Nunca en mi vida he tenido unos días tan acelerados, repletos de reuniones, visitas, presentaciones, viajes. Cada jornada es una rápida sucesión de gente, textos, llamadas, Emails y debo pasar de unas cosas a otras con gran celeridad. Bien, pues nunca he echado tanto de menos correr.
Calzarme unas zapatillas deportivas, ponerme una camiseta, unos rockys y salir disparado a la calle ha sido, durante años, una de mis actividades favoritas. O quizá deba decir que lo sigue siendo porque yo nunca abandoné las carreras fueron mi rodilla izquierda y mis lumbares las que me “desapuntaron”.
A fuerza de estirar los límites esas partes de mi cuerpo se declararon en rebeldía y hace ya muchas lunas que no salgo a correr. Eso sí, sigo sintiendo envidia cuando me cruzo con gente que hace footing. Me pasa lo mismo que a algunos ex fumadores que les encanta que alguien encienda un cigarrillo para poder aspirar algo de humo. Yo disfruto viendo pasar a mi lado esos cuerpos que corren, sudan y se esfuerzan.
Por eso, me lo he pasado genial leyendo Correr de Jean Echenoz. Nunca había oído hablar de Emil Zátopek (porque lo mismo que me gusta ver deportistas callejeros el mundo del deporte profesional me aburre soberanamente) pero la historia de su vida, cuajada de magníficas carreras, me ha subyugado.
Correr es aquí una excusa para que Echenoz nos muestre la sordidez del autoritarismo, la falsedad de las tiranías y la dignidad de algunas personas que iluminan un mundo infame. Con su buena dosis de ironía, y una ternura muy especial, el autor nos cuenta la vida de Zátopek, los hechos son totalmente reales, para construir una gran metáfora sobre las locuras totalitarias del siglo XX.
Además de hacerme pensar, esta novela me ha despertado las ganas de salir a correr. Para contentarme, y evitar que mi rodilla vuelva a ponerme en mi sitio, lo que he hecho es leerme otro libro que llevaba tiempo tentándome: De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami [ver reseña en Sinololeonolocreo].
Murakami no está entre mis escritores favoritos. Me gustó Tokyo Blues, sin volverme loco, y me entretuvo muchísimo Kafka en la orilla pero cuando la terminé me pareció que no sabía qué era lo que me quería contar y sentí que había algo fallido en esa historia con tantos planos y narraciones y pasos de la realidad a lo onírico.
En esta ocasión, no sólo me ha entretenido sino que me ha dejado un buen sabor de boca. Murakami cuenta aquí sus experiencias como corredor de fondo. Lleva años participando como aficionado en maratones y eso le obliga a entrenar de manera intensa y constante. Salir a correr es parte de su vida, independientemente de que haga un frío endiablado o de que el calor derrita el asfalto. Yo ahí, me he sentido muy identificado porque recuerdo perfectamente aquella época en la que no poder salir a correr era uno de mis mayores disgustos.
En De qué hablo…, el autor establece muchos paralelismos entre su afición a correr, y el entrenamiento que conlleva, y su actividad como escritor. Explica aspectos fundamentales de su vida y de su trabajo creador a partir de lo que ocurre con sus experiencias como corredor. Es verdad que algunas veces me recuerda a Jesulín explicando las vicisitudes de la vida a partir de los toros. Pero Murakami da mucho más de sí y yo, particularmente, me identifico mucho con su afición. Aunque, la verdad, nunca me he puesto unas metas tan claras como él en los entrenamientos. Para mi era suficiente poder correr lejos y a toda la velocidad que pudiera. Sentir el viento, la fuerza de mis músculos.
Y aquí dejo mis comentarios porque me tengo poner rápidamente a otra cosa que, ¡ay que pena!, no va a ser salir a correr.