Es casi inevitable no caer en la tentación de utilizar, intencionadamente de modo interrogativo, el título de uno de los poemas más emblemáticos del autor, a la hora de referirnos a El cónsul de Sodoma; el “biopic” dirigido por Sigfrid Monleón sobre la figura del poeta Jaime Gil de Biedma (1929-1990), representante de “la Generación de los 50” .
“Contra Jaime Gil de Biedma” que pertenece al libro Poemas póstumos (1968) es un poema en el que el poeta se increpa a sí mismo utilizando la técnica del “monólogo dramático”. La aparición de Las personas del verbo, que reúne toda su obra poética completa, tan solo tres libros (Compañeros de viaje, Moralidades y Poemas póstumos), en fecha tan emblemática como 1975, confirma a Jaime Gil de Biedma como un poeta imprescindible en la poesía española del siglo XX. El libro es la vez punto de llegada y punto de partida en la poesía española contemporánea, especialmente influyente en la llamada “Poesía de la experiencia”. Actualmente, la edición de referencia de Las personas del verbo es la de James Valender (Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores ,2006). Del mismo es imprescindible, para el tema que nos ocupa, el estudio de Carme Riera La escuela de Barcelona, (Anagrama 1988).
Además hay otro motivo para usar este subtitulo. Prácticamente todos los episodios de la película se basan en la tercera parte de la biografía Jaime Gil de Biedma: retrato de un poeta, escrita por Miguel Dalmau (Circe,2004) que lleva precisamente ese titulo, “Contra Jaime Gil de Biedma”. Esta parte es la que más incide en los aspectos sexuales, básicamente homosexuales en la vida del poeta, lo que motivó ya cierta polémica. Esta biografía, muy documentada, pero de resultados más bien “chismológicos” que filológicos, es el punto de partida del guión, firmado por el director y por Miguel A. Fernández y Joaquín Górriz. Para no perder la costumbre, la película ha venido precedida de la polémica encarnizada entre el escritor, Juan Marsé, que aparece como personaje, y el productor de la película, Andrés Vicente Gómez. [Como estado de la cuestión puede consultarse también el reportaje “Controversia en Sodoma” en El País 8-01-2010, aclaro que Las personas del verbo no es una antología]
Me parecen discretas, en el sentido clásico del término, las palabras del director, Sigfrid Monleón, que muestra su admiración por la poesía de Gil de Biedma, de la que parece un buen conocedor, al defenderse de las acusaciones de las intenciones polémicas de la película, en un artículo interesante publicado en El Mundo:
“Es éste un prejuicio reiterado que intenta atribuir a la película una intención escandalosa por el hecho de abordar con franqueza la sexualidad del poeta. La sexualidad no es más que una puerta a franquear para hablar de uno de los temas capitales de su poesía, la experiencia amorosa, imbricado en los otros dos pilares de su obra, la identidad y el paso del tiempo” [Veánse más declaraciones del director en "Gil de Biedma jamás renunció a los privilegios de su clase"
Sin embargo, me parece ingenuo pensar que la película se hubiera realizado si Jaime Gil de Biedma hubiera tenido una vida ortodoxamente ajustada a las normas sociales de su época, y no hubiera habido ninguna “heterodoxia” en la que escarbar, por mucho que manifieste Andrés Vicente Gómez que era un proyecto arriesgado y que sabía que con él no iba a romper taquillas.
Lo cierto es que ni la admiración, ni la intención de escándalo parecen haber jugado a favor de la película, que ha ido despareciendo de las salas de cine de Madrid, desde su estreno el 8 de enero en el que se cumplían veinte años de la muerte del poeta, de modo que cuando estas palabras aparezcan no sé si será posible verla ya en las salas al menos de esta ciudad en la que escribo.
