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Vidas posibles

Ana Isabel Rábade Obradó 11 de Febrero de 2011 a las 09:33 h

No sé si La contravida (1986) es una de las obras más leídas ni más valoradas del tan prolífico -a veces demasiado- como excelente Philip Roth. Pero es una de las que a mí más me gustan. Así que he pensado que era un buen momento para proponerla como lectura antes de la aparición en lengua castellana, que sospecho inminente, de su última novela, Némesis (le he echado un ojillo en inglés y no me parece que sea de lo mejorcito que ha escrito). De paso, completo con ello mi nómina de Roths, después de Joseph y Henry.

El protagonista de La contravida es uno de los habituales alter ego de Roth, Nathan Zuckerman. O tal vez lo sea Henry Zuckerman, su hermano. No es que no me haya enterado bien de la novela, sino que cada uno de los cinco capítulos que la componen, compartiendo algunos personajes, como Henry y Nathan, y algunos elementos -una grave enfermedad coronaria, un tratamiento con consecuencias nefastas para la vida sexual, el amor o el deseo hacia una mujer, las dudas sobre una arriesgada intervención quirúrgica que solucione el problema coronario sin los indeseados efectos secundarios-, proponen una trama diferente: vidas -o muertes- alternativas.

La contravida explora, a la par, las posibilidades que ofrecen la escritura y la vida. Y es que, en cierto sentido, escribir una novela es como vivir la vida misma. No hace falta pensar aquí en delirios quijotescos, sino en que un buen personaje es semejante a un ser viviente: una realidad dinámica con determinaciones o condicionantes, pero también con un espectro de posibilidades a veces no tan previsibles. En momentos que, resulte o no claro, son de hecho cruciales, el novelista ha de tomar decisiones sobre la trama o los personajes que determinarán y harán diferente todo el curso ulterior de la narración. Decisiones diferentes resultarían en novelas diferentes. No es muy distinto lo que sucede con nuestras vidas, por mucho que, pasando de cierta edad, a menudo sintamos que nuestra vida se ha vuelto por entero predecible, rutinaria, y en definitiva, que todo está ya irrevocablemente escrito. Éste es el territorio ambivalente que Philip Roth escudriña en La contravida: las diferentes opciones que se abren ante el escritor y los caminos diversos que desde ellas puede emprender sirven para sugerir las vidas posibles que encierra cualquier existencia. Correcciones de Philip Roth de The Anatomy Lesson

La contravida se aventura en las complejas relaciones entre ficción y realidad. En cómo la ficción bebe de la realidad y la transforma a su servicio; pero también en cómo los modos en que nos interpretamos a nosotros mismos y vamos contándonos nuestra propia historia -ofreciendo sucesivas relecturas de quiénes somos conforme nuestra vida y nuestras circunstancias se transforman-, tienen mucho que ver con la construcción narrativa y sus recursos. Un brillante ejemplo lo encontramos en el capítulo cuarto: tras la muerte de su hermano (al que se parece como un doble), Henry Zuckerman saquea el último manuscrito de Nathan para expurgarlo de las páginas comprometedoras en las que se hace uso de las aventuras extramatrimoniales que Henry le había confesado, y que resultan corresponderse con capítulos anteriores de La contravida.

Al mismo tiempo, y siguiendo la mejor tradición de la novela, La contravida ofrece una indagación sobre cómo llegamos a ser aquel que somos: con lo que nacemos y con lo que nos pasa; con nuestras decisiones, unas veces racionales y otras no, y lo que, esperada o inesperadamente, resulta de ellas; con nuestros encuentros y desencuentros con los demás... Toda biografía es una suerte de novela que vamos escribiendo según las situaciones que se nos presentan y lo que hacemos con ellas.

En un comentario sobre La contravida leí que se trata de una novela que se interroga sobre la condición judía. Nathan y Henry Zuckerman, lo mismo que Philip Roth, son judíos. En La contravida se tantean las relaciones de los judíos de la diáspora con los judíos de Israel, de los judíos con los gentiles y de distintos individuos judíos consigo mismos. ¿Una tentativa más alrededor de la intensa y esquiva identidad judía?

A lo largo de La contravida, Nathan y Henry se cuestionan, ciertamente, cómo asumir su “judeidad” y hasta qué punto es importante en sus vidas. También se preguntan cómo merece o no merece la pena vivir, si hay que poner la vida en juego por una pasión, hasta qué punto nuestra vida ha de estar de acuerdo con lo que otros esperan de nosotros, la importancia de la paternidad, y otras cosas. Se preguntan por quiénes son y cómo van a vivir, de modo que el ser judíos se incluye en la pregunta —como se incluye también el sexo masculino—, pero en manera alguna la acapara. En un final que me gusta mucho, Philip Roth nos recuerda que los seres humanos no somos una realidad maciza, impenetrable y estanca; que no nos  pertenece decidir por entero quiénes somos, ni el rumbo completo de nuestras vidas; que, entre otras cosas, nuestra individualidad emerge de la asimilación y el contraste con los demás.

A pesar de los molinos de viento y de las ventas, a nadie, que yo sepa, se le ha ocurrido clasificar El Quijote como literatura manchega. No sé si suele considerarse la trilogía Millenium como una indagación de la identidad sueca. Es curioso: hay “identidades” que resultan tan “normativas” que las tomamos como neutrales. Otras van siempre acompañadas del epíteto que enuncia su diferencia de “lo normal”. ¡Tanto multiculturalismo y tanta lucha teórica contra las discriminaciones, para que los “normales” sigan siendo los de siempre! (por poner otro ejemplo claro: ¿por qué se ve normal hablar de literatura de mujeres, mientras que si alguien hablase de literatura de hombres quizás lo primero que se nos pasara por las mientes fuera algo parecido a las páginas centrales del Playboy?)

¡Ah! ¡Y a ver si un año de éstos le dan por fin el Nobel a Philip Roth!

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