Cinco años de convivencia profesional armónica; muchos más de amistad sincera, de admiración, de respeto. Así podría resumir mi relación contigo, querida Conchita, bibliotecaria ejemplar, gran amiga. Nunca nos separó la diferencia de edad, de experiencia ¡Compartíamos tantas cosas!
Amiga de la familia, tus hijas compañeras de clase del colegio Estudio, nuestra admiración por la Institución Libre de Enseñanza... "Yo no fui al Instituto-Escuela, como tu madre, pero tuve la suerte de vivir durante la carrera en la Residencia de Señoritas", me decías.
Los cinco años de trabajo a tu lado, empeñadas en mejorar nuestra pequeña pero interesante biblioteca -¡apenas 3000 volúmenes, entonces!- me dieron la oportunidad de aprender arte contemporáneo, mucha biblioteconomía práctica -la que no viene en los libros- y, lo más importante, profundizar en nuestra amistad. Tu hija Ana me otorgó el mejor título: "Para mi madre eres la cuarta Gurruchaga".
Poco a poco, día a día, fui sabiendo muchas cosas de tu vida: tus felices años universitarios como estudiante de Filosofía y Letras ("Yo fui de las pioneras en Letras, tu madre en Químicas"), la difícil etapa del exilio en Londres, acompañando a tu padre ("Allí perfeccioné el inglés") y curiosas anécdotas de tu actividad profesional como relaciones públicas e intérprete en el taller de tu gran amigo Balenciaga ("Sofía Loren tiene los ojos más bonitos que he visto en mi vida"). Sin duda, el trabajo en la casa de este famoso modisto contribuyó a acrecentar tu elegancia y refinamiento innatos, pero no te gustaban los piropos. Tan sencilla, tan discreta, le restabas importancia: "Este vestido tiene más de quince años. Es de los que yo llamo reliquias de Balenciaga". Donaste algunas de tus 'reliquias' al Museo del Traje; quizá ahora se exhiban otras en el recién inaugurado museo de Guetaria.
A partir de tu jubilación como directora de la Biblioteca de la Facultad, en 1984[1], continuó nuestra cariñosa relación, más esporádica pero igual de auténtica. Mis espaciadas visitas a tu casa -luminosa, 'minimal', sobria y exquisitamente amueblada, con estanterías repletas de libros de arte contemporáneo- han sido para mí tardes mágicas.
"No tengo costumbre de hablar en público", me comentaste, un poco preocupada. Sin embargo, rememorando en el Instituto Internacional de Boston tu estancia en la Residencia de Señoritas, cómo nos cautivó tu discurso, ameno, entrañable, espontáneo. Con razón la ministra Mercedes Cabrera clausuró el acto calificando tu intervención de "broche de oro". Y en la conmemoración del 75 aniversario del establecimiento en la Ciudad Universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras fui testigo de la emocionada felicitación de varios jóvenes, a quienes dedicaste el final de tu alocución, con sosegada voz: "Lo que vino unas semanas más tarde [julio 1936], ¿cómo pudo ocurrir? Esto que nos hemos preguntado todos, se lo pregunta Julián Marías [...] Ahora yo me dirijo a los estudiantes de esta renovada Facultad: vosotros sois los que tenéis que impedir que esto vuelva a suceder, que nunca tengáis que llegar a formularos la terrible pregunta: ¿cómo pudo ocurrir?"[2]
En nuestra última conversación telefónica -no querías visitas- con clarividente sencillez y tu jovial voz de siempre, me confesaste: "Angelines, he cumplido mi misión en la vida. Esto no tiene sentido..."
Tu vida, tu ejemplo, sí han tenido sentido, querida Conchita. [3]
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[1] Historia de la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid. Madrid: Editorial Complutense, 2007, pp. 260-262.
[2] La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en la Segunda República: arquitectura y universidad durante los años 30:[exposición]. Madrid: Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales [etc.], 2008, p.735.
[3] Conchita Zamacona, directora de la Biblioteca de la Facultad de Bellas Artes de 1970 a 1984, falleció en Madrid el 22 de junio de 2011