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La palabra más hermosa, de Margaret Mazzantini

José Manuel Lucía Megías - 25 de Mayo de 2010 a las 09:24

Al final de la novela, como una isla de tranquilidad en un pasado lleno de todo tipos de historias, Gojko, uno de los protagonistas pregunta “¿Cuál es la palabra más hermosa del mundo?”. Su hija, Sebina, contesta “Mar”; Pietro, el hijo italiano de Gemma, duda entre “libertad” y “tenis”, mientras que Gojko, mirando a los ojos de Pietro, responde: “Para mí la palabra más hermosa del mundo es ‘gracias’”. Cuatro páginas después acaba la novela La palabra más hermosa de Margaret Mazzantini.

 

Mazzantini ha escrito una novela que nos devuelve el horror de la guerra de Sarajevo, esa guerra que vivimos aquí al lado (mucho más desde la perspectiva italiana en que está escrita y vivida), y también el hedor de un tiempo que seguimos sin comprender, en que todos, absolutamente todos, deberíamos avergonzarnos. Y lo hace desde una perspectiva local, la de una italiana que se enamora en Sarajevo; una italiana que recibe de esta ciudad lo mejor y lo peor que encierra el ser humano. Una historia que cuenta un viaje, la vuelta de Gemma a un Sarajevo que comienza a despertar de la pesadilla de la guerra, pero que sigue con todas las heridas abiertas, acompañado de su hijo adolescente, Pietro, que nació en la ciudad en plena guerra y que nunca ha conocido de su tierra nada más que las historias que su madre le ha contado desde niño. Un viaje del presente buscando las claves de un pasado, que se nos ofrece a nuestros ojos con todo su horror, su incomprensión, con toda nuestra amargura e impotencia. En sí, la estructura sigue el esquema básico de los primeros cursos de cualquier taller de escritura al uso. El presente, con sus historia banales del joven adolescente que no entiende nada, que nada quiere entender de un tiempo que no es suyo, su egoísmo, su forma superficial de verlo todo y de entenderlo todo, vienen a ser una balsa de tranquilidad frente a las descripciones atroces de la guerra, de sus efectos en las personas. Las descripciones de la forma de actuar de los francotiradores, de su frialdad buscando con la mirilla a su nueva víctima; la crueldad de disparar en la cabeza al hijo que lleva al padre en su silla de ruedas, para reírse de la desolación del anciano al encontrarse inválido en medio de la calle, solo ante la muerte de su ser querido, sin poder hacer nada; la inhumana muerte del niño que se tira por la nieve para jugar en un soleado invierno con su trineo, y cómo el francotirador juega con la posibilidad de matarlo o no a la primera… Nada como la literatura, nada como la buena literatura para rescatarnos de verdad ese momento, más allá de las imágenes inertes, de los comentarios… la literatura que te hace vivir con el miedo de cruzar una calle y también con la alegría de saber que un día más lo has conseguido, con lo que es necesario celebrarlo, sentirse, de nuevo, un ser humano.

 

Pero la novela de Margaret Mazzantini tiene más de quinientas páginas, y de ellas a mí como lector me sobran más de la mitad. Junto a este viaje iniciático, que lo es más para la madre que vuelve a su pasado que para el hijo, se entrecruza otra línea argumental que, importante para el desarrollo de la historia, no merece la atención prestada por la autora: la maternidad; o mejor dicho, la necesidad de cumplir con la maternidad por parte de la protagonista de la obra, Gemma. Viajes a médicos italianos, todo tipo de montajes y de preocupaciones a la búsqueda de un vientre de alquiler, las dudas y, sobre todo, ese convertir a Diego, el marido de Gemma, en un ser que va perdiendo fuerza a medida que se deja arrastrar por esta obsesión, por esta necesidad de su mujer, que no comparte pero que quiere ayudar a completar. Son páginas y páginas que nos alejan de ese núcleo que es Sarajevo… son páginas que convierten, línea a línea, a Gemma en un personaje cada vez más distante, un personaje egoísta que, por momentos, termina por enervar. El dato es necesario, el periplo y la angustia, seguramente también, pero no la extensión ni el tiempo dedicado en la novela. ¿O quizás sí? Desde hace tiempo se viene hablando de una “literatura de mujeres”, de una literatura que tiene su punta de vista sus preocupaciones. Muchas escritoras, con buen criterio, se niegan a ser etiquetadas como “literatura femenina” por el solo hecho de ser mujer. Y así siempre lo he creído, que no es justo hablar de “literatura de hombres” o de “literatura de mujeres”, sino de buena o de mala literatura, al margen del sexo de quien haya sido su escritor. Pero leyendo “La palabra más hermosa” de Margaret Mazzantini estos principios se han tambaleado. Lo que para mí puede ser un error en la composición de la novela, que le aleja de su verdadero cometido (que se descifra en las últimas veinte páginas y de las que nada diré), para muchas lectoras seguro que es una de las razones del éxito de esta novela, que ha vendido miles de ejemplares en Italia y se ha traducido a diferentes lenguas… Quizás sí que sea posible hablar de una “literatura para mujeres” y no tanto una “literatura femenina”, escrita por mujeres, como también es posible hablar de una “literatura para jóvenes”, “para adolescentes”, “para niños…”… ¿y sería posible hablar de una “literatura para hombres”? Seguramente sí… ¿o no?

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