Los historiadores del arte, críticos y creadores que hemos manifestado nuestra inquietud ante la política de VEGAP somos también autores con una legítima aspiración a disfrutar de los frutos de nuestro trabajo.
No renunciamos a nuestros “derechos”. Así que podemos ahorrarnos la consabida monserga jurídica sobre este asunto, pues el problema está en otro lugar. Se trata, en síntesis, de clarificar cosas como qué es una creación individual y cómo se genera su valor artístico, qué se entiende por “reproducción” de una obra visual, cómo se distinguen las copias ilegítimas de sus referencias o citas, qué modalidades de apropiación cultural debemos fomentar, o si es razonable exigir dinero y permisos para poder hablar libremente.
Porque una cosa es cierta: el incremento que supone el gasto en “derechos de reproducción” está disuadiendo a muchos editores, que mutilan gravemente los discursos (en su parte visual), empobreciéndolos, o bien orientan la producción cultural hacia otras ramas del saber, alejadas del arte. Los gravámenes a los que nos referimos se aplican sin ninguna justificación moral, apoyándose sólo en un entramado jurídico bastante dudoso. ¿Acaso se apropia de los derechos de un artista el estudioso que publica una foto de su obra en un libro o artículo de carácter analítico? ¿Por qué el crítico ha de pedir permiso a nadie para hablar de creaciones que, al haber sido reconocidas como “artísticas”, forman parte del patrimonio cultural?
Sería interesante profundizar en la idea (bien conocida) de que el valor artístico (y el precio de mercado de las creaciones) es el resultado de un complejo trabajo en el que juegan un papel muy activo los exámenes críticos y los relatos históricos. Y si esto es así ¿no debería otorgarse a todos los agentes que intervienen en semejante proceso de re-valorización una parte de las plusvalías originadas por la creación? Pero yo no voy a defender esta idea. Más sencillo y menos injusto es otra cosa: reconocer que los actos creativos individuales se convierten en “arte” cuando una sociedad confiere sentido a esos productos mediante exposiciones, referencias, citas, análisis y discursos. Así es como tales obras llegan a ser, de alguna manera, bienes colectivos. ¿Por qué eso ha de ser penalizado? A mí me resulta escandaloso que no se reconozca la necesidad de analizar los diferentes tipos de “reproducciones”, los contextos en los que aparecen, y sus previsibles usos económicos o culturales. Esta cerrazón nos parece poco sagaz. En el momento actual es una posición inviable que está fomentando el resentimiento general y la aparición de tesis contrarias, bastante radicales. Amigos de VEGAP: ¡Sois vosotros los peores enemigos de los derechos de autor!
Publicado en Exit Express, num. 17, febrero 2006, p. 10.