e hijos, que del día que esta ley fuere notificada y pregonada en esta nuestra corte y en las villas, lugares y ciudades que son cabeza de partido, hasta sesenta días siguientes, cada uno de ellos vivan por oficios conocidos, que mejor supieren aprovecharse, estando de estada en los lugares donde acordaron asentar, o tomar vivienda de señores a quien sirvan, o los den lo que
hubiere menester; y no anden más juntos vagando por nuestros reinos, como lo hacen, o dentro de otros sesenta días primeros siguientes salgan de nuestros reinos, y no vuelvan a ellos en manera alguna; sopena que, si en ellos fueren hallados o tomados, sin oficio o sin señores, juntos, pasados los dichos días, que den a cada uno cien azotes por la primera vez, y los destierren perpetuamente de estos reinos; y por la segunda vez que les corten las orejas, y estén sesenta días en la cadena, y los tornen a desterrar como dicho es; y por la tercera vez, que sean cautivos de los que los tomaren por toda la vida (…)”

 

Los descendientes de los Reyes Católicos continuaron promulgando leyes contra los gitanos, en un intento de que se asimilaran y adoptaran la vida sedentaria, aunque esto los convirtiera en campesinos siervos de señores feudales. Los castigos por el incumplimiento de las pragmáticas fueron derivando hacia la pena de galeras, barcos de guerra en los que los gitanos cumplían sus condenas de 2 a 10 años encadenados a unos bancos y remando junto al resto de la chusma (conjunto de galeotes, forzados o esclavos). Fue el monarca Carlos I quien estableció esta pena contra los gitanos en 1539 para sostener la política expansionista de su imperio en el Mediterráneo, donde la escuadra de galeras luchaba contra los turcos. La dureza del trabajo de la boga y las malas condiciones de vida en las galeras hacían que los galeotes murieran o no rindieran lo suficiente en pocos años, por lo que había una carencia de remeros. Para solucionar este inconveniente, Felipe II ordenó a la Santa Hermandad una redada de gitanos en 1572,
acusados de robo, vagabundeo, y de usar su lengua “jerigonza” y vestidos prohibidos.

 

A diferencia de lo ocurrido en otros reinos europeos, los reyes hispanos de la dinastía Austria no expulsaron a los gitanos ante la despoblación que sufrían sus territorios, en especial tras la expulsión de los moriscos por orden de Felipe III. Para intentar que las familias gitanas se dedicaran a la agricultura, este rey les prohibió el resto de las actividades económicas en 1611, y les obligó a residir en localidades de más de mil habitantes en 1619. La resistencia del pueblo gitano a estas medidas hizo que el monarca Felipe IV ordenara la realización de una nueva redada en 1639. Aquellos gitanos apresados que no acabaron en galeras fueron enviados a las minas de Almadén (Ciudad Real); sus mujeres tuvieron que hacer frente a la dificultad de sacar adelante a su familia otra vez en solitario.

 

Con la llegada de los Borbones, la persecución no cesó. El episodio más brutal fue la Gran Redada de 1749, organizada en secreto por el marqués de Ensenada bajo el reinado de Fernando VI, con el objetivo de la “extinción de los gitanos”. El plan consistía en encarcelar a hombres y mujeres por separado, y usarlos como mano de obra, hasta que murieran sin descendencia. Las autoridades contaban con información previa del paradero de muchas familias
gitanas porque estas se habían asentado en ciudades abandonando la vida nómada que las hacía sospechosas. Ensenada organizó en secreto la redada para el miércoles 30 de julio de 1749, apresando a 9.000 gitanos y gitanas, a los que habría que añadir otros 3.000 que ya estaban en presidio. En las instrucciones, indicó que los niños mayores de siete años serían separados de sus madres. Los bienes de las familias gitanas fueron subastados para financiar la operación. Hubo vecinos que protestaron a los soldados porque prendieran a los gitanos, y otros los ocultaron para que no se los llevaran. A mediados de agosto, Ensenada admitió que no había logrado la prisión de todos los gitanos, y reiteraba la orden de prisión general para “avecindados y vagantes” “de tan malvada raza”.

 

En los arsenales, como el de La Carraca (Cádiz), la actitud de los gitanos ante los soldados fue pasiva, negándose a trabajar en la construcción naval a pesar de los castigos (grilletes, cepo) y de las amenazas de horca. Siguieron intentando huir y reunirse con sus familias. Las gitanas fueron encerradas en fortalezas a la espera de destino, como la alcazaba de Málaga, donde 400
mujeres con sus hijas y sus hijos menores sufrieron carencias y enfermedades. La mitad de los presos “de vida arreglada” por tener residencia fija fueron liberados en octubre de 1749 para aliviar el caos organizativo. Las mujeres no paraban de protestar, rompían los muebles, la ropa y la vajilla, se burlaban de los regidores y porteros, agujereaban los muros para fugarse. Dos años
después, Ensenada las envió a la Casa de Misericordia de Zaragoza, donde trabajaban en el hilado y la costura, pero sus protestas dejaron al alcaide “aturdido y como alelado”. La progresiva liberación de presos culminó en el indulto de 1765.

 

Gitana en el campo, Segovia

Segovia. Gitana en el campo, de Otto Wunderlich
(foto tomada entre 1919 y 1936); Archivo Wunderlich (WUN-07169),
IPCE, Ministerio de Cultura y Deporte. 

 

En siglos posteriores continuaron las disposiciones represivas. La Ley de Vagos y Maleantes (aprobada durante la Segunda República) criminalizaba el nomadismo y prohibía su lengua. Durante la dictadura de Franco, un reglamento de la Guardia Civil de 1943 (que no fue derogado hasta 1978) mantuvo la vigilancia sobre los gitanos:

 

“Artículo 4. Se vigilará escrupulosamente a los gitanos, cuidando mucho de reconocer todos los documentos que tengan, confrontar sus señas particulares, observar sus trajes, averiguar su modo de vida y cuanto conduzca a formar una idea exacta de sus movimientos y ocupaciones, indagando el punto al que se dirigen en sus viajes y el objeto de ellos”.

 

A pesar de las persecuciones, la marginación, la estigmatización y la violencia que ha sufrido a lo largo de estos seis siglos, el pueblo gitano ha mostrado una enorme capacidad de resistencia, manteniendo vivas su lengua, su música y sus tradiciones.

 

Fuentes:

GÓMEZ ALFARO, Antonio; Legislación histórica española dedicada a los gitanos. Madrid: Presencia Gitana, 2025

LEBLOND, Bernard; Los gitanos de España. El precio y el valor de la diferencia. Barcelona: Gedisa, 1985

MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel; "Clamor y rebeldía. Las mujeres gitanas durante el proyecto de exterminio de 1749", en Historia y política, nº 40, páginas 25-51; 2018

MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel (et al); Materiales sobre Historia y Cultura del Pueblo Gitano para Educación Secundaria. Educar frente al antigitanismo. Ministerio de Educación y Formación; 2021

 

Puedes ampliar más información en los fondos de nuestra Biblioteca, así como una selección de libros que se encuentran expuestos en el vestíbulo de la biblioteca.

 

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