Stella Gibbons, autora de La hija de Robert Poste y de Flora Poste y los artistas nos ofrece una novela deliciosa, llena de ingenio y energía, acerca del amor y la nostalgia.
Ambientada en el turbulento y bombardeado Londres de la Segunda Guerra Mundial, Westwood narra la historia de Margaret Streggles, una joven de aires janeaustenianos, con un talento innato para pasarse el día en las nubes, un temperamento romántico y todo tipo de aspiraciones culturales. Su madre insiste en que «no es el tipo de muchacha que atrae a los hombres», justo lo opuesto a su amiga Hilda, una cabecita loca capaz de sonreír y flirtear sin tregua en una ciudad marcada por las tribulaciones y penurias de la guerra. Pero la existencia de Margaret cambia por completo cuando encuentra por casualidad una cartilla de racionamiento en Hampstead Heath y, con ella, todo un mundo de intelectuales, artistas y aristócratas, encarnados en la figura del pintor Alex Niland y de su suegro, el famoso e insolente dramaturgo Gerard Challis.
Con esta reseña, Impedimenta, una editorial arriesgada, empeñada en traer a las generaciones de hoy autores desconocidos u olvidados, nos presenta otra obra de esta estupenda autora.
Los tiempos no están para muchas bromas… Eso es lo primero que se nota al leer esta novela, aunque a veces se nota la ironía de la autora en las descripciones de sus personajes. Las gentes se han acostumbrado a vivir entre ruinas o bajo los bombardeos nocturnos, cartillas de racionamiento, hacinamiento en los suburbios... Sin embargo a pesar de que la autora no oculta ninguna de las privaciones, de los toques de queda, de la oscuridad de las calles, etc., las cuenta de tal manera que no muestra el panorama desolador que cualquiera podría imaginar, sino que consigue dar la sensación de normalidad, de adaptación a la situación, dentro de unas circunstancias extraordinarias. Si no fuera por las ocasionales referencias explícitas a la guerra que hacen los personajes en la novela, y un bombardeo sin víctimas que forma parte de la historia, no te acordarías de que existe. Y esto la autora lo consigue porque en los bombardeos nunca muere nadie cercano, sólo aparecen soldados de permiso que acuden a fiestas, los personajes van a conciertos y al teatro, y los efectos de la guerra son la oscuridad de las calles, que obliga a llevar linterna en el bolso y a tapar las ventanas; el racionamiento, que solo afecta a cosas superfluas, como los dulces... No es que la autora quiera dar una versión suavizada y poco profunda de lo que supuso la II Guerra Mundial en Londres, sino que su intención no era hablar de la guerra, sino servirse de ella como mero escenario.
La mayor virtud de Stella Gibbons es el profundo conocimiento de la sociedad de su época, y la habilidad de caricaturizarla en su solemne seriedad, de manera que todo el libro arranca una sonrisa, cuando no una carcajada. En esta novela, es especialmente brillante el personaje del famoso autor teatral Gerard Challis, que creer conocer todos los entresijos de la condición femenina, y el pobre hombre demuestra no conocerse ni a sí mismo.
El personaje de Margaret, hilo conductor de la novela, es un tanto desconcertante, ya que cuando parece que uno ya se ha hecho a la idea de su carácter, hace gala de la extravagancia a la que es tan aficionada la autora. Margaret es una maestra de escuela de la campiña inglesa que se muda a Londres con su familia. Allí logra introducirse en el ambiente de una serie de personajes de corte distinguido donde, además de encontrar el amor, la amistad y la decepción, explorará los entresijos de la sociedad londinense de la época.
Westwood, que toma el nombre del nombre de una casa, es un relato narrado en tercera persona aunque desde la mirada de la protagonista, que no cae en la obviedad a la hora de adentrarse en terrenos como el amor o las ansias de superación. En Westwood nadie es totalmente bueno ni totalmente malo, ni siquiera la protagonista; todos tienen sus razones y, aunque sin realizar un profundo ejercicio psicoanalítico, los personajes se van definiendo mientras interactúan de forma natural.
El carácter femenino se revela al definir la posición de la mujer en la sociedad del momento, en la que, a pesar de los avances, aún perduran muchos de los condicionantes femeninos. Margaret es una mujer culta, educada, sabia, conocedora de la historia, con independencia económica; pero sigue siendo una mujer con parecidas presiones con respecto al matrimonio, los hijos o el hogar que la Elisabeth Bennet de Orgullo y prejuicio. No necesita casarse para asegurarse el sustento, pero la sociedad de su época valora y respeta más a la mujer casada y el no conseguir un marido se considera un fracaso. Además, ella, que ha entrevisto la vida de la alta burguesía intelectual, aspira a ocupar un lugar en ella. Margaret es un personaje imperfecto, con defectos y virtudes, pero es mucho más que una joven enamoradiza, insegura y soñadora a la que atraen los brillos de esa alta burguesía intelectual.
El estilo un tanto excesivo en las descripciones, con diálogos a veces demasiado largos y prolíficos, consigue sin embargo mostrar las pasiones humanas en una intensa e interesante época de la historia.