En la película, sí aparece, ciertamente, la poesía de Gil de Biedma, aparte de la que se cita (“El arquitrabe” o “Pandémica y celeste” ), hay varias escenas compuestas en torno a sus poemas que oímos en voz en off sobre unas imágenes relacionadas con ellos, aunque no necesariamente correspondan al momento en el que se escribieran. Así aparecen: “ Apología y petición”, poema en la línea de la poesía moral del Siglo de Oro, mientras asistimos a imágenes de su trabajo de impecable ejecutivo en la Compañía de Tabacos de Filipinas; “Conversación”; “Himno a la juventud”, y ,como no, los más emblemáticos: “No volveré a ser joven” y “Contra Jaime Gil de Biedma”, éste último sobre unas escenas que resultan una ilustración casi literal del mismo en las que no faltan “…los ascensores de luz amarilla” y los espejos que nos devuelven esa imagen que tanto nos espanta, como diría Luis García Montero, heredero en ciertos aspectos de la poesía de Gil de Biedma, “porque no hay otra cosa que envejezca/ peor que tu mirada” (“Los espejos”, en Habitaciones separadas,1994). En algunas de estas escenas vemos el acto mismo de la escritura y en otras hay una presencia física de los libros en sus ediciones originales. Incluso se podría decir que hay algunas imágenes, que parecerían sugeridas por la propia poesía, aunque ésta no aparezca; por ejemplo, la escena de ese despertar en cama revuelta y multitudinaria de Jaime Gil de Biedma, con Luis, Jimmy (Baldwin) y la joven gitana podría admitir perfectamente el poema “Albada”.
Algunas de estas escenas resultan, sin embargo algo lentas, porque el ritmo del poema se ralentiza demasiado para ajustarse a la duración de la imagen, y no siempre ayuda el tono del recitado de Jordi Mollá, que sin embargo se presta perfectamente a este personaje a veces excesivo, y como buen protagonista de “biopic”, “bigger than life”. Aparece preso de su propia imagen e ingenio, no tan lejano del Truman Capote que hace poco nos ofrecieron en sus interpretaciones Philip Seymour Hoffman, en Capote, de Bennet Miller (2005), o Toby Jones, en la que pasó con más pena que gloria, Historia de un crimen, de Douglas Mc Grath (2006) y que, sin embargo yo prefiero a la anterior. También es destacable el Carlos Barral que compone Josep Linuesa que consigue un casi absoluto mimetismo físico con el personaje real
La película está llena de discusiones diletantes sobre vida y literatura, que nos demuestran que es imposible ver la naturaleza si no es a través del arte. Así lo demuestra, por ejemplo, la imagen de Bel (interpretada por Bimba Bosé) como una nueva Ofelia de Millais, que sin duda haría las delicias de “Los Novísimos”, de los que Marsé ( Alex Brendemühl) dice que solo escriben sobre “Venecia, góndolas putrefactas” y la tumba de Escipión que a nadie le interesa (esto último dicho de un modo “más coloquial”). Se recurre, como vemos, a los tópicos más usados para criticar ese movimiento poético, que a pesar de todo aparece en la película como admirador de la obra de Gil de Biedma. También tiene presencia la creación e incluso el marketing de Últimas tardes con Teresa (1966) de Marsé, ya que asistimos a la sesión de fotografía de su portada original
Es muy interesante ver como a algunas de esas conversaciones asisten como convidados de piedra, las parejas del poeta, Luis o Tony, que ofrecen el punto de vista del común de los mortales que no entiende en absoluto de qué van esos personajes “poniéndose tan estupendos”. También desfilan los integrantes de la llamada “Gauche Divine” inmortalizados por la fotógrafa Colita en la discoteca barcelonesa Bocaccio, en una divertida escena en la que Gil de Biedma le concede una entrevista a un jovencísimo Enrique Vila Matas (Biel Durán), por aquella época reportero de la revista Fotogramas. Sobre el arte y la vida, es curiosa la escena del juicio por la custodia de los hijos de Bel en la que con motivo del poema “A una dama muy joven, separada”, se emplea la denominación “poesía de la experiencia” como arma arrojadiza y como arma defensiva, demostrando su utilidad en la vida cotidiana.
Encuentro ridícula, sin embargo, y más ridícula precisamente por cerrar la película, la escena final con esa presencia de la cultura gay de los años 80, de la mano, o más bien de la voz de los míticos “Pet Shop Boys”, que está inspirada, como casi todo, en una anécdota narrada en la biografía escrita por Dalmau.
Para concluir, se puede decir, que si esta película, no tan desdeñable desde el punto de vista cinematográfico, sirve para que un solo espectador se interese por la poesía de Jaime Gil de Biedma, y a partir de ahí pueda juzgar por sí mismo, bienvenida sea; pensemos que, al fin y el cabo, el cine español no es tan abundante en ejemplos como éste, aunque se trate de una película definitivamente “literaria” en el buen y en el mal sentido del término.
María del Mar Mañas Martínez .Dpto. de Filología Española II .UCM